LA PERSONALIDAD SEDUCTORA

angie varina



PARTE 1
Todos poseemos fuerza de atracción, la capacidad para cautivar a la gente y tenerla a nuestra merced. Pero no todos estamos conscientes de este potencial interior, e imaginamos la atracción como un rasgo casi místico con el que nacen unos cuantos selectos y que el resto jamás poseeremos. 

Sin embargo, lo único que tenemos que hacer para explotar ese potencial es saber qué apasiona naturalmente, en el carácter de una persona, a la gente y desarrollar esas cualidades latentes en nosotros.



Los casos de seducción satisfactoria rara vez empiezan con una maniobra o plan estratégico obvios. Esto despertaría sospechas, sin duda. La seducción satisfactoria comienza por tu carácter, tu habilidad para irradiar una cualidad que atraiga a la gente y le provoque emociones que no puede controlar. Hipnotizadas por tu seductora personalidad, tus víctimas no advertirán tus manipulaciones posteriores. Engañarlas y seducirlas será entonces un juego de niños.


Existen nueve tipos de seductores en el mundo. Cada uno de ellos posee un rasgo de carácter particular venido de muy dentro y que ejerce una influencia seductora. 





Las sirenas tienen energía sexual en abundancia y saben usarla.


Los Libertinos adoran insaciablemente al sexo opuesto, y su deseo es contagioso. 

Los amantes ideales poseen una sensibilidad estética que aplican al romance. 

Los dandys gustan de jugar con su imagen, creando así una tentación avasalladora y andrógina. 

Los cándidos son espontáneos y abiertos. 

Las coquetas son autosuficientes, y poseen una frescura esencial fascinante. 

Los encantadores quieren y saben complacer: son criaturas sociales. 

Los carismáticos tienen una inusual seguridad en mismos. 

Las estrellas son etéreas y se envuelven en el misterio.

Los capítulos de esta sección te conducirán a cada uno de esos nueve tipos. 

Al menos uno de estos capítulos debería tocar una cuerda en ti: hacerte reconocer una parte de tu personalidad. 

Ese capítulo será la clave para el desarrollo de tus poderes de atracción. Supongamos que tiendes a la coquetería. El capítulo sobre la coqueta te enseñará a confiar en tu autosuficiencia, y a alternar vehemencia y frialdad para atrapar a tus víctimas. 

También te enseñará a llevar más lejos tus cualidades naturales, para convertirte en una gran coqueta, el tipo de mujer por la que los hombres peleamos. 

Sería absurdo ser tímido teniendo una cualidad seductora. Un libertino desenvuelto fascina, y sus excesos se disculpan, pero uno desganado no merece respeto. 

Una vez que hayas cultivado tu rasgo de carácter sobresaliente, añadiendo un poco de arte a lo que la naturaleza te dio, podrás desarrollar un segundo o tercer rasgo, con lo que darás a tu imagen más hondura y misterio. 

Finalmente, el décimo capítulo de esta sección, sobre el antiseductor, te hará darte cuenta del potencial contrario en ti: la fuerza de repulsión. Erradica a toda costa las tendencias antiseductoras que puedas tener.
Concibe estos nueve tipos como sombras, siluetas. Sólo si te empapas de uno de ellos y le permites crecer en tu interior, podrás empezar a desarrollar una personalidad seductora, lo que te concederá ilimitado poder.

LA SIRENA.


A un hombre suele agobiarle en secreto el papel que debe ejercer: ser siempre responsable, dominante y racional. La sirena es la máxima figura de la fantasía masculina porque brinda una liberación total de las limitaciones de la vida. En su presencia, siempre realzada y sexuálmente cargada, el hombre se siente transportado a un mundo de absoluto placer. Ella es peligrosa, y al perseguirla con tesón, el hombre puede perder el control de sí, algo que ansia hacer. La sirena es un espejismo: tienta a los hombres cultivando una apariencia y actitud particulares. En un mundo en que las mujeres son, con frecuencia, demasiado tímidas para proyectar esa imagen, la sirena aprende a controlar la libido de los hombres encarnando su fantasía


LA SIRENA ESPECTACULAR.

En el año 48 a.C, Tolomeo XIV de Egipto logró deponer y exiliar a su hermana y esposa, la reina Cleopatra. Resguardó las fronteras del país contra su regreso y empezó a gobernar solo. Ese mismo año, Julio César llegó a Alejandría, para cerciorarse de que, pese a las luchas de poder locales, Egipto siguiera siendo fiel a Roma.


Una noche, César hablaba de estrategia con sus generales en el palacio egipcio cuando llegó un guardia, para informar que un mercader griego se hallaba en la puerta con un enorme y valioso obsequio para el jefe romano. 

César, en ánimo de diversión, autorizó el ingreso del mercader. Este entró cargando sobre sus hombros un gran tapete enrollado. Desató la cuerda del envoltorio y lo tendió con agilidad, dejando al descubierto a la joven Cleopatra, oculta dentro y quien, semidesnuda, se irguió ante César y sus huéspedes como Venus que emergiera de las olas.


La vista de la hermosa joven reina (entonces de apenas veintiún años de edad) deslumbró a todos, al aparecer repentinamente ante ellos como en un sueño. Su intrepidez y teatralidad les asombraron; metida al puerto a escondidas durante la noche con sólo un hombre para protegerla, lo arriesgaba todo en un acto audaz. 

Pero nadie quedó tan fascinado como César. Según el autor romano Dión Casio, "Cleopatra estaba en la plenitud de su esplendor. Tenía una voz deliciosa, que no podía menos que hechizar a quienes la oían. El encanto de su persona y sus palabras era tal que atrajo a sus redes al más frío y determinado de los misóginos. 

César quedó encantado tan pronto como la vio y ella abrió la boca para hablar". Cleopatra se convirtió en su amante esa misma noche. César ya había tenido para entonces muchas queridas, con las que se distraía de los rigores de sus campañas. 

Pero siempre se había librado rápido de ellas, para volver a lo que realmente lo hacía vibrar: la intriga política, los retos de la guerra, el teatro romano. Había visto a mujeres intentar todo para mantenerlo bajo su hechizo. Pero nada lo preparó para Cleopatra. 

Una noche ella le diría que juntos podían hacer resurgir la gloria de Alejandro Magno, y gobernar al mundo como dioses. A la noche siguiente lo recibiría ataviada como la diosa Isis, rodeada de la opulencia de su corte. Cleopatra inició a César en los más exquisitos placeres, presentándose como la encarnación del exotismo egipcio. 

La vida de César con ella era un reto perenne, tan desafiante como la guerra; porque en cuanto creía tenerla asegurada, ella se distanciaba o enojaba, y él debía buscar el modo de recuperar su favor.


Transcurrieron semanas. César eliminó a todos los que le disputaban el amor de Cleopatra y halló excusas para permanecer en Egipto. Ella lo llevó a una suntuosa e histórica expedición por el Nüo. En un navío de inimaginable majestad —que se elevaba dieciséis metros y medio sobre el agua e incluía terrazas de varios niveles y un templo con columnas dedicado al dios Dionisio—, César fue uno de los pocos romanos en ver las pirámides. 

Y mientras prolongaba su estancia en Egipto, lejos de su trono en Roma, en el imperio estallaba toda clase de disturbios.


Asesinado Julio César en 44 a.C, le sucedió un triunvirato, uno de cuyos miembros era Marco Antonio, valiente soldado amante del placer y el espectáculo, y quien se tenía por una suerte de Dionisio romano. Años después, mientras él estaba en Siria, Cleopatra lo invitó a reunirse con ella en la ciudad egipcia de Tarso. 

Ahí, tras hacerse esperar, su aparición fue tan sorprendente como ante César. Una magnífica barcaza dorada con velas de color púrpura asomó por el río Kydnos. Los remeros bogaban al compás de música etérea; por toda la nave había hermosas jóvenes vestidas de ninfas y figuras mitológicas. Cleopatra iba sentada en cubierta, rodeada y abanicada por cupidos y caracterizada como la diosa Afrodita, cuyo nombre la multitud coreaba con entusiasmo.


Como las demás víctimas de Cleopatra, Marco Antonio tuvo sentimientos encontrados. Los placeres exóticos que ella ofrecía eran difíciles de resistir. Pero también deseó someterla: abatir a esa ilustre y orgullosa mujer probaría su grandeza. Así que se quedó y, como César, cayó lentamente bajo su hechizo. 

Ella consintió todas sus debilidades: el juego, fiestas estridentes, rituales complejos, lujosos espectáculos. Para conseguir que regresara a Roma, Octavio, otro miembro del triunvirato, le ofreció una esposa: su hermana, Octavia, una de las mujeres más bellas de Roma. 

Famosa por su virtud y bondad, sin duda ella mantendría a Marco Antonio lejos de la "prostituta egipcia". La maniobra surtió efecto por un tiempo, pero Marco Antonio no pudo olvidar a Cleopatra, y tres años después retornó a ella. Esta vez fue para siempre: se había vuelto, en esencia, esclavo de Cleopatra, lo que concedió a ésta enorme poder, pues él adoptó la vestimenta y costumbres egipcias y renunció a los usos de Roma.


Una sola imagen sobrevive de Cleopatra —un perfil apenas visible en una moneda—, pero contamos con numerosas descripciones escritas de ella. Su rostro era fino y alargado, y su nariz un tanto puntiaguda; su rasgo dominante eran sus ojos, increíblemente grandes. 

Su poder seductor no residía en su aspecto; a muchas mujeres de Alejandría se les consideraba más hermosas que a ella. Lo que poseía sobre las demás mujeres era la habilidad para entretener a un hombre. En realidad Cleopatra era físicamente ordinaria y carecía de poder político, pero lo mismo Julio César que Marco Antonio, hombres valerosos e inteligentes, no percibieron nada de eso. Lo que vieron fue una mujer que no cesaba de transformarse ante sus ojos, una mujer espectáculo. 

Cada día ella se vestía y maquillaba de otra manera, pero siempre conseguía una apariencia realzada, como de diosa. Su voz, de la que hablan todos los autores, era cadenciosa y embriagadora. Sus palabras podían ser banales, pero las pronunciaba con tanta suavidad que los oyentes no recordaban lo que decía, sino cómo lo decía.


Cleopatra ofrecía variedad constante: tributos, batallas simuladas, expediciones, orgiásticos bailes de máscaras. Todo tenía un toque dramático, y se llevaba a cabo con inmensa energía. Para el momento en que los amantes de Cleopatra posaban la cabeza en la almohada junto a ella, su mente era un torbellino de sueños e imágenes. Y justo cuando creían ser amos de esa mujer exuberante y versátil, ella se mostraba alejada o enfadada, dejando en claro que era ella la que ponía las condiciones. 

A Cleopatra era imposible poseerla: había que adorarla. Fue así como una exiliada destinada a una muerte prematura logró trastocarlo todo y gobernar Egipto durante cerca de veinte años. De Cleopatra aprendemos que lo que hace a una sirena no es la belleza, sino la vena teatral, lo que permite a una mujer encarnar las fantasías de un hombre. 

Por hermosa que sea, una mujer termina por aburrir a un hombre; él ansia otros placeres, y aventura. Pero todo lo que una mujer necesita para impedirlo es crear la ilusión de que ofrece justo esa variedad y aventura. Un hombre es fácil de engañar con apariencias; tiene debilidad por lo visual. 


Si tú creas la presencia física de una sirena (una intensa tentación sexual combinada con una actitud teatral y majestuosa), él quedará atrapado. No podrá aburrirse contigo, así que no podrá dejarte. Mantén la diversión, y nunca le permitas ver quién eres en realidad. Te seguirá hasta ahogarse.

LA SIRENA DEL SEXO.


Norma Jean Mortensen, la futura Marilyn Monroe, pasó parte de su infancia en orfanatorios de Los Angeles. Dedicaba sus días a tareas domésticas, no a jugar. En la escuela se aislaba, rara vez sonreía y soñaba mucho. Un día, cuando tenía trece años, al vestirse para ir a la escuela se dio cuenta de que la blusa blanca que le habían dado en el orfanatorio estaba rota, así que tuvo que pedir prestado un suéter a una compañera más joven. El suéter era varias tallas menor que la suya. Ese día pareció de repente que los hombres la rodeaban dondequiera que iba (estaba muy desarrollada para su edad). Escribió en su diario: "Miraban mi suéter como si fuera una mina de oro".

La revelación fue simple pero sorprendente. Antes ignorada y hasta ridiculizada por los demás alumnos, Norma Jean descubrió entonces una forma de obtener atención, y quizá también poder, porque era extremadamente ambiciosa. Empezó a sonreír más, a maquillarse, a vestirse de otra manera. Y pronto advirtió algo igualmente asombroso: sin que tuviera que decir ni hacer nada, los muchachos se enamoraban apasionadamente de ella.

 "Todos mis admiradores me decían lo mismo de diferente forma", escribió. "Era culpa mía que quisieran besarme y abrazarme. Algunos decían que era el modo en que los miraba, con ojos llenos de pasión. Otros, que lo que los tentaba era mi voz. Otros más, que emitía vibraciones que los agobiaban."


Años después, Marilyn ya intentaba triunfar en la industria cinematográfica. Los productores le decían lo mismo: que era muy atractiva en persona, pero que su cara no era suficientemente bonita para el cine. Consiguió trabajo como extra, y cuando aparecía en la pantalla —así fuera apenas unos segundos—, los hombres en el público se volvían locos, y las salas estallaban en silbidos. 

Pero nadie creía que eso augurara una estrella. Un día de 1949, cuando tenía sólo veintitrés años y su carrera se estancaba, Marilyn conoció en una cena a alguien que le dijo que un productor que seleccionaba al elenco de una nueva película de Groucho Marx, Love Happy (Locos de atar), buscaba una actriz para el papel de una rubia explosiva capaz de pasar junto a Groucho de tal modo que, dijo, "excite mi vetusta libido y me saque humo por las orejas". 

Tras concertar una audición, ella improvisó esa manera de andar. "Es Mae West, Theda Bara y Bo Peep en una", afirmó Groucho luego de verla caminar. "Rodaremos la escena mañana en la mañana." Fue así como Marilyn creó su andar perturbador, apenas natural pero que ofrecía una extraña combinación de inocencia y sexo.


En los años siguientes, Marilyn aprendió, mediante prueba y error, a agudizar su efecto sobre los hombres. Su voz siempre había sido atractiva: era la de una niña. Pero en el cine tuvo limitaciones hasta que alguien le enseñó a hacerla más grave, con lo que ella la dotó de los profundos y jadeantes tonos que se convertirían en la marca distintiva de su poder seductor, una mezcla de la niña pequeña y la pequeña arpía. 

Antes de aparecer en el foro, o incluso en una fiesta, Marilyn pasaba horas frente al espejo. La mayoría creía que era por vanidad, que estaba enamorada de su imagen. La verdad era que esa imagen tardaba horas en cuajar. 

Marilyn dedicó varios años a estudiar y practicar el arte del maquillaje. Voz, porte, rostro y mirada eran inventos, teatro puro. En el pináculo de su carrera, a Marilyn le emocionaría ir a bares en Nueva York sin maquillarse ni arreglarse, y pasar desapercibida.


El éxito llegó por fin, pero con él también llegó algo terrible para ella: los estudios sólo le daban papeles de rubia explosiva. Marilyn quería papeles serios, pero nadie la tomaba en cuenta para eso, por más que ella restara importancia a las cualidades de sirena que había desarrollado. 

Un día, al ensayar una escena de El jardín de los cerezos, su maestro de actuación, Michael Chekhov, le preguntó: "¿Pensabas en sexo mientras hicimos esta escena?". Ella contestó que no, y él continuó: "En toda la escena no dejé de recibir vibraciones sexuales de ti. Como si fueras una mujer en las garras de la pasión. [...] 

Ahora entiendo tu problema con tu estudio, Marilyn. Eres una mujer que emite vibraciones sexuales, hagas o pienses lo que sea. El mundo entero ha respondido ya a esas vibraciones. Salen de la pantalla cuando apareces en ella".
A Marilyn Monroe le encantaba el efecto que su cuerpo podía tener en la libido masculina. Afinaba su presencia física como un instrumento, con lo que terminaba por exudar sexo y conseguir una apariencia glamurosa y exuberante. Otras mujeres sabían tantos trucos como ella para incrementar su atractivo sexual, pero lo que distinguía a Marilyn era un elemento inconsciente. 

Su biografía la había privado de algo decisivo: afecto. Su mayor necesidad era sentirse amada y deseada, lo que la hacía parecer constantemente vulnerable, como una niña ansiosa de protección. Esa necesidad de amor emanaba de ella ante la cámara; era algo natural, que procedía de una fuente genuina y profunda en su interior. 

Una mirada o un gesto con el que no pretendía causar deseo hacía eso en forma doblemente poderosa, sólo por ser espontáneo; su inocencia era precisamente lo que excitaba a los hombres.

La sirena del sexo tiene un efecto más urgente e inmediato que la sirena espectacular. Encarnación del sexo y el deseo, no se molesta en apelar a sentidos ajenos, o en crear una intensidad teatral. Parece jamás dedicar tiempo a trabajar o hacer tareas domésticas; da la impresión de vivir para el placer y estar siempre disponible. Lo que diferencia a la sirena del sexo de la cortesana o prostituta es su toque de inocencia y vulnerabilidad. 

Esta mezcla es perversamente satisfactoria: concede al hombre la crucial ilusión de ser protector, la figura paterna, pese a que, en realidad, sea la sirena del sexo quien controla la dinámica.


Una mujer no necesariamente tiene que nacer con los atributos de una Marilyn Monroe para poder cumplir el papel de sirena del sexo. La mayoría de los elementos físicos de esta personalidad son inventados; la clave es el aire de colegiala inocente. Mientras que una parte de ti parece proclamar sexo, la otra es tímida e ingenua, como si fueras incapaz de comprender el efecto que ejerces. 

Tu porte, voz y actitud son deliciosamente ambiguos: eres al mismo tiempo una mujer experimentada y deseosa, y una chiquilla inocente. 

Llegarás primero a las sirenas, que encantan a cuantos hombres van a su encuentro. [...] Porque les hechizan las sirenas con el sonoro canto, sentadas en una pradera y teniendo a su alrededor enorme montón de huesos de hombres putrefactos cuya piel se va consumiendo.
—Circe a Odiseo, Odisea, Canto XII.

CLAVES DE PERSONALIDAD.

La sirena es la seductora más antigua de todas. Su prototipo es la diosa Afrodita —está en su naturaleza poseer una categoría mítica—, pero no creas que es cosa del pasado, o de leyenda e historia: representa la poderosa fantasía masculina de una mujer muy sexual y extraordinariamente segura y tentadora que ofrece interminable placer junto con una pizca de peligro. 

En la actualidad, esta fantasía atrae con mayor fuerza aún a la psique masculina, porque hoy más que nunca el hombre vive en un mundo que circunscribe sus instintos agresivos al volverlo todo inofensivo y seguro, un mundo que ofrece menos posibilidades de riesgo y aventura que antes. 

En el pasado, un hombre disponía de salidas para esos impulsos: la guerra, altamar, la intriga política. En el terreno del sexo, las cortesanas y amantes eran prácticamente una institución social, y brindaban al hombre la variedad y caza que ansiaba. Sin salidas, sus impulsos quedan encerrados en él y lo corroen, volviéndose aún más explosivos por ser reprimidos. 

A veces un hombre poderoso hará las cosas más irracionales, tendrá una aventura cuando eso es lo menos indicado, sólo por la emoción, por el peligro que implica. Lo irracional puede ser sumamente seductor, y más todavía para los hombres, que siempre deben parecer demasiado razonables. 

Si lo que tú buscas es fuerza de seducción, la sirena es la más poderosa de todas. Opera sobre las emociones básicas de un hombre; y si desempeña de modo apropiado su papel, puede transformar a un hombre normalmente fuerte y responsable en un niño y un esclavo. La sirena actúa con especial eficacia sobre el tipo masculino rígido —el soldado o héroe—, como Cleopatra trastornó a Marco Antonio y Marilyn Monroe a Joe DiMaggio. Pero no creas que ese tipo es el único que la sirena puede afectar. Julio César era escritor y pensador, y había transferido su capacidad intelectual al campo de batalla y la esfera política; el dramaturgo Arthur Miller cayó bajo el hechizo de Marilyn tanto como DiMaggio. 

El intelectual suele ser el tipo más susceptible al llamado de placer físico absoluto de la sirena, porque su vida carece de él. La sirena no tiene que preocuparse por buscar a la víctima correcta. Su magia actúa sobre todos.


Antes que nada, una sirena debe distinguirse de las demás mujeres. Ella es rara y mítica por naturaleza, única en su grupo; es también una valiosa presea por arrebatar a otros hombres. Cleopatra se diferenció por su intenso sentido teatral; el recurso de la emperatriz Josefina Bonaparte fue la languidez extrema; el de Marilyn Monroe, la indefensión infantil. 

El físico brinda las mejores oportunidades en este caso, ya que la sirena es eminentemente un espectáculo por contemplar. Una presencia acentuadamente femenina y sexual, aun al extremo de la caricatura, te diferenciará de inmediato, pues la mayoría de las mujeres carecen de seguridad para proyectar esa imagen.

Habiéndose distinguido de las demás mujeres, la sirena debe poseer otras dos cualidades críticas: la habilidad para lograr que el hombre la persiga con tal denuedo que pierda el control, y un toque de peligro. E1 peligro es increíblemente seductor. Lograr que los hombres te persigan es relativamente sencillo: te bastará con una presencia intensamente sexual. 

Pero no debes parecer cortesana o ramera, a quien los hombres persiguen sólo para perder pronto todo interés. Sé en cambio algo esquiva y distante, una fantasía hecha realidad. Las grandes sirenas del Renacimiento, como Tullía d'Aragona, actuaban y lucían como diosas griegas, la fantasía de la época. Hoy tú podrías tomar como modelo a una diosa del cine, cualquiera con aspecto exuberante, e incluso imponente. 

Estas cualidades harán que un hombre te persiga con vehemencia; y entre más lo haga, más creerá actuar por iniciativa propia. Ésta es una excelente forma de disimular cuánto lo manipulas. La noción de peligro, de desafío, a veces de muerte, podría parecer anticuada, pero el peligro es esencial en la seducción. Añade interés emocional, y hoy es particularmente atractivo para los hombres, por lo común racionales y reprimidos. 

El peligro está presente en el mito original de la sirena. En la Odisea de Homero, el protagonista, Odiseo, debe atravesar las rocas en que las sirenas, extrañas criaturas femeninas, cantan e inducen a los marineros a su destrucción. Ellas cantan las glorias del pasado, de un mundo similar a la infancia, sin responsabilidades, un mundo de puro placer. 

Su voz es como el agua, líquida e incitante. Los marineros se arrojaban al agua en pos de ellas, y se ahogaban; o, distraídos y extasiados, estrellaban su nave contra las rocas. Para proteger a sus navegantes de las sirenas, Odiseo les tapa los oídos con cera; él, a su vez, es atado al mástil, para poder oírlas y vivir para contarlo —un deseo extravagante, pues lo que estremece de las sirenas es caer en la tentación de seguirlas.

Así como los antiguos marineros tenían que remar y timonear, ignorando todas las distracciones, hoy un hombre debe trabajar y seguir una senda recta en la vida. El llamado de algo peligroso, emotivo y desconocido es aún más poderoso por estar prohibido. 

Piensa en la víctimas de las grandes sirenas de la historia: París provoca una guerra por Helena de Troya; Julio César arriesga un imperio y Marco Antonio pierde el poder y la vida por Cleopatra; Napoleón se convierte en el hazmerreír de Josefina; DiMaggio no se libra nunca de su pasión por Marilyn; y Arthur Miller no puede escribir durante años. 

Un hombre suele arruinarse a causa de una sirena, pero no puede desprenderse de ella. (Muchos hombres poderosos tienen una vena masoquista.) Un elemento de peligro es fácil de insinuar, y favorecerá tus demás características de sirena: el toque de locura de Marilyn, por ejemplo, que atrapaba a los hombres. 

Las sirenas son a menudo fantásticamente irracionales, lo cual es muy atractivo para los hombres, oprimidos por su racionalidad. Un elemento de temor también es decisivo: mantener a un hombre a prudente distancia engendra respeto, para que no se acerque tanto como para entrever tus intenciones o conocer tus defectos. 

Produce ese miedo cambiando repentinamente de humor, manteniendo a un hombre fuera de balance y en ocasiones intimidándolo con una conducta caprichosa.
El elemento más importante para una sirena en ciernes es siempre el físico, el principal instrumento de poder de la sirena. Las cualidades físicas —una fragancia, una intensa feminidad evocada por el maquillaje o por un atuendo esmerado o seductor— actúan aún más poderosamente sobre los hombres porque no tienen significado. 

En su inmediatez, eluden los procesos racionales, y ejercen así el mismo efecto que un señuelo para un animal, o que el movimiento de un capote en un toro. La apariencia apropiada de la sirena suele confundirse con la belleza física, en particular del rostro. Pero una cara bonita no hace a una sirena; por el contrario, produce excesiva distancia y frialdad. (Ni Cleopatra ni Marilyn Monroe, las dos mayores sirenas de la historia, fueron famosas por tener un rostro hermoso.) 

Aunque una sonrisa y una incitante mirada son infinitamente seductoras, nunca deben dominar tu apariencia. Son demasiado obvias y directas. La sirena debe estimular un deseo generalizado, y la mejor forma de hacerlo es dar una impresión tanto llamativa como tentadora. Esto no depende de un rasgo particular, sino de una combinación de cualidades.
La voz. Evidentemente una cualidad decisiva, como lo indica la leyenda, la voz de la sirena tiene una inmediata presencia animal de increíble poder de provocación. Quizá este poder sea regresivo, y recuerde la capacidad de la voz de la madre para apaciguar o emocionar al hijo aun antes de que éste entendiera lo que ella decía. 

La sirena debe tener una voz insinuante que inspire erotismo, en forma subliminal antes que abierta. Casi todos los que conocieron a Cleopatra hicieron referencia a su dulce y deliciosa voz, de calidad hipnotizante. La emperatriz Josefina, una de las grandes seductoras de fines del siglo xviii, tenía una voz lánguida que los hombres consideraban exótica, e indicativa de su origen creóle. Marilyn Monroe nació con su jadeante voz infantil, pero aprendió a hacerla más grave para volverla auténticamente seductora. 

La voz de Lauren Bacall es naturalmente grave; su poder seductor se deriva de su lenta y sugestiva efusión. La sirena nunca habla rápida ni bruscamente, ni con tono agudo. Su voz es serena y pausada, como si nunca hubiera despertado del todo —o abandonado el lecho.
El cuerpo y el proceso para acicalar. Si la voz tiene que adormecer, el cuerpo y su proceso para acicalar deben deslumbrar. La sirena pretende crear con su ropa el efecto de diosa que Baudelaire describió en su ensayo "En elogio del maquillaje": "La mujer está en todo su derecho, y en realidad cumple una suerte de deber, al procurar parecer mágica y sobrenatural. 

Ha de embrujar y sorprender; ídolo que debe engalanarse con oro para ser adorada. Ha de hacer uso de todas las artes para elevarse sobre la naturaleza, lo mejor para subyugar corazones y perturbar espíritus".

Una sirena con talento para vestirse y acicalarse fue Paulina Bonaparte, hermana de Napoleón. Paulina se empeñó deliberadamente en alcanzar el efecto de diosa, disponiendo su cabello, maquillaje y atuendo para evocar el aire y apariencia de Venus, la diosa del amor. Ninguna otra mujer en la historia ha podido jactarse de un guardarropa tan extenso y elaborado. Su entrada a un baile, en 1798, tuvo un efecto pasmoso. 

Ella había pedido a la anfitriona, Madame Permon, que le permitiese vestirse en su casa, para que nadie la viera llegar. Cuando bajó las escaleras, todos se congelaron en un silencio de asombro. Portaba el tocado de las bacantes: racimos de uvas doradas entretejidas en su cabellera, arreglada al estilo griego. Su túnica griega, con dobladillo bordado en oro, destacaba su figura de diosa. 

Bajo los pechos ostentaba un tahalí de oro bruñido, sujetado por una magnífica joya. "No hay palabras que puedan expresar la hermosura de su apariencia", escribió la duquesa D'Abrantés. "La sala brilló aún más cuando entró. El conjunto era tan armonioso que su aparición fue recibida con un susurro de admiración, el cual continuó con manifiesto desdén por las demás mujeres."

La clave: todo tiene que deslumbrar, pero también debe ser armonioso, para que ningún accesorio llame la atención por sí solo. Tu presencia debe ser intensa, exuberante, una fantasía vuelta realidad. Los accesorios sirven para hechizar y entretener. 

La sirena puede valerse de la ropa también para insinuar sexualidad, a veces abiertamente, aunque primero sugiriéndola que proclamándola, lo cual te haría parecer manipuladora. Esto se asocia con la noción de la revelación selectiva, la puesta al descubierto de sólo una parte del cuerpo, que de cualquier manera excite y despierte la imaginación. 

A fines del siglo XVI, Marguerite de Valois, la intrigante hija de la reina de Francia, Catalina de Médicis, fue una de las primeras mujeres en incorporar a su vestuario el escote, sencillamente porque era dueña de los pechos más hermosos del reino. En Josefina Bonaparte lo notable eran los brazos, que siempre tenía cuidado en dejar desnudos.
El movimiento y el porte. En el siglo V a.C, el rey Kou Chien eligió a la sirena china Hsi
Shih entre todas las mujeres de su reino para seducir y destruir a su rival, Fu Chai, rey de Wu; con ese propósito, hizo instruir a la joven en las artes de la seducción. La más importante de éstas era la del movimiento: cómo desplazarse graciosa y sugestivamente. Hsi Shih aprendió a dar la impresión de que flotaba en el aire enfundada en su indumentaria de la corte. Cuando finalmente se entregó a Fu Chai, él cayó pronto bajo su hechizo. Nunca había visto a nadie que caminara y se moviera como ella. Se obsesionó con su trémula presencia, sus modales y su aire indiferente. Fu Chai se enamoró tanto de ella que dejó que su reino se viniera abajo, lo que permitió a Kou Chien invadirlo y conquistarlo sin dar una sola batalla.
La sirena se mueve graciosa y pausadamente. Los gestos, movimientos y porte apropiados de una sirena son como su voz: insinúan algo excitante, avivan el deseo sin ser obvios. Tú debes poseer un aire lánguido, como si tuvieras todo el tiempo del mundo para el amor y el placer. Dota a tus gestos de cierta ambigüedad, para que sugieran algo al mismo tiempo inocente y erótico. Todo lo que no se puede entender de inmediato es extremadamente seductor, más aún si impregna tu actitud.

Símbolo: Agua. El canto de la sirena es líquido e incitante, y ella misma móvil e inasible. Como el mar, la sirena te tienta con la promesa de aventura y placer infinitos. Olvidando pasado y futuro, los hombres la siguen mar adentro, donde se ahogan.
PELIGROS.
Por ilustrada que sea su época, ninguna mujer puede mantener con soltura la imagen de estar consagrada al placer. Y por más que intente distanciarse de ello, la mancha de ser una mujer fácil sigue siempre a la sirena. 

A Cleopatra se le odió en Roma, donde se le consideraba la prostituta egipcia. Ese odio la llevó finalmente a la ruina, cuando Octavio y el ejército buscaron extirpar el estigma para la virilidad ro-mana que ella había terminado por representar. 

Aun así, los hombres suelen perdonar la reputación de la sirena. Pero a menudo hay peligro en la envidia que causa en otras mujeres; gran parte del aborrecimiento de Roma por Cleopatra se originó en el enfado que provocaba a las severas matronas de esa ciudad. Exagerando su inocencia, haciéndose pasar por víctima del deseo masculino, la sirena puede mitigar un tanto los efectos de la envidia femenina. 

Pero, en general, es poco lo que puede hacen su poder proviene de su efecto en los hombres, y debe aprender a aceptar, o ignorar, la envidia de otras mujeres.

Por último, la enorme atención que la sirena atrae puede resultar irritante, y algo peor aún. La sirena anhelará a veces que se le libre de ella; otras, querrá atraer una atención no sexual. Asimismo, y por desgracia, la belleza física se marchita; aunque el efecto de la sirena no depende de un rostro hermoso, sino de una impresión general, pasando cierta edad esa impresión es difícil de proyectar. 

Estos dos factores contribuyeron al suicidio de Marilyn Monroe. Hace falta cierta genialidad, como la de Madame de Pompadour, la sirena amante del rey Luis XV, para transitar al papel de animosa mujer madura que aún seduce con sus inmateriales encantos. Cleopatra poseía esa inteligencia; y si hubiera vivido más, habría seguido siendo una seductora irresistible durante mucho tiempo. La sirena debe prepararse para la vejez prestando temprana atención a las formas más psicológicas, menos físicas, de la coquetería, que sigan concediéndole poder una vez que su belleza empiece a declinar.


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