Mezcla deseo y realidad: La ilusión perfecta.

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Para compensar las dificultades de la vida, la gente pasa mucho tiempo ensoñando, imaginando un futuro repleto de aventura, éxito y romance. Si puedes crear la ilusión de que, gracias a ti, ella puede cumplir sus sueños, la tendrás a tu merced. 


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Es importante empezar despacio, ganando su confianza, y forjar gradualmente la fantasía acorde a sus anhelos. Apunta a los secretos deseos frustrados o reprimidos, para provocar emociones incontrolables y ofuscar su razón. La ilusión perfecta es la que no se aparta mucho de la realidad, sino que posee apenas un toque de irrealidad, como al soñar despierto. Lleva al seducido a un punto de confusión en que ya no pueda distinguir entre ilusión y realidad.

FANTASÍA DE CARNE Y HUESO.

En 1964, un francés de veinte años llamado Bernard Bouriscout llegó a Pekín, China, para trabajar como contador en la embajada de Francia. Sus primeras semanas ahí no fueron lo que esperaba. Bouriscout había crecido en la provincia francesa, soñando con viajes y aventuras. Cuando se le destinó a China, imágenes de la Ciudad 

Prohibida, y de los garitos de Macao, danzaron en su mente. Pero ésta era la China : comunista, y el contacto entre occidentales y chinos era casi imposible en esa época. Bouriscout tenía que socializar con los demás europeos destacados en la ciudad, y eran por demás aburridos y exclusivistas. Estaba solo, lamentaba haber aceptado el puesto y empezó a hacer planes para marcharse.


Entonces, en una fiesta de navidad ese año, un joven chino en un rincón atrajo su mirada. Nunca había visto un solo chino en esas reuniones. El hombre era enigmático: esbelto y de baja estatura, un poco reservado, tenía una presencia atractiva. 

Bouriscout se acercó y se presentó. Aquel individuo, Shi Pei Pu, resultó ser autor de libretos para la ópera china, así como maestro de chino de miembros de la embajada francesa. De veintiséis años, hablaba un francés perfecto. Todo en él fascinó a Bouriscout: su voz era como música, suave y susurrante, y lo dejaba a uno queriendo saber más sobre él.
Aunque usualmente tímido, Bouriscout insistió en intercambiar números telefónicos.
Quizá Pei Pu sería su tutor chino.


Se vieron días después en un restaurante. Bouriscout era el único ¡occidental ahí: al fin una probadita de algo real y exótico. Resultó que Pei Pu había sido un actor famoso de óperas chinas y que procedía de una familia relacionada con la antigua dinastía gobernante. Para entonces escribía óperas sobre obreros, aunque dijo esto con una mirada de ironía. Empezaron a reunirse con regularidad, y Pei Pu enseñó a Bouriscout los lugares de interés de Pekín. A Bouriscout le gustaban sus historias; Pei Pu hablaba despacio, y cada detalle histórico parecía cobrar vida mientras platicaba, moviendo las manos para adornar sus palabras. "Ahí", decía él, por ejemplo, "es donde se colgó el último emperador Ming", señalando el lugar y contando la historia al mismo tiempo. O bien: "El cocinero del restaurante donde acabamos de comer trabajó en el palacio del último emperador", y seguía otro magnífico relato. Pei Pu hablaba asimismo de la vida en la Opera de Pekín, donde era frecuente que hombres interpretaran los papeles femeninos, lo que en ocasiones los volvía famosos.


Se hicieron amigos. El contacto chino con extranjeros era restringido, pero ellos se las arreglaban para hallar maneras de reunirse. Una noche Bouriscout acompañó a Pei Pu a la casa de un funcionario francés para dar clases a sus hijos. 


Lo escuchó contarles "La historia de la mariposa", un relato de la ópera china: una joven ansia asistir a una escuela imperial, pero en ella no se aceptan mujeres. Se disfraza de hombre, aprueba los exámenes y entra a la escuela. Un compañero se enamora de ella, y la joven se siente atraída por él, así que le confiesa que es mujer. Como casi todas las historias de este tipo, ésta termina trágicamente. Pei Pu la contó con inusual emoción; de hecho, en la ópera había interpretado el papel de la chica.


Noches después, mientras paseaban ante las puertas de la Ciudad Prohibida, Pei Pu volvió a "La historia de la mariposa": "Mira mis manos", le dijo. "Mira mi cara. La historia de la mariposa es también mi historia." Con su lenta y dramática enunciación, le explicó que los dos primeros descendientes de su madre habían sido niñas. Los hijos eran mucho más importantes en China; si el tercer descendiente era niña, el padre tendría que tomar una segunda esposa. Llegó el tercer descendiente: otra mujer. Pero la madre temió revelar la verdad, y llegó a un acuerdo con la partera: dirían que era niño, y se le educaría como tal. Ese tercer descendiente era Pei Pu.


Al paso de los años, Pei Pu había tenido que desvivirse para ocultar su sexo. Nunca entraba a baños públicos, se depilaba la frente para que pareciera que se quedaba calva, y así. Bouriscout quedó embelesado por esa historia, y también aliviado, porque, como el chico del cuento de la mariposa, en el fondo se sentía atraído por Pei Pu. Entonces todo cobró sentido; las manos pequeñas, la voz aguda, el cuello delicado. Se había enamorado de ella y, al parecer, sus sentimientos eran correspondidos. Pei Pu comenzó a visitar el departamento de Bouriscout, y pronto ya dormían juntos.


Ella siguió vistiendo como hombre, aun en el departamento de él, pero las mujeres en China usaban ropa de hombre de todos modos, y Pei Pu actuaba más como mujer que cualquier china que Bouriscout hubiera visto. En la cama, ella tenía una timidez y una manera de dirigirle las manos que eran tanto excitantes como femeninas. Todo lo volvía romántico e intenso. Cuando él no estaba con ella, cada una de las palabras y gestos de Pei Pu resonaban en su mente. Lo que volvía aún más emocionante la aventura era el hecho de que debieran mantenerla en secreto.


En diciembre de 1965 Bouriscout dejó Pekín y regresó a París. Viajó, tuvo otras aventuras, pero sus pensamientos no cesaban de volver a Pei Pu. En China estalló la Revolución Cultural, y él perdió contacto con ella. Antes de partir, ella le había dicho que estaba embarazada. El ignoraba si el niño había nacido ya. Su obsesión por ella aumentó, y, en 1969, Bouriscout se las arregló para conseguir otro puesto gubernamental en Pekín.


El contacto con extranjeros se desalentaba entonces más que en su primera visita, pero él logró localizar a Pei Pu. Ella le dijo que había dado a luz un hijo, en 1966, pero que como se parecía a él, y dado el creciente odio a los extranjeros en China y la necesidad de ella de mantener el secreto de su sexo, había tenido que enviarlo a una aislada región cerca de Rusia. Hacía mucho frío allá; tal vez su hijo había muerto. Le mostró a Bouriscout fotografías del niño, y él notó, en efecto, cierto parecido. Las semanas siguientes se las ingeniaron para verse aquí y allá, y entonces Bouriscout tuvo una idea: simpatizaba con la Revolución Cultural, y quería sortear las prohibiciones que le l impedían ver a Pei Pu, así que se ofreció como espía. El ofrecimiento fue transmitido a la persona indicada, y pronto Bouriscout robaba documentos para los comunistas. El hijo, cuyo nombre era Bertrand, fue llamado a Pekín, y Bouriscout al fin lo conoció. Una triple aventura  colmaba así la vida de Bouriscout: la tentadora Peí Pu, la emoción de ser espía y el hijo ilícito, al que quería llevar a Francia.


En 1972, Bouriscout se fue de Pekín. Los años siguientes intentó repetidamente llevar a Pei Pu y su hijo a Francia, y una década más tarde por fin tuvo éxito: los tres formaron una familia. En 1983, sin embargo, las autoridades francesas sospecharon de esa relación entre un funcionario del Ministerio del Exterior y un chino, y tras investigar un poco descubrieron la labor de espionaje de Bouriscout. Este fue arrestado, y pronto hizo una confesión asombrosa: el hombre con quien vivía en realidad era mujer. 

Confundidos, los franceses ordenaron que se examinara a Pei Pu; como suponían, él era un hombre cabal. Bouriscout fue a la cárcel.


Aun después de oír la confesión de su examante, Bouriscout seguía convencido de que Pei Pu era mujer. Su cuerpo suave, su relación íntima: ¿cómo podía estar equivocado? Sólo cuando Pei Pu, encarcelado en la misma prisión, le mostró la incontrovertible prueba de su sexo, Bouriscout lo aceptó por fin.


Interpretación. En cuanto Pei Pu conoció a Bouriscout, reparó en que había encontrado a la víctima perfecta. Bouriscout estaba solo, aburrido, desesperado. La forma en que reaccionó ante Pei Pu sugería que probablemente también era homosexual, o quizá bisexual; o al menos, que estaba confundido. (De hecho, Bouriscout había tenido encuentros homosexuales de chico; sintiéndose culpable, había intentado reprimir ese lado de sí mismo.) Pei Pu había hecho antes papeles femeninos, y era muy bueno en eso: esbelto y afeminado, físicamente aquello no era una exageración. Pero ¿quién habría creído su historia, o al menos no se habría mostrado escéptico ante ella? El componente crítico de la seducción de Bouriscout por Pei Pu, en la que éste dio vida a la fantasía de aventura del francés, fue empezar poco a poco y establecer una idea en la mente de su víctima. En su perfecto francés (lleno sin embargo de interesantes expresiones chinas), acostumbró a Bouriscout a oír historias y relatos, algunos verídicos, otros no, pero todos enunciados en su tono dramático pero verosímil. Luego sembró la idea de transformación de género con su "Historia de la mariposa". Para cuando confesó la "verdad" sobre su género, ya había encantado por completo a Bouriscout.


Este último se previno contra toda sospecha porque quería creer en la historia de Pei Pu. Todo lo demás fue fácil. Pei Pu fingió sus periodos; no hizo falta mucho dinero para conseguir un niño que él pudiera hacer pasar razonablemente por hijo de ambos. Más aún, llevó al extremo la ejecución de su papel de fantasía, pues no dejó de ser escurridizo y misterioso (como un occidental habría esperado de una mujer asiática) mientras envolvía su pasado, y en realidad toda la experiencia de ambos, en historias excitantes. 

Como explicó después Bouriscout: "Pei Pu me lavó el cerebro. [...] Yo tenía relaciones, y en mis ideas, mis sueños, estaba a años luz de la verdad".
Bouriscout pensaba que tenía una aventura exótica, lo cual era para él una fantasía perdurable. 
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Menos conscientemente, disponía de una salida para su homosexualidad reprimida. Pei Pu encarnó su fantasía, le dio cuerpo, actuando primero sobre su mente. La mente posee dos tendencias: quiere creer lo que es agradable creer, pero por autoprotección tiene la necesidad de desconfiar. Si empiezas siendo demasiado teatral, haciendo un gran esfuerzo por crear una fantasía, alimentarás ese lado desconfiado de la mente; y una vez nutrido éste, las dudas no desaparecerán. En cambio, debes comenzar poco a poco, despertando confianza, quizá dejando ver a la gente un ligero toque de algo extraño o excitante en ti para avivar su interés. Entonces podrás armar tu historia, como cualquier obra de acción. Has sentado una base de confianza; así, las fantasías y sueños en que envuelves a los demás son súbitamente creíbles.


Recuerda: las personas quieren creer en lo extraordinario; con unos cuantos cimientos, cierto preludio mental, se enamorarán de tu ilusión. Exagera en todo caso el lado de la realidad: usa utilería verdadera (como el hijo que Pei Pu mostró a Bouriscout), y añade los toques fantásticos con tus palabras, o con un gesto ocasional que te confiera una leve irrealidad. Una vez que sientas atrapada a la gente, podrás intensificar tu hechizo, llegar cada vez más lejos en la fantasía. En ese momento, ella habrá llegado tan lejos en su propia mente que ya no tendrás que molestarte por la verosimilitud.

CUMPLIMIENTO DEL DESEO.

En 1762, Catalina, esposa del zar Pedro III, dio un golpe contra su incapaz esposo y se proclamó emperatriz de Rusia. Los años siguientes gobernó sola, pero tuvo una serie de amantes. Los rusos los llaman vremienchíki, "los hombres del momento", y en 1774 el hombre del momento era Grigori Potemkin, teniente de treinta y cinco años de edad, diez menos que Catalina, y el más insólito candidato a ese papel. Potemkin era tosco y en absoluto apuesto (había perdido un ojo en un accidente). Pero sabía hacer reír a Catalina, y la adoraba tanto que ella al fin sucumbió. Él se convirtió rápidamente en el amor de su vida.
Catalina ascendió a Potemkin cada vez más en la jerarquía, hasta hacerlo gobernador de la Rusia Blanca, inmensa área del suroeste que incluía a Ucrania. Como gobernador, Potemkin tuvo que abandonar San Petersburgo e ir a vivir al sur. Sabía que Catalina no podía estar sin compañía masculina, así que asumió la responsabilidad de nombrar a su siguiente vremienchúá. Ella no sólo aprobó esa disposición, sino que dejó en claro que Potemkin sería siempre su favorito.


El sueño de Catalina era emprender una guerra con Turquía, recuperar Constantinopla para la iglesia ortodoxa y expulsar a los turcos de Europa. Ofreció compartir esta cruzada con el joven emperador de los Habsburgo, José II, pero éste nunca se convenció de firmar el tratado que los uniría en guerra. Impaciente, en 1783 Catalina se anexó Crimea, península del sur poblada principalmente por tártaros musulmanes. Pidió a Potemkin hacer ahí lo que ya había logrado en Ucrania: librar el área de bandidos, construir caminos, modernizar los puertos, llevar prosperidad a los pobres. Una vez arreglada, Crimea sería el perfecto puerto de lanzamiento de la guerra contra Turquía.


Crimea era un atrasado páramo, pero a Potemkin le agradó el reto. Trabajando en un centenar de proyectos diferentes, se embriagó con visiones de los milagros que haría allá. Establecería una capital junto al río Dniéper, Ekaterinoslav (La gloria de Catalina), que rivalizaría con San Petersburgo y alojaría una universidad que opacaría a cualquiera de Europa. El campo albergaría interminables sembradíos de trigo, huertos de raros frutos de Oriente, criaderos de gusanos de seda, nuevas ciudades con mercados bulliciosos. En una visita a la emperatriz en 1785, Potemkin habló de esas cosas como si ya existieran, así de vividas eran sus descripciones. 

La emperatriz se mostró encantada, pero sus ministros fueron escépticos; Potemkin era dado a hablar. Ignorando sus advertencias, en 1787 Catalina solicitó una gira por el área. Pidió a José II que la acompañara; él quedaría tan impresionado con la modernización de Crimea que firmaría de inmediato la guerra contra Turquía. Potemkin, naturalmente, debía organizar toda la cuestión.


Así, en mayo de ese año, luego de que el Dniéper se descongeló, Catalina se preparó para efectuar un viaje de Kiev, en Ucrania, a Sebastopol, en Crimea. Potemkin dispuso que siete palacios flotantes transportaran por el río a Catalina y su séquito. El viaje empezó, y al mirar las riberas a cada lado, Catalina, José y los cortesanos hallaban arcos de triunfo ante ciudades de pulcro aspecto, recién pintadas sus paredes; ganado de saludable apariencia paciendo en las pasturas; torrentes de tropas desfilando en los caminos; edificios que se alzaban en todas partes. Al anochecer los entretuvieron campesinos ataviados con brillantes prendas, y sonrientes muchachas con flores en el cabello, que bailaban en la orilla. Catalina había recorrido el área muchos años atrás, y la pobreza del campesinado le había entristecido; decidió entonces que cambiaría de algún modo su suerte. 

Ver ante sus ojos las señales de esa transformación la sobrepasó, y amonestó a los críticos de Potemkin: "¡Miren lo que ha hecho mi favorito, vean estos milagros!".


De camino anclaron en tres ciudades, permaneciendo cada vez en un magnífico palacio
recién construido, con cascadas artificiales en jardines estilo inglés. En tierra recorrieron poblados con bulliciosos mercados; los campesinos trabajaban gustosamente, construyendo y reparando. En todas partes donde pasaron la noche, algún espectáculo ocupó su vista: bailes, desfiles, retablos mitológicos, volcanes artificiales que iluminaban jardines moriscos. Finalmente, al término del viaje, en el palacio de Sebastopol, Catalina y José hablaron de la guerra con Turquía. José reiteró sus preocupaciones. De pronto, Potemkin interrumpió: "Tengo cien mil soldados esperando que les diga: '¡En marcha!'". En ese momento las ventanas del palacio se abrieron de golpe, y al son del estruendo de cañones ellos miraron filas de soldados hasta donde alcanzaba la vista, y una flota naval que ocupaba el puerto. Impactado por la vista, y con imágenes de ciudades de Europa oriental recuperadas de los turcos danzando en su cabeza, José II, finalmente, firmó el tratado. 

Catalina estaba extasiarla, y su amor por Potemkin alcanzó nuevas alturas. Él había hecho realidad sus sueños. Catalina no sospechó nunca que casi todo lo que había visto era pura falsedad, quizá la ilusión mis compleja jamás evocada por un hombre.


Interpretación. En sus cuatro años como gobernador de Crimea, Potemkin había hecho poco, porque se necesitaban décadas para componer ese atrasado lugar junto al mar. Pero en los escasos meses previos a la visita de Catalina, hizo lo siguiente: cada edificio frente al camino o la ribera recibió una nueva capa de pintura; se colocaron árboles artificiales para ocultar de la vista puntos impropios; los techos rotos se repararon con tablas ligeras pintadas de tal modo que parecieran tejas; todos a quienes la comitiva vería recibieron la instrucción de vestir sus mejores ropas y parecer felices; los ancianos y enfermos debían quedarse en casa. Flotando en sus palacios por el Dniéper, el séquito imperial vio flamantes poblados, pero la mayoría de los edificios sólo eran fachadas. Los hatos dé ganado se llevaron desde muy lejos, y se trasladaron de noche a campos nuevos a lo largo de la ruta. A los campesinos bailarines se les adiestró en sus espectáculos; luego, cada uno era cargado en carretas y apresuradamente transportado a otro lugar río abajo, al igual que los soldados de los desfiles, quienes parecían estar en todas partes. 

Los jardines de los nuevos palacios se llenaron con árboles trasplantados que días después se secaron. Los palacios mismos fueron rápida y deficientemente construidos, pero tan magníficamente amueblados que nadie se dio cuenta. Una fortaleza en el camino se construyó con arena, y fue derribada poco después por una tormenta.


El costo de esta vasta ilusión había sido enorme, y la guerra con Turquía sería un fracaso, pero Potemkin había cumplido su meta. Para el observador, desde luego, a lo largo de la ruta había señales de que nada era lo que parecía; pero cuando la emperatriz insistió en que todo era real y glorioso, los cortesanos no pudieron menos que estar de acuerdo. Esa fue la esencia de la seducción: Catalina deseaba tan-to que se le considerara una gobernante benigna y progresista, la cual derrotaría a los turcos y liberaría a Europa, que cuando vio señales de cambio en Crimea, su mente completó el cuadro.


Cuando nuestras emociones se inmiscuyen, a menudo tenemos problemas para ver las cosas tal como son. El amor puede nublar nuestra visión, haciéndonos colorear los acontecimientos para que coincidan con nuestros deseos. A fin de hacer creer a la gente en las ilusiones que crees, debes alimentar las emociones sobre las que tiene menos control. Con frecuencia la mejor manera de hacer esto es determinar sus deseos insatisfechos, sus anhelos que claman realización. Tal vez quisiera verse a sí misma como noble o romántica, pero la vida se lo ha impedido. Quizá desea una aventura. 

Si algo parece dar validez a esta aspiración, ella se emocionará y volverá irracional, al punto casi de la alucinación.


Recuerda envolverla en tu ilusión poco a poco. Potemkin no empezó con espectáculos grandiosos, sino con vistas simples a lo largo del camino, como el ganado que pastaba. Luego llevó a la gente a tierra, intensificando el drama, hasta el clímax calculado en que las ventanas se abrieron de golpe para revelar un poderoso aparato bélico: en realidad un escaso millar de hombres y barcos alineados de tal forma que sugerían muchos más. 

Como Potemkin, lleva a tu objetivo a un viaje, físico o de otra especie. La sensación de una aventura compartida es pródiga en asociaciones fantásticas. Hazle sentir que ve y vive algo relacionado con sus más profundos anhelos, y verá poblados prósperos y felices donde sólo hay fachadas.


Ahí comenzó el verdadero viaje por el país de las hadas de Potemkin. Era como un sueño: la ensoñación de un mago que ha descubierto el secreto para materializar sus visiones. [...] [Catalina] y sus acompañantes habían dejado atrás el mundo de la realidad [...] Hablaban de Ifigeniay los dioses antiguos, y Catalina se sintió al mismo tiempo Alejandro y Cleopatra. —Gina KauS.

CLAVES PARA LA SEDUCCIÓN.

La realidad puede ser implacable: suceden cosas sobre las que tenemos poco control, los demás ignoran nuestros sentimientos en afán de obtener lo que necesitan, el tiempo se agota antes de que cumplamos lo que queremos. Si alguna vez nos detuviéramos a examinar el presente y el futuro en forma totalmente objetiva, nos desesperaríamos. Por fortuna, desarrollamos pronto el hábito de soñar. En este otro mundo mental que habitamos, el futuro está lleno de posibilidades optimistas. Quizá mañana convenceremos de esa brillante idea, o conoceremos a la persona que cambiará nuestra vida. Nuestra cultura estimula estas fantasías con constantes imágenes e historias de sucesos maravillosos y felices romances.


El problema es que esas imágenes y fantasías solo existen en nuestra mente, o en la pantalla. Pero en verdad no son suficientes: ansiamos lo real, no esa ensoñación y tentación interminables. Tu tarea como seductor es dar cuerpo a la vida fantástica de alguien encarnando una figura de fantasía, o creando un escenario que se parezca a los sueños de esa persona. Nadie puede resistirse a la fuerza de un deseo secreto que ha cobrado vida ante sus ojos. Elige primeramente objetivos que tengan alguna represión o sueño incumplido, siempre las más probables víctimas de la seducción. Lenta y gradualmente, forja la ilusión de que ven y sienten y viven sus sueños. Una vez que tengan esta sensación, perderán contacto con la realidad, y empezarán a ver tu fantasía como algo más real que todo. Y en cuanto pierdan contacto con la realidad, serán (para citar a Stendhal acerca de las víctimas de Lord Byron) como alondras asadas en tu boca.

La mayoría de la gente tiene una idea falsa de la ilusión. Como cualquier mago sabe, no es necesario fundarla en algo grandioso o teatral; lo grandioso y teatral en realidad puede ser destructivo, al llamar mucho la atención sobre ti y tus ardides. Da en cambio la impresión de normalidad. Una vez que tus objetivos se sientan seguros —nada está fuera de lo común—, dispondrás de margen para engañarlos. Pei Pu no contó de inmediato la mentira sobre su género; se tomó su tiempo, hizo que Bouriscout se acercara a él. Cuando Bouriscout se prendó de su caso, Pei Pu siguió usando ropa de hombre. Al animar una fantasía, el gran error es imaginar que debe ser desbordante. Esto lindaría en lo camp, lo cual es entretenido pero raramente seductor. Por el contrario, a lo que apuntas es a lo que Freud llamó lo "misterioso", algo extraño y familiar al mismo tiempo, como un déjá vu, o un recuerdo de infancia: cualquier cosa levemente irracional y de ensueño. Lo misterioso, la mezcla de lo real y lo irreal, tiene inmenso poder sobre nuestra imaginación. Las fantasías a las que das vida para tus objetivos no deben ser estrafalarias ni excepcionales; deben enraizarse en la realidad, con un dejo de extrañeza, de teatralidad, de ocultismo (hablar del destino, por ejemplo). Recuerda vagamente a los demás algo de su infancia, o un personaje de una película o un libro. Aun antes de que Bouriscout conociera la historia de Pei Pu, tuvo la misteriosa sensación de algo notable y fantástico en ese hombre de apariencia normal.


El secreto para crear un efecto misterioso es ser sutil y sugerente.


Emma Hart tenía un pasado prosaico: su padre había sido herrero de pueblo en la Inglaterra del siglo XVIII. Emma era hermosa, pero no i tenía ningún otro talento que la avalara. Sin embargo, ascendió hasta convertirse en una de las mayores seductoras de la historia, seduciendo primero a Sir William Hamilton, el embajador inglés en la corte de Nápoles, y luego (como Lady Hamilton, esposa de Sir William) al vicealmirante Lord Nelson. Lo extraño al conocerla era la misteriosa sensación de que ella era una figura del pasado, una mujer salida de la mitología griega o la historia antigua. 

Sir William coleccionaba antigüedades griegas y romanas; para seducirlo, Emma se asemejó hábilmente a una estatua griega, y a figuras míticas en los cuadros de la época. No era sólo la manera en que se peinaba, o se vestía, sino sus poses, su forma de conducirse. Era como si uno de los cuadros que Sir [William coleccionaba hubiera cobrado vida. Pronto él empezó a dar \ fiestas en su casa de Nápoles en las que Emma se ponía disfraces y adoptaba poses, recreando imágenes de la mitología y la historia. Docenas de hombres se enamoraron de ella, porque encarnaba una imagen de su infancia, una imagen de belleza y perfección. La clave para esta creación de fantasía era una asociación cultural compartida: mitología, seductoras históricas como Cleopatra. Cada cultura posee una reserva de esas figuras del distante y no tan distante pasado. Insinúas una semejanza, en espíritu y apariencia, pero eres de carne y hueso. ¿Qué podría ser más estremecedor que la sensación de estar en presencia de una figura de fantasía llegada de tus más remotos recuerdos?


Una noche, Paulina Bonaparte, la hermana de Napoleón, ofreció una cena de gala en su casa. En cierto momento, un apuesto oficial alemán se acercó a ella en el jardín y le pidió ayuda para transmitir una solicitud al emperador. Paulina dijo que haría cuanto pudiera y, con una mirada algo misteriosa, le pidió regresar a ese sitio la noche siguiente. El oficial volvió, y fue recibido por una joven que lo condujo a unas habitaciones cerca del jardín, y luego a un magnífico salón, con todo y un extravagante baño. Momentos después entró otra joven por una puerta lateral, vestida con las más finas prendas. Era Paulina. Sonaron campanas, se tiraron sogas, y aparecieron doncellas, que prepararon el baño, dando al oficial una bata, y desaparecieron. El oficial describió después la velada como salida de un cuento de hadas, y tuvo la sensación de que Paulina había interpretado deliberadamente el papel de una seductora mítica. 

Ella era lo bastante bella y poderosa para conseguir casi todo hombre que quisiera, y no le interesaba llevarlo simplemente a la cama; quería envolverlo en una aventura romántica, seducir su mente.' Parte de la aventura era la sensación de que desempeñaba un papel, e invitaba a su objetivo a esa fantasía compartida.


Hacer teatro improvisado es sumamente placentero. Su atractivo se remonta a la infancia, cuando conocemos la emoción de actuar diferentes papeles, imitando a los adultos o a personajes de ficción. Cuando crecemos y la sociedad nos fija un papel, una parte nuestra ansia la actitud juguetona que antes teníamos, las máscaras que podíamos usar. Aún queremos practicar ese juego, cumplir un papel diferente en la vida. Cede a este deseo de tus blancos, dejando primero en claro que representas un papel, e invitándolos luego a acompañarte en una fantasía compartida. Entre más hagas las cosas como si se tratara de una obra de teatro u obra de ficción, mejor. Mira cómo Paulina inició la seducción con una misteriosa solicitud de que el oficial reapareciera la noche siguiente; luego, una segunda mujer lo llevó a la serie mágica de habitaciones. Paulina demoró su entrada, y cuando apareció, no mencionó el asunto del oficial con Napoleón, ni nada remotamente banal. Ella tenía un aire etéreo; lo invitaba a entrar a un cuento de hadas. La velada era real, pero tenía una misteriosa semejanza con un sueño erótico.


Casanova llevaba el teatro aún más lejos. Viajaba con un enorme guardarropa y un baúl lleno de objetos de utilería, muchos de ellos regalos para sus víctimas: abanicos, joyas y otros accesorios. Y parte de lo que decía y hacía lo tomaba de novelas que había leído e historias que escuchaba. Envolvía a las mujeres en una atmósfera romántica, exagerada pero muy real para sus sentidos. Como Casanova, ve el mundo como una suerte de teatro. Inyecta cierta ligereza a los papeles que ejecutas; intenta crear una sensación de drama e ilusión; confunde a la gente con la leve irrealidad de palabras y gestos inspirados por la ficción; en la vida diaria, sé un actor consumado. 

Nuestra cultura los venera por su libertad para interpretar papeles. Esto es algo que todos envidiamos.


Durante años, el cardenal de Rohan había temido haber ofendido de algún modo a su reina, María Antonieta. Ella apenas si lo miraba. En 1784, la condesa de Lamotte-Valois le sugirió que la reina estaba dispuesta no sólo a cambiar esa situación, sino en verdad a ser su amiga. La reina, dijo Lamotte-Valois, se lo indicaría en su siguiente recepción formal, asintiendo con la cabeza en su dirección en una forma particular.


Durante la recepción, Rohan notó en efecto un ligero cambio en la conducta de la reina hacia él, y una mirada apenas perceptible a su persona. Esto le causó gran alegría. La condesa sugirió entonces el intercambio de cartas, y Rohan pasó días escribiendo y rescribiendo su primera carta a la reina. Para su deleite, recibió respuesta. Luego la reina solicitó una entrevista privada con él, en los jardines de Versalles. Rohan no cabía en sí de dicha y ansiedad. Al anochecer se reunió con la reina en los jardines, se echó al suelo y besó la orla de su vestido. "Usted puede esperar que se olvide el pasado", le dijo ella. En ese momento oyeron voces que se acercaban, y la reina, temerosa de que alguien los viera juntos, huyó a toda prisa con sus sirvientes. Pero Rohan recibió pronto una solicitud suya, nuevamente a través de la condesa: ansiaba adquirir el más hermoso collar de diamantes jamás creado. Necesitaba un intermediario que lo comprara por ella, pues el rey lo juzgaba demasiado costoso. Había elegido a Rohan para la tarea. El cardenal se mostró más que dispuesto; realizando esta función demostraría su lealtad, y la reina estaría en deuda con él para siempre. Rohan adquirió el collar, la condesa había de entregarlo a la reina. Rohan esperó entonces a que la soberana se lo agradeciera, y le pagara poco a poco.


Pero esto nunca sucedió. En realidad la condesa era una gran estafadora: la reina jamás señaló nada a Rohan, él sólo lo había imaginado. Las cartas que había recibido de ella eran falsificaciones, ni siquiera muy buenas. La mujer a la que había visto en el parque era una prostituta, pagada para disfrazarse y actuar. El collar era real, por supuesto; pero una vez que Rohan lo pagó, y lo entregó a la condesa, desapareció. Se le dividió en partes, que se ofrecieron en toda Europa a montos muy elevados. Y cuando Rohan se quejó finalmente con la reina, la noticia de la extravagante compra se difundió rápidamente. El pueblo creyó la historia de Rohan: que la reina había comprado el collar, y fingía otra cosa. Esta ficción fue el primer paso en la ruina de la reputación de la monarca.


Todos hemos perdido algo en la vida, sentido la punzada de la desilusión. La idea de que podemos recuperar algo, de que un error puede corregirse, es inmensamente seductora. Bajo la impresión de que la reina estaba dispuesta a perdonar algún error que él hubiera cometido, Rohan alucinó todo tipo de cosas: señales que no existían, cartas que eran las más burdas falsificaciones, una prostituta convertida en María Antonieta. La mente es infinitamente vulnerable a la sugestión, más aún cuando están de por medio fuertes deseos. Y nada es más fuerte que el deseo de cambiar el pasado, remediar un error, reparar una decepción. Halla esos deseos en tus víctimas y te será simple crear una fantasía creíble: pocos tienen el poder de identificar una ilusión en la que desesperadamente quieren creer.


Símbolo. Shangri-La. Todos tenemos en nuestra mente una visión de un lugar perfecto en él que la gente es buena y noble, donde los sueños pueden realizarse y los deseos cumplirse, donde la vida está llena de aventura y romance. Lleva de viaje allá a tu objetivo, déjale ver Shangri-La entre la niebla de la montaña, y se enamorará.

REVERSO.

No hay reverso en este capítulo. La seducción jamás procederá sin crear ilusión, la sensación de un mundo real pero aparte de la realidad.


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