Muestra de lo que eres capaz.

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FASE TRES.

El precipicio.

Intensificación del efecto con medidas extremas.
La meta de esta fase es intensificarlo todo: el efecto que tienes en la mente de tus víctimas, los sentimientos de amor y apego, la tensión en ellas. 


Una vez en tus garras, podrás manejarlas a tu antojo, entre la esperanza y la desesperación, hasta debilitarlas y quebrantarlas. Señalar hasta dónde estás dispuesto a llegar por ellas, haciendo una obra noble o caballerosa. (16: Muestra de lo que eres capaz), acarreará una sacudida potente, desatará una reacción sumamente positiva. Todos tenemos cicatrices, deseos reprimidos y asuntos pendientes de la infancia. Saca esos deseos y heridas a la superficie, haz sentir a tus víctimas que reciben lo que nunca tuvieron de niños y penetrarás hondo en su psique, despertarás emociones incontrolables. (17: Efectúa una regresión). Entonces podrás hacer que tus víctimas se extralimiten, representen sus lados más oscuros, con lo que añadirás a tu seducción una sensación de peligro. (18: Fomenta las transgresiones y lo prohibido).

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Necesitas acentuar el hechizo, y nada confundirá y encantará más a tus víctimas que dar a tu seducción un cariz espiritual. No es lascivia lo que te motiva, sino el destino, ideas divinas y todo lo elevado. (19: Usa señuelos espirituales). Lo erótico acecha bajo lo espiritual. Tus víctimas estarán así debidamente preparadas. Afligiéndolas deliberadamente, infundiendo en ellas temores y ansiedades, las llevarás al borde del precipicio, de donde será fácil empujarlas y hacerlas caer. (20: Combina el placer y el dolor). Sentirán enorme tensión, y ansia de alivio.


Muestra de lo que eres capaz.


La mayoría quiere ser seducida. Si se resiste a tus
esfuerzos, quizá se deba a que no has llegado lo bastante lejos para disipar sus dudas, sobre tus motivos, la hondura de tus sentimientos y demás. Una acción oportuna que demuestre hasta dónde estás dispuesto a llegar para conquistarla desvanecerá sus dudas. No te importe parecer ridículo o cometer un error; cualquier acto de abnegación por tus objetivos arrollará de tal manera sus emociones que no notarán nada más. 

Nunca exhibas desánimo por la resistencia de la gente, ni te quejes. En cambio, enfrenta el reto haciendo algo extremoso o cortés. A la inversa, alienta a los demás a demostrar su valía volviéndote difícil de alcanzar, inasible, disputable.


EVIDENCIA SEDUCTORA.


Cualquiera puede darse ínfulas, decir cosas honrosas de sus sentimientos, insistir en lo mucho que nos quiere, así como a todas las personas oprimidas en los más remotos confines del planeta. Pero si nunca se comporta de un modo que confirme sus palabras, empezaremos a dudar de su sinceridad; quizá tratamos con un charlatán, un hipócrita o un cobarde. Halagos y palabras bonitas no pueden ir demasiado lejos. Pero llegará
un momento en que tengas que enseñar a tu víctima alguna evidencia, igualar tus palabras con tus actos.


Este tipo de evidencia cumple dos funciones. Primero, disipa cualquier duda que persista sobre ti. Segundo, una acción que revela una cualidad positiva en ti es sumamente seductora en sí misma. Las hazañas heroicas o desinteresadas producen una reacción emocional poderosa y positiva. No te preocupes: no es necesario que tus actos sean tan valerosos y desinteresados que pierdas todo por su causa. La sola apariencia de nobleza será suficiente. De hecho, en un mundo en que la gente analiza en exceso y habla demasiado, cualquier acción tiene un efecto tonificante y seductor. En el curso de una seducción es normal hallar resistencia. Entre más obstáculos venzas, por supuesto, mayor será el placer que te espera, pero más de una seducción fracasa porque el seductor no interpreta correctamente las resistencias del objetivo. Las más de las veces te rindes demasiado fácil. Comprende primero una ley básica de la seducción: la resistencia es señal de que las emociones de la otra persona están implicadas en el proceso. El único individuo al que no puedes seducir es al frío y distante. La resistencia es emocional, y puede transformarse en su contrario, de igual forma que en el jiujitsu la resistencia física del contrincante puede usarse para hacerlo caer. Si la gente se te resiste porque no confía en ti, un acto aparentemente desinteresado, que indique lo lejos que estás dispuesto a llegar para demostrar tu valía, será un eficaz remedio. Si se resiste porque es virtuosa, o por lealtad a otra persona, tanto mejor: la virtud y el deseo reprimido son fáciles de vencer con acciones. Como escribió la gran seductora Natalie Barney: "La virtud suele ser una súplica de más seducción".


Hay dos maneras de mostrar de lo que eres capaz. Primero, la acción espontánea: surge una situación en la que el objetivo requiere ayuda, debe resolver un problema o simplemente necesita un favor. No puedes prever estas situaciones, peto debes estar listo para ellas, porque pueden aparecer en cualquier momento. Impresiona al objetivo llegando más lejos de lo necesario: sacrificando más dinero, tiempo, esfuerzo del esperado. Tu blanco usará a menudo estos momentos, o incluso los inventará, como una especie de prueba: ¿te retirarás? ¿O estarás a la altura de las circunstancias? No puedes vacilar ni protestar, ni siquiera un momento, o todo estará perdido. De ser necesario, haz que el acto parezca haberte costado más de lo que fue, nunca con palabras, sino en forma indirecta: miradas de agotamiento, versiones esparcidas por terceros, lo que haga falta.


La segunda manera de mostrar de lo que eres capaz es la hazaña heroica que planeas y ejecutas con anticipación, solo y en el momento justo, de preferencia ya avanzada la seducción, cuando cualquier duda que la víctima siga teniendo de ti es más peligrosa que antes. Elige un acto dramático y difícil que revele el mucho tiempo y esfuerzo implicados. El peligro puede ser muy seductor. Dirige hábilmente a tu víctima a una crisis, un momento de peligro, o colócala indirectamente en una posición incómoda, y podrás hacerla de salvador, de caballero galante. 

Los fuertes sentimientos y emociones que esto incita pueden redirigirse con facilidad hacia el amor.


ALGUNOS EJEMPLOS.


1.- En la Francia de la década de 1640, Marión de l'Orme era la cortesana más codiciada. Renombrada por su belleza, había sido amante del cardenal Richelieu, entre otras notables figuras políticas y militares. Conquistar su cama era señal de éxito.


El libertino conde Grammont cortejó a De l'Orme durante semanas, y ella le dio por fin una cita, para una noche. El conde se preparó para un encuentro maravilloso, pero el día de la cita recibió una carta en la que ella expresaba, en términos corteses y delicados, su terrible pesan sufría un dolor de cabeza atroz, y debía guardar cama esa noche. Su cita tendría que posponerse. El conde tuvo la certeza de que otro lo desplazaba, porque De l'Orme era tan caprichosa como bella.


Grammont no titubeó. Al anochecer cabalgó hasta el Marais, donde vivía De l'Orme, y exploró los alrededores. En una plaza cerca de la casa de ella vio a un hombre aproximarse a pie. Tras reconocer al duque de Bríssac, supo de inmediato que él lo suplantaría en la cama de la cortesana. Brissac pareció disgustado de tropezar con el conde, así que Grammont se acercó a toda prisa a él y le dijo: "Brissac, amigo, debes hacerme un favor de la mayor importancia: tengo una cita, por primera vez, con una mujer que vive cerca de aquí; y como esta visita es sólo para concertar medidas, mi estancia será muy breve. Ten la bondad de prestarme tu capa, y de pasear un rato a mi caballo, hasta mi regreso; pero, sobre todo, no te alejes de este sitio". Sin esperar respuesta, Grammont tomó la capa del duque y le tendió la brida de su caballo. Al volverse atrás, vio que Brissac lo miraba, así que fingió entrar a una casa, salió por atrás, dio la vuelta y llegó a la casa de De rorme sin ser visto.


Tocó la puerta, y una criada, confundiéndolo con el duque, lo dejó pasar. Marchando directamente a la cámara de la dama, la encontró tendida en un sofá, con un fino vestido. Se quitó la capa de Brissac, y ella lanzó un grito, asustada. "¿Qué pasa, hermosa?", preguntó él. "Parece que ya no le duele la cabeza...". Ella pareció ofendida, exclamó que aún sufría e insistió en que él se retirara. Ella podía, dijo, hacer o deshacer citas. "Madam", replicó tranquilamente Grammont, "sé qué le preocupa: teme que Brissac me halle aquí; pero puede estar tranquila a ese respecto." Abrió entonces la ventana y dejó ver a Brissac afuera, en la plaza, paseando diligentemente un caballo, como cualquier mozo de cuadra. Parecía ridículo; De l'Orme echó a reír, lanzó los brazos al conde y exclamó: "¡Mi querido caballero! No puedo más; usted es demasiado amable y excéntrico para no ser perdonado". Él le contó el lance, y ella prometió que el duque podría ejercitar caballos toda la noche, pues no lo dejaría entrar. Hicieron una cita para la noche siguiente. Fuera, el conde devolvió la capa, se disculpó por tardar tanto y dio las gracias al duque. Brissac se mostró sumamente gentil, e incluso sujetó el caballo de Grammont para que éste montara y le hizo adiós con la mano al partir. Interpretación. El conde Grammont sabía que la mayoría de los aspirantes a seductores se rinden muy fácilmente, confundiendo el capricho o la aparente frialdad con una señal de genuina falta de interés. De hecho, eso puede significar muchas cosas: quizá esa persona te está poniendo a prueba, preguntándose si hablas en serio. La conducta quisquillosa corresponde justo a este tipo de prueba; si te rindes a la primera señal de dificultad, es obvio que no quieres tanto a tu víctima. O podría ser que ella esté insegura acerca de ti, o intente elegir entre otra persona y tú. En cualquier caso, es absurdo darse por vencido. Una muestra incontrovertible de lo lejos que estás dispuesto a llegar aplastará toda duda. Y también derrotará a tus rivales, porque la mayoría de la gente es tímida, teme hacer el ridículo y rara vez corre riesgos.


Al tratar con objetivos difíciles o renuentes, lo mejor suele ser improvisar, como lo hizo Grammont. Si tu acción parece súbita y sorpresiva, los emocionará más, los relajará. Un poco de recopilación indirecta de información —algo de espionaje— es siempre una buena idea. 

Pero lo más importante es el espíritu con que acometes tu prueba. Si estás de buen humor y animado, si haces reír al objetivo, mostrando tu valía y divirtiéndolo al mismo tiempo, no importará si echas todo a perder, o si él ve que has empleado algunas artimañas. Cederá al agradable ánimo que has creado. Advierte que el conde nunca se quejó ni enojó, ni se puso a la defensiva. 


Todo lo que tuvo que hacer fue jalar la cortina y dejar ver al duque paseando al caballo, derritiendo con risas la resistencia de De l'Orme. En un acto bien ejecutado, demostró lo que era capaz de hacer por una noche de sus favores.


2.- Paulina Bonaparte, la hermana de Napoleón, tuvo al paso de los años tantas aventuras con hombres que los médicos temían por su salud. No podía permanecer con un hombre más que unas cuantas semanas; la novedad era su único placer. 


Luego de que Napoleón la caso con el príncipe Camiloo Dorgfíese, en 1803, sus aventuras no hicieron más que multiplicarse. Así, cuando conoció al gallardo mayor Jules de Canouville, en 1810, todos supusieron que esa aventura no duraría más que las otras. Claro que el mayor era un soldado condecorado, un hombre instruido y un consumado bailarín, así como uno de los caballeros más apuestos del ejército. Pero Paulina, de treinta años entonces, había tenido romances con docenas de hombres que habrían podido igualar ese currículo.


Días después de iniciado el romance, el dentista imperial llegó a casa de Paulina. Un dolor de muelas le había causado noches de insomnio, y el dentista determinó que debía extraer el diente malo de inmediato. En ese entonces no se usaban calmantes; y mientras el hombre empezaba a sacar sus diversos instrumentos, Paulina se aterró.


Pese a su dolor de muelas, cambió de opinión y se negó a ser intervenida.


El mayor Canouville estaba tendido en un sofá, con un manto de seda. Al percatarse de todo, intentó animar a Paulina a someterse: "Un momento o dos de dolor y eso habrá terminado para siempre... Una niña lo aguantaría sin chistar". "Me gustaría verte hacerlo", replicó ella. Canouville se puso de pie, se acercó al dentista, escogió una muela al fondo de su propia boca y ordenó que se la sacaran. Una muela perfectamente sana fue extraída, y Canouville apenas si pestañeó. Luego de esto, Paulina no sólo dejó que el dentista hiciera su trabajo, sino que, además, su opinión de Canouville cambió:
ningún hombre había hecho jamás algo parecido por ella.


Este romance estaba destinado a durar unas cuantas semanas; pero entonces se alargó. Eso no complació a Napoleón. Paulina era una mujer casada; romances cortos le estaban permitidos, pero una relación seria era vergonzosa. Envió a Canouville a España, para llevar un mensaje a un general. La misión tardaría semanas, y entre tanto 

Paulina encontraría a otro.


Pero Canouville no era un amante promedio. Cabalgando día y noche, sin detenerse a comer ni dormir, llegó a Salamanca en unos días. Ahí se enteró de que no podía llegar más lejos, pues las comunicaciones estaban interrumpidas, así que, sin esperar nuevas órdenes, regresó a París, sin escolta, por territorio enemigo. Apenas pudo reunirse brevemente con Paulina; Napoleón lo mandó de vuelta a España. Pasaron meses antes de que se le permitiera volver por fin; pero cuando lo hizo, Paulina reanudó de inmediato su romance, inaudito acto de lealtad de su parte. Esta vez Napoleón envió a Canouville a Alemania, y finalmente a Rusia, donde murió valientemente en la batalla de 1812. Fue el único amante que Paulina esperó, y el único al que guardó luto.
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Interpretación. En la seducción, llega un momento en que el objetivo comienza a enamorarse de ti, pero de pronto retrocede. Tus motivos han empezado a parecer dudosos; quizá sólo persigues favores sexuales, poder o dinero. Casi toda la gente es insegura, y dudas como ésas pueden arruinar la ilusión de la seducción. En su caso, Paulina Bona-parte estaba acostumbrada a usar a los hombres para el placer, y sabía perfectamente bien que, por su parte, ellos también la usaban. Era totalmente cínica. Pero las personas suelen servirse del cinismo para cubrir su inseguridad. La ansiedad secreta de Paulina era que ninguno de sus amantes la había querido de verdad; que los hombres sólo habían deseado de ella favores sexuales o políticos. Cuando Canouville mostró, con actos concretos, los sacrificios que podía hacer por ella —su muela, su carrera, su vida—, transformó a una mujer sumamente egoísta en una amante ferviente. La reacción de ella no fue del todo desinteresada: los actos de Canouville halagaron su vanidad. Si Paulina podía inspirar en él tales acciones, debía valer la pena. Pero si él apelara al lado noble de su naturaleza, ella también tenía que estar a la altura, y mostrar su valía siéndole fiel.


Efectuar tu proeza lo más gallarda y cortésmente posible elevará la seducción a un nuevo plano, incitará hondas emociones y disimulará todos los motivos ocultos que puedas tener. Tus sacrificios deben ser visibles; hablar de ellos, o explicar lo que te costaron, parecerá presunción. Deja de dormir, enférmate, pierde tiempo valioso, pon en riesgo tu carrera, gasta más dinero del que puedes permitirte. Exagera todo esto para impresionar, pero que no te sorprendan alardeando de ello o compadeciéndote de ti: cáusate dificultades y déjalo ver. Como casi todo el mundo parece buscar su beneficio, tu acto noble y desinteresado será irresistible.


3.- Durante la década de 1890 y hasta principios del siglo XX, Gabriele D'Annunzio fue considerado uno de los mejores novelistas y dramaturgos de Italia. Pero muchos italianos no lo soportaban. Su escritura era florida, y en persona parecía muy pagado de sí mismo, sobreactuado: cabalgaba desnudo en la playa, fingía ser un hombre del Renacimiento y cosas así. Sus novelas solían tratar de la guerra, y de la gloria de enfrentar y vencer a la muerte, tema entretenido para alguien que en realidad jamás había hecho tal cosa. Así, a principios de la primera guerra mundial, no sorprendió a nadie que D'Annunzio encabezara el llamado a la incorporación de Italia a los aliados y su entrada a la refriega. Adonde se mirara, ahí estaba él, pronunciando un discurso a favor de la guerra, campaña que tuvo éxito en 1915, cuando Italia declaró finalmente la guerra a Alemania y Austria, Hasta entonces el papel de D'Annunzio había sido totalmente predecible. Pero lo que sorprendió a los italianos fue lo que ese hombre de cincuenta dos años hizo después: alistarse en el ejército. Nunca había servido en las fuerzas armadas, se mareaba en los barcos, pero fue imposible disuadirlo. Las autoridades le dieron al fin un puesto en una división de caballería, con la esperanza de mantenerlo fuera de combate.


Italia tenía poca experiencia de guerra, y su ejército era un tanto caótico. Por alguna razón los generales perdieron de vista a D'Annunzio, quien de todos modos había decidido dejar su división de caballería y formar sus propias unidades. (Después de todo era un artista, y no fue posible someterlo a la disciplina militar.) Haciendo-se llamar Comandante, él se sobrepuso a su mareo habitual y realizó una serie de osados ataques, dirigiendo a media noche grupos de lanchas de motor contra puertos austríacos y disparando torpedos contra barcos anclados. Asimismo, aprendió a volar, y comenzó a encabezar misiones peligrosas. En agosto de 1915 voló sobre la ciudad de Trieste, entonces en manos enemigas, y arrojó banderas italianas y miles de volantes con un mensaje de esperanza, escrito con su estilo inimitable: "¡El fin de su martirio está cerca! El amanecer de su dicha es inminente. Desde las alturas del cielo, en las alas de Italia, lanzo esta promesa, este mensaje salido de mi corazón". Volaba a alturas inauditas para la época, y en medio de cerrado fuego enemigo. Los austríacos pusieron precio a su cabeza.


En una misión en 1916, D'Annunzio cayó sobre su ametralladora, lesionándose permanentemente un ojo y dañando de gravedad el otro. Cuando se le dijo que sus días de vuelo habían terminado, convaleció en su casa en Venecia. En ese entonces se creía en general que la mujer más bella y elegante de Italia era la condesa Morosini, examante del kaiser alemán. Su palacio se encontraba en el Grand Canal, frente a la casa de D'Annunzio. Ella se vio asediada entonces por cartas y poemas del escritor soldado, en los que éste combinaba detalles de sus hazañas de vuelo con declaraciones de amor. Bajo ataques aéreos contra Venecia, él cruzaba el canal, viendo apenas con un ojo, para entregar su más reciente poema. 

La condición de D'Annunzio era muy inferior a la de Morosino, de simple escritor, pero su disposición a hacer frente a todo por ella la conquistó. El hecho de que su conducta temeraria pudiera costarle la vida en cualquier momento no hizo más que apresurar la seducción.


D'Annunzio ignoró el consejo de los médicos y volvió a volar, realizando ataques aún más osados que antes. Al terminar la guerra, era el héroe más condecorado de Italia.


Dondequiera que iba en Italia, la gente llenaba las plazas para oír sus discursos. Después de la guerra, encabezó una marcha sobre Fiume, en la costa adriática. En las negociaciones de paz, los italianos creyeron merecer en recompensa esa ciudad, pero los aliados no accedieron. Las tuerzas de D'Annunzio tomaron Fiume y el poeta se volvió líder, gobernando Fiume durante más de un año como república autónoma. Para entonces, todos habían olvidado su menos que glorioso pasado como escritor decadente. Ya era incapaz de hacer nada malo.


Interpretación. El atractivo de la seducción es que nos aparta de nuestras rutinas normales, y nos permite experimentar el estremecimiento de lo desconocido. La muerte es lo desconocido por antonomasia. En periodos de caos, confusión y muerte —las plagas que arrasaron a Europa en la Edad Media, el Terror de la Revolución francesa, los ataques aéreos sobre Londres durante la segunda guerra mundial—, la gente suele abandonar su usual cautela y hacer cosas que nunca haría en otras circunstancias. Experimenta entonces una especie de delirio. Hay algo muy seductor en el peligro, en lanzarse a lo desconocido. Muestra que tienes una vena temeraria y una naturaleza intrépida, que careces del habitual temor a la muerte, e instantáneamente fascinarás a la mayor parte de la humanidad.


Lo que exhibes en este caso no es lo que sientes por otra persona, sino algo de ti mismo: que estás dispuesto a aventurarte. No eres un hablador y fanfarrón más. Ésta es una receta para el carisma instantáneo. Cualquier figura política —Churchill, De Gaulle, Kennedy— que se haya probado en el campo de batalla posee un atractivo inigualable. 

Muchos pensaban que D'Annunzio era un mujeriego fatuo; su experiencia en la guerra le otorgó un lustre heroico, un aura napoleónica. De hecho, siempre había sido un seductor eficaz, pero entonces se volvió mucho más atractivo. No necesariamente tienes que arriesgarte a morir, pero exponerte a ello te concederá una carga seductora. (Con frecuencia es mejor hacer esto ya avanzada la seducción, momento para el cual ese acto será una agradable sorpresa.) Estás dispuesto a entrar a lo desconocido. No


hay persona más seductora que la que ha tenido un roce con la muerte. La gente se sentirá atraída a ti; quizá espere que se le pegue parte de tu espíritu aventurero.


4.- Según una versión de la leyenda artúrica, el gran caballero Lance-lot vislumbró en una ocasión a la reina Guinevere, la esposa del rey Arturo, y con eso bastó: se enamoró locamente. Así, cuando recibió la noticia de que la reina había sido raptada por un caballero malévolo, no titubeó: olvidó sus demás tareas caballerescas y salió a toda prisa en su búsqueda. Su caballo no resistió la persecución, así que él continuó a pie. Por fin pareció hallarse cerca, pero estaba exhausto y no podía más. Una carreta tirada por caballos pasó por ahí; iba llena de hombres encadenados, de aspecto repugnante. 


En aquellos días era tradición disponer a los criminales —asesinos, traidores, cobardes, ladrones— en carretas como ésa, que luego recorrían cada calle de la ciudad para que la gente los viera. Una vez que alguien viajaba en la carreta, perdía todos sus derechos feudales por el resto de su vida. La carreta era un símbolo tan terrible que, al ver una vacía, la gente temblaba y se persignaba. Aun así, Lancelot abordó al conductor, un enano: "¡En nombre de Dios, dime si has visto a mi señora la reina pasar por este camino!". "Si quieres subir a esta carreta", respondió el enano, "mañana sabrás qué ha sido de la reina." Y avanzó. Lancelot vaciló durante dos pasos de caballo, pero luego corrió tras la carreta y trepó en ella.


Dondequiera que la carreta pasaba, los lugareños la imprecaban. Tenían especial curiosidad por el caballero entre los pasajeros. ¿Cuál era su crimen? ¿Cómo moriría? ¿Desollado? ¿Ahogado? ¿Quemado en la hoguera? Por fin el enano le permitió bajar, sin una palabra sobre el paradero de la reina. Peor aún, nadie se acercaba ni hablaba con Lancelot, porque había estado en la carreta. Él siguió buscando a la reina, y en todas partes era injuriado, escupido y desafiado por otros caballeros. Había deshonrado la caballería al viajar en la carreta. Pero nadie pudo detenerlo ni retrasarlo, y él descubrió finalmente que el raptor de la reina era el malvado Meleagante. Le dio caza y se enfrentaron a duelo. Aún debilitado por la búsqueda, pareció que Lancelot estaba por ser derrotado; pero cuando supo que la reina presenciaba la batalla, recobró su fuerza, y estaba a punto de matar a Meleagante cuando se declaró una tregua.


Guinevere le fue entregada.
Lancelot podía apenas contener la dicha al pensar que por fin estaba en presencia de su dama, Pero para su consternación, ella parecía molesta, y no miraba a su salvador. Dijo ella al padre de Meleagante: "Señor, en verdad que él ha malgastado sus esfuerzos. Siempre negaré estarle agradecida". Esto mortificó a Lancelot, pero no se quejó. Mucho después, tras soportar innumerables pruebas más, Guinevere cedió al fin, y se hicieron amantes. Un día él le preguntó si cuando fue raptada por Meleagante había sabido de la historia de la carreta, y de que él había deshonrado la caballería. ¿Era ésa la causa de que ella lo hubiera tratado tan fríamente ese día? La reina contestó: "Al demorarte dos pasos, mostraste tu renuencia a subir. A decir verdad, ése fue el motivo de que no quisiera verte ni hablar contigo".


Interpretación. La oportunidad de ejecutar tu acto desinteresado suele presentarse de repente. Tienes que demostrar tu valía en un instante, en el acto. Podría tratarse de una situación de rescate, un regalo o favor por hacer, una petición súbita de dejar todo para prestar ayuda. No importa si procedes precipitadamente, cometes un error o haces algo ridículo, sino que actúes en beneficio de la otra persona sin pensar en ti ni en las consecuencias.


En momentos así, un titubeo, aun por unos cuantos segundos, puede arruinar el esmerado trabajo de tu seducción, y revelar que estas absorto en ti mismo, que eres cobarde y poco cortés. Ésta es por lo menos la moraleja de la versión de Chrétien de Troyes, del siglo I XII, de la historia de Lancelot. 

Recuerda: no sólo importa lo que haces, sino también cómo lo haces. Si eres naturalmente ensimismado, aprende a esconderlo. Reacciona lo más espontáneamente que puedas, y exagera el efecto pareciendo nervioso, sobrexcitado, e incluso ridículo; el amor te ha llevado hasta ese punto. Si tienes que saltar a la carroza por el bien de Guinevere, cerciórate de que ella vea que lo haces sin la menor vacilación.


5.- En Roma, alrededor de 1531, corrió la voz acerca de una joven sensacional, llamada Tullia d'Aragona. Para los estándares del periodo, Tullia no constituía una belleza clásica: era alta y delgada, en una  época en que la mujer robusta y voluptuosa era considerada ideal. Además, carecía del empalago y las risillas de la mayoría de las jóvenes que ansiaban la atención masculina. No, su cualidad era más noble. Su latín era perfecto, podía hablar de la literatura más reciente, tocaba el laúd y cantaba. En otras palabras, era una novedad; y como eso era lo que casi todos los hombres buscaban, dieron en visitarla en gran número. Ella tenía un amante, un diplomático, y la idea de que un hombre hubiera conquistado sus favores físicos volvía locos a todos. Sus visitantes empezaron a competir por su atención, escribiendo poemas en su honor, disputándose el título de favorito. Ninguno lo consiguió, pero seguían intentando. Claro que había quienes se sentían ofendidos por ella, y que en público decían que Tullia no era más que una ramera de ciase alta. 
Repetían el rumor (tal vez cierto) de que hacía bailar a viejos mientras tocaba el laúd; y si su baile le complacía, podían abrazarla. Para sus fieles seguidores, todos de noble cuna, eso era una calumnia. Escribieron un documento que se distribuyó en todos lados: "Nuestra honrada señora, la bien nacida y honorable dama Tullia d'Aragona, supera a todas las damas del pasado, presente y futuro por sus cualidades deslumbrantes. [...] Quien se niegue a ajustarse a esta declaración deberá, por la presente, entrar en liza con uno de los caballeros abajo firmantes, quien lo convencerá en la forma acostumbrada".


Tullia abandonó Roma en 1535, primero en favor de Venecia, donde el poeta Tasso se hizo su amante, y después de Ferrara, quizá entonces la corte más civilizada de Italia. ¡Qué sensación causó ahí! Su voz, su canto, aun sus poemas eran elogiados en todas partes. Puso una academia literaria dedicada a las ideas del librepensamiento. 

Se hizo llamar musa y, como en Roma, un grupo de jóvenes se congregó en torno suyo. La seguían por toda la ciudad, inscribiendo su nombre en los árboles, escribiendo sonetos en su honor y cantándolos a quienquiera que los escuchara.


A un joven noble le sacó de quicio ese culto adorador: al parecer, todos amaban a Tullia, pero nadie recibía a cambio su amor. Resuelto  a raptarla y casarse con ella, este joven logró con engaños que ella le permitiera visitarla una noche. 

El proclamó su devoción imperecedera, la colmó de joyas y presentes y pidió su mano. Ella se la negó. Él sacó un cuchillo, pero ella volvió a negarse, así que él se apuñaló. El joven sobrevivió, pero la fama de Tullia fue entonces mayor que antes: ni siquiera el dinero podía comprar sus favores, o al menos eso parecía. Conforme pasaron los años y su belleza desapareció, un poeta o intelectual salía siempre en su defensa y la protegía.


Pocos de ellos ponderaban siquiera la realidad; que Tullia era, en efecto, una cortesana, una de las más populares y mejor pagadas de su profesión.


Interpretación. Todos tenemos defectos de una u otra clase. Nacemos con algunos de ellos, y no podemos evitarlos. Tullia tenía muchos de esos defectos. Físicamente, no era el ideal del Renacimiento. Asimismo, su madre había sido una cortesana, y ella era ilegítima. Pero a los hombres que caían bajo su hechizo no les importaba. Estaban demasiado trastornados por su imagen: la de mujer elevada, para conquistar a la cual había que pelear. Su actitud procedía directamente de la Edad Media, de los días de los caballeros y trovadores. Entonces, una mujer, habitualmente casada, podía controlar la dinámica de poder entre los sexos retirando sus favores hasta que el caballero demostrara de algún modo su valía y la sinceridad de sus sentimientos. Podía enviársele a una búsqueda, u obligársele a vivir entre leprosos, o a competir por el honor de ella en una justa posiblemente fatal. Y tenía que hacer esto sin quejarse. Aunque los días de los trovadores se extinguieron hace mucho tiempo, la pauta permanece: a un hombre en realidad le agrada poder demostrar su valor, ser desafiado, competir, sufrir pruebas y tribulaciones y salir victorioso. Tiene una vena masoquista; a una parte suya le gusta sufrir. Y por extraño que parezca, entre más exige una mujer, más digna parece. Una mujer fácil de obtener no puede valer gran cosa.
Haz que los demás compitan por tu atención, muestren de algún modo de lo que son capaces, y verás cómo aceptan el reto. La vehemencia de la seducción aumenta con estos desafíos: "Demuéstrame que me amas de verdad". Cuando una persona (de cualquier sexo) está a la altura de las circunstancias, de la otra suele esperarse que haga lo mismo, y la seducción se agudiza. Al hacer que la gente demuestre su valía, aumentas asimismo tu valor y encubres tus defectos. Tus objetivos están demasiado ocupados probándose para notar tus faltas e imperfecciones.
Símbolo. El torneo. En el campo, con sus brillantes pendones y enjaezados caballos, la dama ve a los caballeros pelear por su mano. Los ha oído declarar su amor de rodillas, sus canciones interminables y bellas promesas. Son muy buenos para eso. Pero entonces suena la trompeta y empieza el combate. En el torneo no puede haber farsa ni vacilación. El caballero al que ella elija deberá tener sangre en el rostro, y algunas fracturas.


REVERSO.


Al tratar de demostrar que eres digno de tu objetivo, recuerda que cada blanco ve las cosas de manera diferente. Una exhibición de destreza física no impresionará a alguien que no valora la habilidad física; sólo indicará que buscas atención, ufanarte. Los seductores deben adaptar su modo de mostrar de lo que son capaces a las dudas y debilidades del seducido. Para algunos, las palabras bellas son una prueba mejor que los hechos temerarios, en particular si han sido escritas. Con estas personas, manifiesta tus sentimientos en una carta: otro tipo de prueba física, con más atractivo poético que una acción ostentosa. Conoce bien a tu objetivo, y dirige tu evidencia seductora a la fuente de sus dudas y su resistencia.


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