Fomenta las transgresiones y lo prohibido.

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Siempre hay límites sociales a lo que uno puede hacer. Algunos de ellos, los tabúes más elementales, datan de hace siglos; otros son más superficiales, y simplemente definen la conducta cortés y aceptable. Hacer sentir a tus objetivos que los conduces más allá de cualquier límite es extremadamente seductor. La gente ansia explorar su lado oscuro. No todo en el amor romántico debe ser tierno y delicado; insinúa poseer una vena cruel, aun sádica. No respetes diferencias de edad, votos conyugales, lazos familiares. Una vez que el deseo de transgresión atrae a tus blancos hacia ti, les será difícil detenerse. Llévalos más lejos de lo que imaginaron; la sensación compartida de culpa y complicidad creará un poderoso vínculo.



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EL YO PERDIDO.

En marzo de 1812, George Gordon Byron, entonces de veinticuatro años de edad, publicó los primeros cantos de su poema Childe Harold. Este poema estaba repleto de las conocidas imágenes góticas —una abadía en ruinas, disipación, viajes al misterioso Oriente—, pero lo que lo volvía distinto era que su protagonista también era un villano: Harold era un hombre que llevaba una vida de vicio, desdeñando las convenciones de la sociedad, aunque de alguna manera salía impune. Asimismo, el poema no estaba ubicado en un lugar lejano, sino en la Inglaterra de la época. Childe Harold causó sensación de inmediato, y se convirtió en la comidilla de Londres. La primera edición se agotó rápidamente. Días después comenzó a circular un rumor: el poema, acerca de un disipado joven noble, era en realidad autobiográfico.
La crema y nata de la sociedad clamó entonces por conocer a Lord Byron, y muchos de sus miembros dejaron sus tarjetas de visita en la residencia del poeta. Pronto, él se presentó en sus casas. Por extraño que parezca, superó sus expectativas. Byron era extremadamente guapo, con cabello rizado y cara de ángel. Su atuendo negro hacía resaltar su pálida tez. No hablaba mucho, lo que en sí mismo causaba impresión; y cuando lo hacía, su voz era grave e hipnótica, y su tono algo desdeñoso. Cojeaba (había nacido con un pie deforme), así que cuando una orquesta acometía un vals (el baile de moda en 1812), él se hacía a un lado, perdida la mirada. Las damas enloquecieron por él. Al conocerlo, Lady Roseberry sintió su corazón latir tan violentamente (una mezcla de temor y excitación) que tuvo que retirarse. Las mujeres se peleaban por sentarse a su lado, conquistar su atención, ser seducidas por él. ¿Era verdad que había cometido un pecado secreto, como el protagonista de su poema?


Lady Caroline Lamb —esposa de William Lamb, hijo de Lord y Lady Melbourne— era una joven radiante en el escenario social, pero en el fondo era infeliz. De niña había soñado con aventuras, romances, viajes. Pero entonces se esperaba que desempeñara el papel de esposa civilizada, y eso no iba con ella. Lady Caroline fue una de las primeras en leer Childe Harold, y algo más que su\ novedad la estimuló. Cuando vio a Lord Byron en una cena, rodeado de mujeres, lo miró a la cara y se marchó; esa noche escribió sobre él en su diario: "Demente, mal sujeto y peligroso como para conocerlo". Y añadió: "Ese hermoso rostro pálido es mi destino".


AI día siguiente, para sorpresa de Lady Caroline, Lord Byron se presentó a visitaría. Obviamente, la había visto marcharse, y su timidez le había intrigado: le disgustaban las mujeres enérgicas que no cesaban de andar tras de él, pues parecía desdeñarlo todo, aun su éxito. Pronto acabó por visitar a Lady Caroline todos los días. Se entretenía en su tocador, jugaba con sus hijos, la ayudaba a elegir su vestido. Ella insistió en que le contara su vida: él describió a su padre brutal, las muertes prematuras que parecían ser una maldición familiar, la ruinosa abadía que había heredado, sus aventuras en Turquía y Grecia. Su vida era en verdad tan gótica como la de Childe Harold.


En unos cuantos días se hicieron amantes. Pero entonces la situación se invirtió: Lady Caroline perseguía a Byron con un dinamismo impropio de una dama. Se vestía de paje y subía a hurtadillas al carruaje de él, le escribía cartas extravagantemente emotivas, hacía ostentación de su romance. ¡Por fin una oportunidad de ejecutar el gran papel romántico de sus fantasías de adolescencia! Byron empezó a predisponerse contra ella. Ahora le encantaba escandalizar; esta vez le confesó la naturaleza del pecado secreto al que había aludido en Childe Harold: sus aventuras homosexuales durante sus viajes. Hacía comentarios crueles, se mostraba indiferente. Pero, al parecer, esto no hacía sino incitar aún más a Lady Caroline. Ella le envió el acostumbrado mechón, pero de su pubis; lo seguía en la calle, hacía escenas en público; su familia la mandó por fin al extranjero, para evitar más escándalos. Cuando Byron dejó en claro que el amorío había concluido, ella se hundió en una locura que duraría varios años. En 1813, un viejo amigo de Byron, James Webster, invitó al poeta a alojarse en su finca campestre. Webster tenía una esposa joven y bella, Lady Francés, y sabía de la fama de Byron como seductor, pero su esposa era casta y callada: sin duda resistiría la tentación de un hombre como Byron. Para alivio de Webster, Byron apenas si habló con Francés, quien parecía igualmente insensible a él. Pero ya avanzada la estancia de Byron, ella se las ingenió para estar a solas con él en el salón de billar, donde le hizo una pregunta: ¿cómo podía una mujer a la que le gustaba un hombre hacérselo saber cuándo él no lo percibía? Byron garabateó una picante respuesta en un pedazo de papel, que hizo que ella se sonrojara al leerla. Poco después él invitó a la pareja a visitarlo en su infausta abadía. Ahí, la correcta y formal Lady Francés lo vio beber vino en un cráneo humano. Los dos se quedaban hasta tarde en una de las cámaras secretas de la abadía, leyendo poesía y besándose. Con Byron, parecía, Lady Francés estaba más que dispuesta a explorar el adulterio.

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Ese mismo año, la hermanastra de Lord Byron, Augusta, llegó a Londres, huyendo de su esposo, quien tenía problemas de dinero. Byron no había visto a Augusta durante un tiempo. Se parecían: el mismo rostro, los mismos gestos; ella era Lord Byron en mujer. Y la conducta de él con ella era más que fraternal. La llevaba al teatro, a bailes, la recibía en su casa, la trataba con una intimidad que Augusta pronto correspondió. En efecto, las tiernas y amables atenciones con que Byron la colmaba pronto se volvieron físicas.


Augusta era una esposa ferviente y madre de tres hijos, pero se rindió a las insinuaciones de su hermanastro. ¿Cómo habría podido evitarlo? El despertaba una extraña pasión en ella, una pasión más fuerte que la que sentía por cualquier otro hombre, incluido su esposo. Para Byron, la relación con Augusta fue el mayor, supremo pecado de su vida. Y poco después escribía a sus amigos confesándolo abiertamente. En realidad se deleitaba en sus horrorizadas respuestas, y su largo poema narrativo The Bride of Abydos tiene como tema el incesto entre hermanos. Entonces empezaron a correr rumores sobre las relaciones de Byron con Augusta, quien ya estaba embarazada de él. La buena sociedad lo rechazó, pero las mujeres se sintieron atraídas por él más que antes, y sus libros eran más populares que nunca. i Annabella Milbanke, prima de Lady Caroline Lamb, había conocido a Byron en aquellos primeros meses de 1812, cuando Londres lo aclamaba. Annabella era seria y práctica, y sus intereses eran la ciencia y la religión. Pero había algo en Byron que la atraía. Y la sensación parecía ser correspondida: no sólo se hicieron amigos, sino que, para desconcierto de Annabella, él mostró otro tipo de interés en ella, al grado de proponerle matrimonio. Esto ocurrió en medio del escándalo de Byron y Caroline Lamb, y Annabella no tomó en serio la propuesta. En los meses posteriores ella siguió su carrera a la distancia, y se enteró de los perturbadores rumores de incesto. 

Con todo en 1813 escribió a su tía: "Considero tan deseable su trato que yo correría el riesgo de que me llamaran una Coqueta con tal de disfrutar de él". Al leer sus nuevos poemas, ella escribió que su "descripción del Amor casi me hace enamorarme a él. Fue desarrollando una obsesión por Byron, hasta que algo de ella pronto llegó a sus oídos. Renovaron su amistad, y en 1814 él le propuso matrimonio de nuevo; esta vez ella aceptó. Byron era un ángel caído y ella lo enmendaría.


Pero no fue así. Byron había esperado que la vida conyugal lo serenara, pero después de la ceremonia se dio cuenta de que estaba equivocado. Le dijo a Annabella: "Ahora descubrirás que te has casado con un demonio." Pocos años después el matrimonio se separó.


En 1816, Byron se fue de Inglaterra, para no volver jamás. Viajó un tiempo por Italia; todos conocían su historia: sus romances, el incesto, la crueldad con sus amantes. Pero donde fuera, las italianas, en particular nobles casadas, lo perseguían, dejando ver a su manera lo dispuestas que estaban a ser su siguiente víctima. Las mujeres se habían convertido en verdad en las agresoras. Como dijo Byron al poeta Shelley: "Nadie ha sido más disputado que el pobre querido de mí: me han raptado más a menudo que a nadie desde la guerra de Troya".


Interpretación. Las mujeres de la época de Byron anhelaban ejercer un papel diferente al que la sociedad les permitía. Se suponía que debían ser la fuerza decente y moralizadora de la cultura; sólo los hombres disponían de salidas para sus más oscuros impulsos. Bajo las restricciones sociales a las mujeres quizá estaba el temor a la parte amoral y desbocada de la psique femenina.


Sintiéndose reprimidas e inquietas, las damas de entonces devoraban novelas góticas, historias en que las mujeres eran audaces y tenían la misma capacidad para el bien y el mal que los hombres. 

Libros como ésos contribuyeron a detonar una revuelta, en la que mujeres como Lady Caroline hacían realidad algo de la vida de fantasía de su adolescencia, cuando esto estaba hasta cierto punto permitido. Byron salió a escena en el momento justo. Se volvió el pararrayos de los deseos no expresados de las mujeres; con él, ellas podían llegar más allá de los límites que la sociedad había impuesto. Para algunas el atractivo era el adulterio, para otras una rebelión romántica, o la posibilidad de ser irracionales e incivilizadas. (El anhelo de reformar a Byron escondía meramente la verdad: el deseo de que él las avasallara.) En todas esas circunstancias estaba presente el señuelo de lo prohibido, lo que en este caso era algo más que una mera tentación superficial: una vez que una mujer se involucraba con Byron, él la llevaba más lejos de lo que ella había imaginado o deseado, porque no conocía límites. Las mujeres no sólo se enamoraban de Byron: le permitían que pusiera su vida de cabeza, e incluso que las llevara a la ruina. Preferían ese destino a los confines seguros del matrimonio.


En cierto sentido, la situación de las mujeres a principios del siglo XIX se ha generalizado a principios del XXI. Las salidas para la mala conducta masculina —guerra, política sucia, la institución de amantes y cortesanas— han caído en desuso; hoy no sólo de las mujeres, sino también de los hombres se supone que deben ser eminentemente civilizados y razonables. Y a muchos se les dificulta cumplir eso. Cuando niños se nos permite desahogar el lado oscuro de nuestro carácter, un lado que todos tenemos. Pero a causa de la presión de la sociedad (en un principio bajo la forma de nuestros padres), reprimimos poco a poco las vetas atrevidas, rebeldes, perversas de nuestro carácter. Para convivir, aprendemos a reprimir nuestro lado oscuro, el cual se convierte en una especie de yo perdido, una parte de nuestra psique sepultada bajo nuestra educada apariencia.


Cuando adultos, deseamos en secreto recuperar ese yo perdido, nuestra parte infantil más audaz, menos respetuosa. Nos atraen quienes viven su yo perdido cuando adultos, aun si esto implica cierta maldad o destrucción. Como Byron, puedes ser el pararrayos de esos deseos. Sin embargo, debes aprender a mantener bajo control ese potencial, y a usarlo en forma estratégica. Mientras el aura de lo prohibido en torno tuyo atrae objetivos a tu telaraña, no exageres tu peligrosidad, o los ahuyentarás. Una vez que sientas que han caído bajo tu hechizo, podrás darte rienda suelta. Si empiezan a imitarte, como Lady Caroline lo hizo con Byron, ve más lejos: introduce un poco de crueldad, involúcralos en pecados, inmoralidades, actividades prohibidas, lo que sea necesario. 

Desata el yo perdido en tus blancos: entre más lo liberen, mayor será tu influencia en ellos. 

Quedarte a medio camino rompería el encanto y produciría inhibiciones. Llega lo más lejos posible. La bajeza atrae a todos.
—Johann Wolfgang Goethe.

CLAVES PARA LA SEDUCCIÓN.

La sociedad y la cultura se basan en límites: este tipo de conducta es aceptable, este otro no. Los límites son variables y cambian con el tiempo, pero siempre los hay. La alternativa es la anarquía, el desorden de la naturaleza, al que tememos. Pero somos animales extraños: en cuanto se impone cualquier tipo de límite, físico o psicológico, sentimos curiosidad. Una parte de nosotros quiere rebasarlo, explorar lo prohibido. Si de niños se nos dice que no pasemos de cierto límite del bosque, ahí es precisamente adónde vamos. Pero al crecer, y volvernos civilizados y respetuosas, un creciente número de fronteras obstruyen nuestra vida. No confundas urbanidad con felicidad, aquélla encubre frustración, una concesión no deseada. 

¿Cómo podemos explorar el lado sombrío de nuestra personalidad sin incurrir en castigos u ostracismo? Ese lado se filtra en nuestros sueños. 


A veces despertamos con una sensación de culpa por los asesinatos, incestos, adulterios y caos que ocurren en nuestros sueños, hasta que nos percatamos de que nadie tiene que saberlo salvo nosotros. Pero dale a una persona la sensación de que contigo tendrá la oportunidad de explorar los más remotos linderos de la conducta aceptable y civilizada, de que tú puedes dar salida a parte de su personalidad enclaustrada, y generarás los ingredientes necesarios para una seducción profunda e intensa.


Tendrás que ir más allá de sólo incitar a una persona con una fantasía elusiva. El impacto y el poder seductor procederán de la realidad que le ofrezcas. Como Byron, en cierto momento puedes incluso llevarla más lejos de donde quiere ir. Si te ha seguido por pura curiosidad, podría sentir cierto temor y vacilación; pero una vez atrapada, le será difícil resistirse, porque es difícil retornar a un límite una vez transgredido y traspasado. El ser humano clama por más, y no sabe cuándo parar. 

Tú determinarás por la otra persona cuándo es momento de parar.


En cuanto la gente siente que algo es prohibido, una parte de ella lo querrá. Esto es lo que convierte a hombres y mujeres casados en un objetivo tan deseable: entre más prohibido es alguien, mayor el deseo. George Villiers, el conde de Buckingham, fue el favorito del rey Jacobo I, y luego del hijo de éste, el rey Carlos I. Nada se le negaba. 

En 1625, en una visita a Francia, conoció a la hermosa reina Ana, y se enamoró irremediablemente de ella. ¿Qué podía ser menos posible, estar más fuera de su alcance, que la reina de una potencia rival? Él habría podido tener a casi cualquier otra mujer, pero la naturaleza prohibida de la reina le apasionó por completo, hasta ponerse en vergüenza, y a su país, intentando besarla en público.


Puesto que lo prohibido es deseado, de algún modo debes parecer prohibido. La manera más ostensible de hacer esto es adoptar una conducta que te dé un aura oscura y prohibida. En teoría, eres alguien a quien se debe evitar; de hecho, eres demasiado seductor para que se te resistan. Este fue el encanto del actor Errol Flynn, quien, como Byron, se descubría a menudo siendo el perseguido, no el perseguidor. Flynn era muy guapo, pero tenía algo más: una inocultable vena delictiva. En su desenfrenada juventud había participado en toda clase de actividades turbias. 

En la década de 1950 se le acusó de violación, una mancha permanente en su fama pese a que fue absuelto; pero su popularidad entre las mujeres no hizo sino aumentar. Exagera tu lado oscuro y tendrás un efecto semejante. Desde el punto de vista de tus blancos, relacionarse contigo significa ir más allá de sus límites, hacer algo atrevido e inaceptable para la sociedad, para sus iguales. Para muchos, ésta es una razón para morder el anzuelo. 

En la novela Arenas movedizas, de Junichiro Tanizaki, publicada en 1928, Sonoko Kakiuchi, esposa de un abogado respetable, está aburrida y decide tomar clases de pintura para pasar el tiempo. Ahí le fascina una compañera, la hermosa Mitsuko, quien se hace su amiga y después la seduce. Kakiuchi se ve obligada a decir incontables mentiras a su esposo sobre su relación con Mitsuko y sus citas frecuentes. Mitsuko la envuelve poco a poco en toda índole de actividades atroces, entre ellas un triángulo amoroso con un joven excéntrico. Cada vez que Kakiuchi es forzada a explorar un placer prohibido, Mitsuko la reta a llegar más lejos. 

Kakiuchi titubea, siente remordimientos; sabe que está en las garras de una diabólica joven seductora que se ha aprovechado de su aburrimiento para pervertirla. Pero, en definitiva, no puede evitar seguir a Mitsuko; cada acto transgresor la hace querer más. Una vez que tus objetivos son atraídos por el señuelo de lo prohibido, rétalos a igualarte en conducta transgresora. Todo tipo de desafío es seductor. Avanza despacio, y no acentúes el reto hasta que tus blancos den señales de rendirse a ti. 

Tan pronto como estén bajo tu hechizo, quizá ni se den cuenta de la aventura extrema a la que los has conducido. El duque de Richelieu, el gran libertino del siglo XVIII, tenía predilección por las jóvenes, y con frecuencia agudizaba la seducción envolviéndolas en una conducta transgresora, a lo que la gente joven es particularmente susceptible. 


Por ejemplo, buscaba la manera de entrar a la casa de la muchacha y de atraerla a su cama; los padres estaban apenas poco más allá del pasillo, lo que añadía el sazón apropiado. A veces actuaba como si estuvieran a punto de ser descubiertos, y el susto momentáneo afilaba el estremecimiento implícito. 

En todos los casos, intentaba volver a la joven contra sus padres, ridiculizando su celo religioso, gazmoñería o conducta piadosa. La estrategia del duque consistía en atacar los valores que sus objetivos más apreciaban, justo los valores que representan un límite. En una persona joven, los lazos familiares, los lazos religiosos y demás son útiles para el seductor; los jóvenes apenas si necesitan una razón para rebelarse contra ellos. 


Aunque esta estrategia puede aplicarse a una persona de cualquier edad: para todo valor altamente estimado hay un lado sombrío, una duda, un deseo de explorar lo que ese valor prohíbe.


En la Italia del Renacimiento, una prostituta se vestía como dama e iba a la iglesia. Nada era más excitante para un hombre que intercambiar miradas con una mujer a la que sabía ramera, mientras él estaba rodeado por su esposa, familiares, amigos y curas. Cada religión o sistema de valores engendra un lado oscuro, el reino sombrío de todo lo que prohíbe. Induce a tus objetivos, hazlos coquetear con todo lo que transgrede sus valores familiares, con frecuencia emotivos pero superficiales, ya que se les impone desde fuera.


A uno de los hombres más seductores del siglo XX, Rodolfo Valentino, se le conocía como la Amenaza Sexual. Su encanto para las mujeres era doble: podía ser tierno y considerado, pero también sugería crueldad. En cualquier momento podía ponerse peligrosamente rudo, quizá un tanto violento. Los estudios exageraban cuanto podían esta doble imagen: cuando se sabía que él había maltratado a su esposa, por ejemplo, explotaban el caso. Una mezcla de masculinidad y feminidad, violencia y ternura, siempre parecerá transgresora y atractiva. Se supone que el amor debe ser tierno y delicado, pero de hecho puede liberar emociones violentas y destructivas; y la posible violencia del amor, la forma en que atrofia nuestra racionalidad normal, es justo lo que nos atrae. Aborda el lado violento del romance mezclando una vena cruel con tus tiernas atenciones, en particular en las etapas avanzadas de la seducción, cuando ya tienes al objetivo en tus garras. La cortesana Lola Montez era famosa por recurrir a la violencia, usando de vez en cuando un látigo, y Lou Andreas-Salomé podía ser excepcionalmente cruel con sus hombres, practicando coqueterías, poniéndose alternadamente glacial y exigente. Su crueldad sólo hacía que sus blancos regresaran por más. Una relación masoquista representa una gran liberación transgresora. Entre más ilícita te parezca tu seducción, más poderoso será su efecto. 


Da a tu objetivo la sensación de que comete una especie de delito, un acto cuya culpa comparte contigo. Crea situaciones públicas en las que ambos sepan algo que los demás ignoran. Podrían ser frases y miradas que sólo ustedes reconozcan, un secreto. Para Lady Francés el encanto seductor de Byron se relacionaba con la cercanía de su esposo; en compañía de éste, por ejemplo, ella hacía esconder en su pecho una carta de amor de Lord Byron. Johannes, el protagonista del Diario de un seductor de S0ren Kierkegaard, enviaba un mensaje a su blanco, la joven Cordelia, en medio de una cena a la que ambos asistían; ella no podía revelar a los demás invitados que era de él, porque entonces tendría que dar una explicación. Él también podía decir en público algo que tuviera especial significado para ella, ya que se refería a algo en una de sus cartas. Todo esto añadía sabor a su romance, pues confería una sensación de secreto compartido, y aun de algo vergonzoso. Es crítico explotar tensiones como éstas en público, para crear una sensación de complicidad y colusión contra el mundo.


En la leyenda de Tristán e Isolda, estos famosos amantes alcanzan las alturas de la dicha y la exaltación justo a causa de los tabúes que rompen. Isolda está comprometida con el rey Marcos; pronto será una mujer casada. Tristán es leal súbdito y guerrero al servicio del rey Marcos, de la edad de su padre. Todo el asunto deja una sensación de robo de la esposa al padre. Puesto que condensa el concepto de amor del mundo occidental, esta leyenda ha ejercido enorme influencia a lo largo de los siglos, y una parte crucial de ella es la idea de que sin obstáculos, sin una sensación de transgresión, el amor es débil e insípido.


Hay gente que se empeña en quitar restricciones a su conducta privada, para hacer todo más libre, en el mundo actual, pero esto sólo vuelve más difícil y menos excitante la seducción. Haz todo lo que puedas por reimplantar una sensación de transgresión y delito, así sea sólo psicológica e ilusoria. Debe haber obstáculos por vencer, normas sociales por desobedecer, leyes por violar, para que la seducción pueda consumarse. Podría parecer que una sociedad permisiva impone pocos límites; busca algunos. Siempre habrá límites, vacas sagradas, normas de conducta: materia inagotable para fomentar las transgresiones y la violación de tabúes.


Símbolo. El bosque. A los niños se les dice que no vayan al bosque justo más allá de los confines de su segura casa. Ahí no hay orden, sólo selva, animales salvajes y delincuentes. Pero la oportunidad de explorar, la oscuridad tentadora y el hecho de que eso esté prohibido son imposibles de resistir. Y una vez allá, los niños quieren llegar cada vez más lejos.

REVERSO.

El reverso de fomentar lo prohibido sería permanecer dentro de los límites de la conducta aceptable. Pero esto conduciría a una seducción muy tibia. Lo cual no quiere decir que sólo el mal o la mala conducta sean seductores; la bondad, la amabilidad y un aura de espiritualidad pueden ser tremendamente atractivos, por ser cualidades raras. Pero advierte que el juego es el mismo. Una persona amable, buena o espiritual dentro de los límites prescritos por la sociedad tiene poco atractivo. Son quienes llegan al extremo —los Gandhis, los Krishnamurtis— quienes nos seducen. Ellos no sólo exhiben un estilo de vida espiritual, sino que además prescinden de toda comodidad material para cumplir sus ideales ascéticos. También rebasan límites, transgreden la conducta aceptable, porque a las sociedades les sería difícil operar si todos llegaran tan lejos. En la seducción, no se obtiene el menor beneficio de respetar límites y fronteras.


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