Si al principio eres demasiado directo, corres el
riesgo de causar una resistencia que nunca cederá. Al comenzar, no debe haber
nada seductor en tu actitud. La seducción ha de iniciarse desde un ángulo,
indirectamente, para que el objetivo se percate de ti en forma gradual. Ronda
la periferia de la vida de tu blanco: aproxímate a través de un tercero, o
finge cultivar una relación en cierto modo neutral, pasando poco a poco de
amigo a amante. Trama un encuentro "casual", como si tu blanco y tú
estuvieran destinados a conocerse; nada es más seductor que una sensación de
destino. Haz que él objetivo se sienta seguro, y luego ataca.
DE AMIGO A AMANTE.
Anne-Marie-Louise de Orleans, duquesa de Montpensier,
conocida en la Francia del siglo XVll como
La Grande lAademoiseUe, no había
conocido nunca el amor. Su madre había muerto cuando ella era joven; su padre
volvió a casarse y la ignoraba. La duquesa procedía de una de las familias más
ilustres de Europa: el rey Enrique IV había sido su abuelo; el futuro rey Luis
XIV era su primo. Cuando ella era joven, había habido propuestas de casamiento
con el viudo rey de España, el hijo del monarca del Sacro Imperio Romano, e
incluso su propio primo Luis, entre muchas otras. Pero todas esas bodas
perseguían fines políticos, o la enorme riqueza de su familia. Nadie se
molestaba en cortejarla; incluso era raro que ella conociera a sus
pretendientes. Peor aún, la Grande Mademoiselle era una idealista que creía en
los anticuados valores de la caballería: valentía, honestidad, rectitud.
Aborrecía a los intrigantes cuyos motivos al cortejarla eran, en el mejor de
los casos, sospechosos. ¿En quién
podía confiar? Uno por uno, hallaba una razón para rechazarlos. La soltería
parecía ser su destino.
En abril de 1669, la Grande oo, entonces de cuarenta y dos
años de edad, conoció a uno de los hombres más extraños del porte: el marqués
Antonin Péguilin, después conocido como duque de Lauzun. Favorito de Luis XIV,
el marqués, de treinta y seis años, era un soldado valiente con un ingenio
ácido. También era un incurable donjuán. Aunque bajo de estatura e
indudablemente poco agraciado, sus insolentes modales y hazañas militares lo
volvían irresistible para las mujeres.
La Grande Mademoiselle había reparado en
él años antes, y admirado su elegancia y osadía. Pero apenas entonces, en 1669,
tuvo una conversación auténtica con él, si bien breve; y aunque conocía su fama
de tenorio, le pareció encantador. Días más tarde se encontraron de nuevo; esta
vez la conversación fue más larga, y Lauzun resultó ser más inteligente de lo
que ella había imaginado: hablaron del dramaturgo Comedie (el preferido de la
duquesa), heroísmo y otros temas elevados.
Luego, sus encuentros se volvieron
más frecuentes. Se habían hecho amigos. Anne-Marie escribió en su diario que
sus conversaciones con Lauzun, cuando ocurrían, eran el mejor momento de su
día; cuando él no estaba en la corte, ella sentía su ausencia. Sus encuentros
eran demasiado frecuentes para ser casuales por parte de Lauzun, pero él
siempre parecía sorprendido de verla. Al mismo tiempo, ella dejó asentado que
se sentía intranquila: la acometían emociones extrañas, y no sabía por qué.
El tiempo pasó, y un buen día la Grande Mademoiselle debió
marcharse de París una o dos semanas. Lauzun la abordó entonces, sin previo
aviso, y le rogó emocionado que lo considerara su confidente, el gran amigo que
ejecutaría cualquier encomienda en su ausencia. Él se mostró poético y
caballeroso, pero ¿qué se proponía en realidad? En su diario, Anne-Marie
enfrentó finalmente las emociones que se agitaban en ella desde su primera
conversación con él: "Me dije: éstas no son meditaciones vagas; debe haber
un objeto en todos estos sentimientos, y no podía imaginar quién era. [...] Por
fin, tras atormentarme durante varios días, me di cuenta de que era M. de
Lauzun a quien amaba, que era él quien de algún modo se había deslizado hasta
mi corazón y lo había atrapado".
Sabedora de la fuente de sus sentimientos, la Grande
Mademoiselle se volvió más directa. Si Lauzun iba a ser su confidente, ella
podría hablarle del matrimonio, de las bodas que aún se le ofrecían. Este tema
podría darle a él la oportunidad de expresar sus sentimientos; tal vez hasta se
mostraría celoso. Desafortunadamente, Lauzun no pareció captar la indirecta. En
cambio, preguntó a la duquesa por qué, para comenzar, pensaba en casarse;
parecía muy feliz tal como estaba. Además, ¿quién podía ser digno de ella?
Esto
duró varias semanas. La duquesa no pudo arrancarle nada personal. En cierto
sentido, ella lo comprendió: estaban presentes las diferencias de rango (ella
era muy superior a él) y de edad (ella era seis años mayor). Meses después
murió la esposa del hermano del rey, y Luis sugirió a la Grande Mademoiselle
que remplazara a su difunta cuñada; es decir, que se casara con su hermano.
Anne-Marie se indignó; era evidente que el hermano del rey quería poner las
manos sobre su fortuna. Pidió opinión a Lauzun. Como leales servidores del rey,
contestó él, debían obedecer el deseo real. Esta respuesta no agradó a la
duquesa y, para rematar, él dejó de visitarla, como si fuese impropio que
siguieran siendo amigos. Ésta fue la gota que derramó el vaso. La Grande
Mademoiselle dijo al rey que no se casaría con su hermano, y punto.
Anne Marie se reunió entonces con Lauzun, y le dijo que
escribiría en una hoja el nombre del caballero con quien siempre había querido
casarse. Él debía poner esa hoja bajo su almohada y leerla a la mañana
siguiente. Cuando lo hizo, se topó con las palabras C'est vous (Es usted). Al ver a la Grande Mademoiselle la noche
siguiente, Lauzun le dijo que debía estar bromeando: sería el hazmerreír de la
corte. Pero ella insistió en que hablaba en serio. El pareció conmocionado y
sorprendido, aunque no tanto como el resto de la corte cuando, semanas después,
se anunció el compromiso entre este donjuán de rango relativamente bajo y la
dama del segundo rango más alto de Francia, conocida lo mismo por su virtud que
por su habilidad para defenderla.
Interpretación. El duque de Lauzun es uno de los
seductores más gran-; des de la historia, y su lenta y sostenida seducción de
la Grande Mademoiselle fue su obra
maestra. Su método fue simple: indirecto. Al percibir en esa primera conversación
que ella se interesaba en él, decidió cautivarla con su amistad. Sería su amigo
más leal. Al principio esto resultó encantador: un hombre se daba tiempo para
hablar con ella, sobre poesía, historia, proezas de guerra —sus temas
favoritos. Poco a poco, ella empezó a confiar en él. Luego, casi sin que la
duquesa se diera cuenta, sus sentimientos cambiaron: ¿a ese consumado mujeriego
sólo le interesaba la amistad? ¿No le atraía ella como mujer? Estas ideas
«hicieron reparar en que se había enamorado de él. Esto fue en parte lo que
después hizo que rechazara la boda con el hermano del rey, una decisión hábil e
indirectamente inducida por el propio Lauzun, al negar de visitarla. Y, ¿cómo
podía él buscar dinero y posición, o sexo, cuando jamás había dado paso alguno
en ese sentido? No, lo brillante í de
la seducción de Lauzun fue que la Grande Mademoiselle creyó ser ella quien daba
todos los pasos.
Una vez que has elegido a la víctima correcta, debes llamar
su atención y despertar su deseo. Pasar de la amistad al amor puede surtir
efecto sin delatar la maniobra. Primero, tus conversaciones amistosas con tu
objetivo te darán valiosa información sobre su carácter, gustos, debilidades,
los anhelos infantiles que rigen su comportamiento adulto. (Lauzun, por
ejemplo, pudo adaptarse inteligentemente a los gustos de Anne-Marie una vez que
la estudió de cerca.) Segundo, al pasar tiempo con tu blanco, puedes hacer que
se sienta a gusto contigo. Creyendo que sólo te interesan sus ideas, su
compañía, moderará su resistencia, disipando la usual tensión entre los sexos.
Entonces será vulnerable, porque tu amistad con él habrá abierto la puerta
dorada a su cuerpo: su mente. Llegado ese punto, todo comentario casual, todo
leve contacto físico incitará una idea distinta, que lo tomará por sorpresa:
quizá podría haber algo entre ustedes. Una vez motivada esa sensación, tu
objetivo se preguntará por qué no has dado el paso, y tomará la iniciativa,
disfrutando de la ilusión de que es él quien está al mando. No hay nada más
efectivo en la seducción que hacer creer seductor al seducido.
No me acerco a ella, sólo bordeo la periferia de su existencia [...]
Ésta es la primera telaraña en la que debe caer.
CLAVES PARA LA SEDUCCIÓN.
Lo que buscas como seductor es la capacidad de dirigir a
los demás adonde tú quieres. Pero este juego es peligroso; en cuanto ellos
sospechen que actúan bajo tu influencia, te guardarán rencor. Somos criaturas
que no soportan sentir que obedecen a una voluntad ajena. Si tus objetivos lo
descubrieran, tarde o temprano se volverán contra ti. Pero ¿y si pudieras
lograr que hagan lo que quieres sin darse cuenta? ¿Si creyeran estar al mando?
Este es el poder del método indirecto, y ningún seductor puede obrar su magia
sin él.
El primer paso por dominar es simple: una vez que hayas
elegido a la persona correcta, debes hacer que el objetivo venga a ti. Si en
las etapas iniciales logras hacerle creer que es él quien realiza el primer
acercamiento, has ganado el juego. No habrá rencor, contrarreacción perversa ni
paranoia.
Conseguir que tu objetivo venga a ti implica concederle
espacio. Esto puede alcanzarse de varias maneras. Puedes rondar la periferia de
su existencia, para que te vea en diferentes lugares sin que te acerques nunca
a él. De esta forma llamarás su atención; y si él quiere atravesar el puente,
tendrá que llegar hasta ti. Puedes hacerte su amigo, como lo fue Lauzun de la
Grande Mademoiselle, y aproximarte cada vez más, aunque manteniendo siempre la
distancia apropiada entre amigos del sexo opuesto. También puedes jugar al gato
y al ratón con él, primero pareciendo interesado y retrocediendo después, para
incitarlo activamente a que te siga a tu telaraña. Hagas lo que hagas y
cualquiera que sea el tipo de seducción que practiques, evita a toda costa la tendencia
natural a hostigar a tu blanco.
No cometas el error de creer que perderá
interés a menos que lo presiones, o que un torrente de atención le agradará.
Demasiada atención prematura en realidad sólo sugerirá inseguridad, y causará
dudas sobre tus motivos. Peor todavía, no dará a tu objetivo margen para
imaginar. Da un paso atrás; permite que las ideas que suscitas lleguen a él
como si fueran propias. Esto es doblemente importante si tratas con alguien que
ejerce un profundo efecto en ti.
En realidad, nunca podremos entender al sexo opuesto.
Siempre será un misterio para nosotros, y este misterio aporta la deliciosa
tensión de la seducción, pero también es fuente de inquietud. Freud se hizo la
célebre pregunta de qué es lo que en verdad quieren las mujeres; aun para el
pensador más perspicaz de la psicología, el sexo opuesto era un territorio
desconocido. Tanto en los hombres como en las mujeres existen arraigadas
sensaciones de temor y ansiedad en relación con el sexo opuesto. En las etapas
iniciales de la seducción, entonces, debes hallar la manera de aplacar toda
sensación de desconfianza que la otra persona pueda experimentar. (Sentir temor
y peligro puede agudizar más tarde la seducción; pero si provocas esas
emociones en las primeras etapas, lo más probable es que ahuyentes a tu
víctima.) Establece una distancia neutral, aparenta ser inofensivo, y te darás
margen de maniobra. Casanova cultivó una leve feminidad en su carácter —interés
en la ropa, el teatro, los asuntos domésticos—, que las jóvenes consideraban
reconfortante. La cortesana del Renacimiento Tullia d'Aragona, quien hizo
amistad con los grandes pensadores y poetas de su época, hablaba de literatura
y filosofía, de todo menos del tocador (y de todo menos de dinero, que también
era su meta). Johannes, el narrador del Diario
de un seductor, de S0ren Kier-kegaard, sigue a su objetivo, Cordelia, a la
distancia; cuando sus caninos se cruzan, es cortés, y aparentemente tímido.
Cuando Cordelia llega a conocerlo, no la asusta. De hecho, él es tan inofensivo
que ella empieza a desear que lo sea menos.
Duke Ellington, el gran jazzista y consumado seductor,
deslumbraba inicialmente a las damas con su buena apariencia, ropa elegante y
carisma. Pero una vez a solas con una mujer, retrocedía un poco y se volvía
excesivamente cortés, ocupándose sólo de cosas insignificantes. La conversación
banal puede ser una táctica brillante: hipnotiza al objetivo. La monotonía de
tu fachada confiere mayor poder a la sugerencia más sutil, la más leve mirada.
Si nunca hablas de amor, volverás expresiva su ausencia: tu víctima se
preguntará por qué no aludes jamás a tus emociones; y al pensar en eso, llegará
más lejos aún, e imaginará qué más ocurre en tu mente. Ella será quien saque a
colación el tema del amor o el afecto. La monotonía deliberada tiene muchas
aplicaciones. En psicoterapia, el médico responde con monosílabos para atraer
al paciente, haciéndolo relajarse y abrirse. En negociaciones internacionales,
Henry Kissinger abrumaba a los diplomáticos con detalles fastidiosos, y luego
hacía audaces demandas. Al inicio de la seducción, las palabras monocromas
suelen ser más eficaces que las vividas: el objetivo se desconecta, te mira a
la cara, empieza a imaginar, fantasea y cae bajo tu hechizo.
Llegar a tus objetivos a través de otras personas es muy
eficaz: in-fíltrate en su círculo y dejarás de ser un extraño. Antes de dar un
solo paso, el conde de Grammont, seductor del siglo xvii, entablaba amistad con
la recamarera, ayuda de cámara, un amigo e incluso un amante de su blanco. De
este modo podía reunir información, y buscar la manera de acercarse a él en
forma inofensiva. También podía sembrar ideas, diciendo cosas que era probable
que el tercero repitiera, Cosas que intrigarían a la dama, en particular si
procedían de alguien a quien ella conocía.
Ninon de L'Enclos, la cortesana y estratega de la seducción
del siglo XVII, creía que
disfrazar las intenciones propias no sólo era necesario: aumentaba el placer
del juego. Un hombre jamás debía declarar sus sentimientos, pensaba ella, en
particular al principio. Esto es irritante y provoca desconfianza. "Lo que
ella adivina persuade mucho más a una mujer de estar enamorada que lo que
oye", comentó una vez. Con frecuencia, la prisa de una persona en declarar
sus sentimientos resulta de un falso deseo de complacer, pensando que esto
halagará a la otra. Pero el deseo de complacer puede ofender y molestar. Los
niños, los gatos y las coquetas nos atraen por no intentarlo en apariencia, e
incluso mostrarse indiferentes. Aprende a encubrir tus sentimientos, y que la
gente descubra por sí sola lo que pasa.
En todas las esferas de la vida, nunca des la impresión de
que buscas algo; esto producirá una resistencia que nunca someterás. Aprende a
acercarte a la gente de lado. Apaga tus colores, pasa inadvertido, finge ser
inocuo y tendrás más margen de maniobra. Lo mismo sucede en política, donde la
ambición manifiesta suele asustar a la gente. A primera vista, Vladimir Ilich
Lenin parecía un ruso común: vestía como obrero, hablaba con acento campesino,
no se daba aires de grandeza. Esto hacía sentir a gusto a la gente, e
identificarse con él. Pero bajo ese aspecto aparentemente insulso había por
supuesto un hombre muy hábil, que no cesaba de maniobrar. Cuando la gente se
percató de esto, ya era demasiado tarde.
Símbolo.
La telaraña. La araña busca un inocuo rincón donde tejer su tela. Cuanto más
tarda, más fabulosa es su construcción, pero pocos lo notan: sus tenues hilos
son casi invisibles. La araña no tiene que cazar para comer; ni siquiera
moverse. Se posa en silencio en una esquina, esperando a que sus víctimas
lleguen solas y caigan en su red.
REVERSO.
En la guerra necesitas espacio para alinear tus tropas,
margen de maniobra. Cuanto más espacio tengas, más intrincada puede ser tu estrategia.
Pero a veces es mejor arrollar al enemigo, no darle tiempo de pensar o
reaccionar. Aunque Casanova adaptaba sus estrategias a la mujer en cuestión, a
menudo trataba de causar una impresión inmediata, para incitar deseo desde el
primer encuentro. Actuaba con galantería y salvaba a una mujer en peligro; se
vestía de cierto modo para que su objetivo lo distinguiera entre la multitud.
En cualquier caso, una vez que conseguía la atención de una mujer, avanzaba con
la velocidad del rayo. Una sirena como Cleopatra intenta ejercer un efecto
físico inmediato en los hombres, para no dar a sus víctimas tiempo ni espacio
para retirarse. Ella usa el factor sorpresa. El primer periodo de tu contacto
con alguien podría implicar un grado de deseo que nunca se repetirá;
prevalecerá la audacia. Sin embargo, estas seducciones son cortas. Las sirenas
y los Casanovas sólo obtienen placer del número de sus víctimas, pasando
rápidamente de una conquista a otra, y esto puede resultar fatigoso. Casanova
acabó extenuado; las sirenas, insaciables, nunca están satisfechas. La
seducción indirecta, cuidadosamente ejecutada, puede reducir el número de tus
conquistas, pero te compensará con creces con su calidad.
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