EL PROCESO DE LA SEDUCCIÓN.



La mayoría de nosotros comprendemos que ciertos actos de nuestra parte tendrán un efecto grato y seductor en la persona a la que deseamos seducir. El problema es que, por lo general, estamos demasiado absortos en nosotros mismos: pensamos;, más en lo que queremos de otras personas que en lo que ellas podrían querer de nosotros. Quizá a veces hacemos algo seductor, pero a menudo proseguimos con un acto egoísta o agresivo (tenemos prisa por lograr lo que deseamos); o, sin saberlo, mostramos un lado mezquino y banal, desvaneciendo así las ilusiones o fantasías que una persona podría tener de nosotros. Nuestros intentos de seducción no suelen durar lo suficiente para surtir efecto.


No seducirás a nadie dependiendo sólo de tu cautivadora personalidad, o haciendo ocasionalmente algo noble o atractivo. La seducción es un proceso que ocurre en el tiempo: cuanto más tardes y más lento avances en él, más hondo llegarás en la mente de tu víctima. Este es un arte que requiere paciencia, concentración y pensamiento estratégico. Siempre debes estar un paso adelante de tu víctima, encandilándola, hechizándola, descontrolándola.

Los veinticuatro capítulos de esta sección te armarán con una serie de tácticas que te ayudarán a salir de ti y a entrar en la mente de tu víctima, para que puedas tocarla como si fuera un instrumento. Estos capítulos siguen un orden flexible, que va del contacto inicial con tu víctima a la exitosa conclusión de la seducción. Tal orden se basa en ciertas leyes eternas de la psicología humana. Dado que las ideas de la gente tienden a girar en torno a sus preocupaciones e inseguridades diarias, no podrás proceder a seducirla hasta adormecer poco a poco sus ansiedades y llenar su distraída mente con ideas de ti. Los primeros capítulos te ayudarán a conseguir eso. En las relaciones es natural que las personas se familiaricen tanto entre sí que la aburrición y el estancamiento aparezcan. El misterio es el alma de la seducción, y para mantenerlo debes sorprender constantemente a tus víctimas, agitar las cosas, sacudirlas incluso. 

La seducción no debe acostumbrarse nunca a la cómoda rutina. Los capítulos intermedios y finales te instruirán en el arte de alternar esperanza y desesperación, placer y dolor, hasta que tus víctimas se debiliten y sucumban. En cada caso, una táctica sirve de base a la siguiente, lo que te permitirá continuar con algo más fuerte y audaz. 

Un seductor no puede ser tímido ni compasivo.
Para ayudarte a avanzar en la seducción, estos capítulos se han dispuesto en cuatro fases, cada una de las cuales tiene una meta particular: lograr que la víctima piense en ti; tener acceso a sus emociones, creando momentos de placer y confusión; llegar más hondo, actuando sobre su inconsciente y estimulando deseos reprimidos, y por último inducir la rendición física. (Estas fases se indican claramente y se explican con una breve introducción.) Si sigues dichas fases, operarás con mayor efectividad en la mente de tu víctima, y crearás el ritmo lento e hipnótico de un ritual. 

De hecho, el proceso de la seducción puede concebirse como una suerte de ritual iniciático, en el que haces que la gente se desprenda de sus hábitos, le brindas experiencias novedosas y la pones a prueba antes de introducirla a una nueva vida.

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Lo mejor es leer la totalidad de los capítulos y obtener el mayor conocimiento posible. Llegado el momento de aplicar estas tácticas, deberás elegir las apropiadas para tu víctima específica; a veces bastarán unas cuantas, dependiendo del grado de resistencia que halles y de la complejidad de los problemas de tu víctima. Estas tácticas se aplican por igual a la seducción social que a la política, salvo en el caso del componente sexual de la fase cuatro.


Vence a toda costa la tentación de apresurar el clímax de la seducción, o de improvisar. En esa circunstancia, no serías seductor, sino egoísta. En la vida diaria todo es prisa e improvisación, y tú debes ofrecer algo diferente. Si te tomas tu tiempo y respetas el proceso de la seducción, no sólo quebrarás la resistencia de tu víctima, sino que también la enamorarás.

FASE UNO.

Separación:
Incitación del interés y del deseo.
Tus víctimas viven en su propio mundo, y su mente está ocupada por [ansiedades e inquietudes diarias. Tu meta en esta fase inicial es separarlas poco a poco de ese mundo cerrado y llenar su mente con ideas de ti. Una vez que hayas decidido a quién seducir (1: Elige la víctima correcta), tu primera tarea será llamar la atención de tu víctima, despertar en su interés por ti. Si se resiste o se pone difícil, tendrás que seguir un método más pausado y velado, y conquistar primero su amistad (2: Crea una falsa [sensación de seguridad: Acércate indirectamente); si está aburrida y es menos difícil de abordar, un método dramático te será útil, para fascinarla con una presencia misteriosa (3: Emite señales contradictorias); o para dar la impresión de que eres alguien a quien los demás codician y por quien pelean (4: Aparenta ser un objeto de deseo:
Forma triángulos).


Una vez intrigada tu víctima, transforma su interés en algo más intenso: deseo. Al deseo suelen precederlo sensaciones de vacío, de que dentro falta algo que debe aportarse. Infunde deliberadamente esas sensaciones, haz que tu víctima se percate de que en su vida faltan romance y aventura (5: Engendra una necesidad: Provoca ansiedad y descontento). Si ella te ve como quien llenará su vacío, el interés florecerá y se convertirá en deseo. Este se avivará sembrando sutilmente ideas en la cabeza de tu víctima, indicios de los seductores placeres que le esperan (6: Domina el arte de la insinuación). Reflejar los valores de tu víctima, ceder a sus deseos y estados de ánimo le encantará y deleitará (7: Penetra su espíritu). Sin darse cuenta, sus ideas girarán cada vez más en torno a ti. Entonces habrá llegado el momento de algo más intenso. Atráela con un placer o una aventura irresistible (8: Crea tentación) y te seguirá.

1.- Elige la víctima correcta.

Todo depende del objetivo de tu seducción. Estudia detalladamente a tu presa, y elige sólo las que serán susceptibles a tus encantos. Las víctimas correctas son aquellas en las que puedes llenar un vacío, las que ven en ti algo exótico. A menudo están aisladas o son al menos un tanto infelices (a causa tal vez de recientes circunstancias adversas), o se les puede llevar con facilidad a ese punto, porque la persona totalmente satisfecha es casi imposible de seducir. La víctima perfecta posee alguna cualidad innata que te atrae. Las intensas emociones que esta cualidad inspira contribuirán a hacer que tus maniobras de seducción parezcan más naturales y dinámicas. La víctima perfecta da lugar a la caza perfecta.

PREPARACIÓN PARA LA CAZA.


El joven vizconde de Valmont era un conocido libertino en el París fie la década de 1770, ruina de más de una muchacha e ingenioso seductor de las esposas de ilustres aristócratas. Pero pasado un tiempo, la rutina de todo esto empezó a aburrirle; sus éxitos se volvieron demasiado fáciles. Cierto año, durante el bochornoso y lento mes de agosto, decidió descansar de París y visitar a su tía en su cháteau de la provincia. La vida ahí no era la que él acostumbraba: había paseos en el campo, charlas con el vicario local, juegos de cartas. Sus amigos de la ciudad, en particular la también libertina marquesa de Merteuil, su confidente, supusieron que regresaría pronto.


Había otros huéspedes en el cháteau, sin embargo, entre los que estaba la regidora de Tourvel, mujer de veintidós años de edad cuyo esposo estaba temporalmente ausente, por motivos de trabajo. La regidora languidecía en el cháteau, a la espera de su marido. Valmont ya la conocía; era hermosa, sin duda, pero tenía fama de mojigata, y de estar totalmente consagrada a su esposo. No era una dama de la corte; tenía un gusto atroz para vestir (siempre se cubría el cuello con adornos espantosos), y su conversación carecía de ingenio. 


Por alguna razón, no obstante, lejos de París, Valmont comenzó a ver esas peculiaridades bajo una nueva luz. Seguía a la regidora a la capilla, adonde iba todas las mañanas a rezar. Lograba verla apenas en la cena, o jugando canas. A diferencia de las damas de París, ella parecía ignorar sus encantos propios; esto excitaba a Valmont. A causa del calor, Madame de Tourvel se ponía un sencillo vestido de lino, que exhibía su figura. Una gasa le cubría los pechos, lo que permitía a Valmont más que imaginarlos. Su cabello, fuera de moda en razón de su leve desorden, evocaba la alcoba. Y su rostro... él nunca había advertido qué expresivo era. Sus facciones se iluminaban cuando daba limosna a un mendigo; ella se ruborizaba al menor cumplido. 

Era natural y desinhibida. Y cuando hablaba de su esposo, o de cosas religiosas, Valmont podía sentir la hondura de sus sentimientos. ¡Si fuera posible desviar alguna vez esa apasionada naturaleza a una aventura amorosa...!


I Valmont prolongó su estancia en el cháteau, para enorme deleite de su tía, quien no habría podido adivinar el motivo. Y le escribió a la marquesa de Merteuil, explicándole su nueva ambición: seducir a Madame de Tourvel. La marquesa no podía creerlo. ¿Valmont quería seducir a esa gazmoña? 

Si lo conseguía, ella le daría muy poco placer; si fracasaba, ¡oh, desgracia! ¡Que el gran libertino fuera incapaz de seducir a una mujer cuyo marido estaba lejos! Le contestó con una carta sarcástica, que sólo enardeció más a Valmont. La conquista de esa dama notoriamente virtuosa se propuso él, constituiría el culmen de sus poderes de seducción. Su fama no haría otra cosa que aumentar.

Pero había un obstáculo que parecía volver casi imposible el éxito: todos conocían la reputación de Valmont, incluida la regidora. Ella sabía lo peligroso que era estar a solas con él, que la gente hablaba de la menor asociación con Valmont. El hizo todo por desmentir su fama, al grado de asistir a ceremonias religiosas y mostrarse arrepentido de sus costumbres. La regidora lo notó, pero aun así guardó distancia. El reto que ella representaba para Valmont era irresistible, pero ¿él podría vencerlo?


Valmont decidió calar las aguas. Un día organizó un breve paseo con la regidora y su tía. Eligió un sendero encantador que nunca habían seguido, pero en cierto lugar llegaron a una pequeña zanja que una dama no podía cruzar sola. Valmont dijo que el resto del paseo era demasiado agradable para regresar, así que cargó galantemente en brazos a su tía y la condujo al otro lado de la zanja, provocando sonoras carcajadas en la regidora. Pero llegó entonces el turno de ella, y Valmont la cargó a propósito con relativa torpeza, lo cual la obligó a prenderse de sus brazos; y mientras él la estrechaba contra su pecho, sintió que el corazón de ella latía más rápido, y la vio sonrojarse. Su tía también la vio, y exclamó: "¡La niña está asustada!". Pero Valmont pensó otra cosa. Supo entonces que era posible vencer el reto, conquistar a la regidora. La seducción podía proceder.

Interpretación. Valmont, la regidora de Tourvel y la marquesa de Merteuil son personajes de la novela francesa del siglo xviii Las amistades peligrosas, de Choderlos de Lacios. (El personaje de Valmont se inspiró en varios libertinos reales de la época, el más destacado de los cuales era el duque de Richelieu.) En la ficción, a Valmont le preocupa que sus seducciones se hayan vuelto mecánicas; él da un paso, y la mujer reacciona casi siempre de la misma manera. Pero cada seducción debe ser distinta; un objetivo diferente ha de alterar la dinámica entera. El problema de Valmont es que siempre seduce al mismo tipo de víctima, el tipo equivocado. Se da cuenta de esto cuando conoce a Madame de Tourvel.


El no decide seducirla porque su marido sea conde, se vista con elegancia u otros hombres la deseen: las razones usuales. La elige porque, a su manera, ella ya lo ha seducido a él. Un brazo desnudo, una risa espontánea, una actitud juguetona: todo esto ha atrapado la atención de Valmont, porque nada es artificial. Una vez que él cae bajo su hechizo, la fuerza de su deseo hará que sus maniobras posteriores parezcan menos calculadas; él es aparentemente incapaz de evitarlas. Y
sus intensas emociones la contagiarán poco a poco a ella. Más allá del efecto que la regidora ejerce sobre Valmont, ella posee otros rasgos que la convierten en la víctima perfecta. Está aburrida, lo que la empuja a la aventura. Es ingenua, e incapaz de entrever las intenciones de los trucos de él. Por último, el talón de Aquiles: se cree inmune a la seducción. Casi todos somos vulnerables a los atractivos de otras personas, y tomamos precauciones contra indeseables deslices. Madame de Tourvel no toma ninguna. Una vez que Valmont la ha puesto a prueba en la zanja, y ha comprobado que es físicamente vulnerable, sabe que a la larga caerá.


La vida es corta, y no debería desaprovecharse persiguiendo y seduciendo a las personas equivocadas. La selección del objetivo es crucial; es el fundamento de la seducción, y determinará todo lo que siga. La víctima perfecta no tiene facciones específicas o el mismo gusto musical que tú, o metas similares en la vida. Éstos son los criterios del seductor banal para elegir a sus objetivos. La víctima perfecta es la persona que te incita en una forma que no puede explicarse con palabras, cuyo efecto en ti no tiene nada que ver con superficialidades. Esa persona tendrá por lo general una cualidad de la que tú careces, y que tal vez envidias en secreto; la regidora, por ejemplo, posee una [inocencia que Valmont perdió hace mucho tiempo o nunca tuvo. Debe haber algo de tensión; la víctima podría temerte un poco, o incluso | rechazarte levemente. Esta tensión está llena de potencial erótico, y [hará mucho más vivaz la seducción. Sé más creativo al elegir a tu presa, y se te recompensará con una seducción más emocionante. Por supuesto que esto no significa nada si la posible víctima no está abierta a tu influencia. Prueba primero a la persona. Una vez que sientas que también ella es vulnerable a ti, la caza puede comenzar.


Es un golpe de suerte encontrar a alguien a quien valga la pena seducir. [...] La mayoría de la gente se precipita, se compromete o hace otras tonterías, y en un instante todo ha terminado y ya se  sabe qué ganó ni qué perdió.
—Soren Kierkcgaard.

CLAVES PARA LA SEDUCCIÓN.

Nos pasamos la vida teniendo que convencer a personas, teniendo que seducirlas. Algunas de ellas estarán relativamente abiertas a nuestra influencia, así sea sólo en formas sutiles, mientras que otras parecerán impermeables a nuestros encantos. Tal vez creamos que esto es un misterio fuera de nuestro control, pero ése es un modo ineficaz de enfrentar la vida. Los seductores, sean sexuales o sociales, prefieren seleccionar sus probabilidades. Tanto como sea posible, persiguen a gente que delata alguna vulnerabilidad a ellos, y evitan a la que no pueden emocionar. Dejar en paz a quienes son inaccesibles a ti es una senda sensata; no puedes seducir a todos. Por otra parte, busca activamente a la presa que reaccione de la manera correcta. Esto volverá mucho más placenteras y satisfactorias tus seducciones.


¿Cómo puedes reconocer a tus víctimas? Por la forma en que reaccionan a ti. No prestes mucha atención a sus reacciones conscientes; es probable que una persona que trata obviamente de agradarte o encantarte juegue con tu vanidad, y quiera algo de ti. En cambio, pon mayor atención a las reacciones fuera del control consciente: un sonrojo, un reflejo involuntario de algún gesto tuyo, un recato inusual, tal vez un destello de ira o rencor. Todo esto indica que ejerces efecto en una persona que está abierta a tu influencia.


Como Valmont, también puedes reconocer a tus objetivos correctos por el efecto que ellos tienen en ti. Quizá te ponen intranquilo; tal vez corresponden a un arraigado ideal de tu infancia, o representan algún tipo de tabú personal que te excita, o sugieren a la persona que crees que serías si fueras del sexo opuesto. El hecho de que una persona ejerza tan profundo efecto en ti transforma todas tus maniobras posteriores. Tu rostro y tus gestos cobran animación. Tienes más energía; si la víctima se te resiste (como toda buena víctima debe hacerlo), tú serás a tu vez más creativo, te sentirás más motivado a vencer esa resistencia. La seducción avanzará como un juego. 

Tu intenso deseo contagiará a tu objetivo, y le brindará la peligrosa sensación de tener poder sobre ti. Tú eres, desde luego, quien en última instancia está al mando, ya que vuelves emotiva a tu víctima en los momentos indicados, llevándola de un lado a otro. Los buenos seductores escogen objetivos que los inspiran, pero saben cómo y cuándo contenerse.


Jamás te arrojes a los ansiosos brazos de la primera persona a la que parezcas agradarle. Esto no es seducción, sino inseguridad. La necesidad que tira de ti producirá una relación de baja calidad, y el interés en ambos lados decaerá. Fíjate en los tipos de víctimas que no has considerado hasta ahora; ahí es donde encontrarás desafío y aventura. Los cazadores experimentados no eligen a su presa porque sea fácil atraparla; desean el estremecimiento de la persecución, una lucha a vida o muerte, y entre más feroz, mejor.


Aunque la víctima perfecta para ti depende de ti mismo, ciertos tipos se prestan a una seducción más satisfactoria. A Casanova le gustaban las jóvenes desdichadas, o que habían sufrido una desgracia reciente. Estas mujeres apelaban a su deseo de pasar por salvador, pero tal preferencia también respondía a la necesidad: las personas felices son mucho más difíciles de seducir. Su dicha las vuelve inaccesibles. I Siempre es más fácil pescar en aguas turbulentas. De igual modo, un aire de tristeza es en sí mismo sumamente seductor; Genji, el protagonista de la novela japonesa La historia de Genji, no podía resistirse I a una mujer de aire melancólico. En el Diario de un seductor, de Kierkegaard, el narrador, Johannes, fija un importante requisito a su víctima: debe tener imaginación. Por eso escoge a una mujer que vive en un mundo de fantasía, que envolverá en poesía cada uno de sus gestos, imaginando mucho más de lo que está ahí. Lo mismo que a una persona feliz, también es difícil seducir a una persona que no tiene imaginación.

Para las mujeres, el hombre caballeroso suele ser la víctima perfecta. Marco Antonio era de este tipo: adoraba el placer, era muy emotivo y, en lo tocante a las mujeres, le costaba trabajo pensar con claridad. A Cleopatra le fue fácil manipularlo. 

Una vez que ella se apoderó del control de sus emociones, lo mantuvo permanentemente en sus manos. Una mujer no debe desanimarse nunca de que un hombre parezca demasiado agresivo. Es con frecuencia la víctima perfecta. Con algunos trucos de coquetería, a ella le será fácil trastornar tal agresión y convertir a ese hombre en su esclavo. A hombres así en realidad les gusta verse obligados a perseguir a una mujer.


Cuídate de las apariencias. Una persona que parece volcánicamente apasionada suele esconder inseguridad y ensimismamiento. Esto fue lo que la mayoría de los hombres que la trataron no percibieron en Lola Montez, cortesana del siglo XIX. Ella parecía sumamente dramática y excitante. Lo cierto es que era una mujer atribulada, obsesionada consigo misma, pero para el momento en que los hombres lo descubrían ya era demasiado tarde: se habían enredado con ella, y no podían desprenderse sin meses de drama y tortura. La gente exteriormente distante o tímida suele ser un objetivo mejor que la extrovertida. Se muere por ser comunicativa, y una tormenta aún se agita en su interior.


Los individuos con mucho tiempo en sus manos son extremadamente susceptibles a la seducción. Tienen abundante espacio mental por ser llenado por ti. Tullia d'Aragona, la infausta cortesana italiana del siglo XVI, prefería a jóvenes como víctimas; aparte de la razón física de eso, ellos eran más ociosos que los hombres trabajadores con trayectoria y, por tanto, más indefensos ante una seductora ingeniosa. Por otro lado, evita generalmente a personas preocupadas por sus negocios o su trabajo; la seducción requiere atención, y las personas muy ocupadas te ofrecen poco espacio mental por llenar.


De acuerdo con Freud, la seducción comienza pronto en la vida, en nuestra relación con nuestros padres. Ellos nos seducen físicamente, lo mismo con contacto corporal que satisfaciendo deseos como el hambre, y nosotros a nuestra vez tratamos de seducirlos para que nos presten atención. Somos por naturaleza criaturas vulnerables a la seducción a lo largo de la vida. Todos queremos que nos seduzcan; anhelamos que se nos obligue a salir de nosotros, de nuestra rutina, y a entrar al drama del eros. Y nada nos atrae más que la sensación de que alguien tiene algo de lo que nosotros carecemos, una cualidad que deseamos. Tus víctimas perfectas suelen ser las personas que creen que posees algo que ellas no, y que se mostrarán encantadas de que se lo brindes. Quizá esas víctimas tengan un temperamento completamente opuesto al tuyo, y esta diferencia creará una emocionante tensión.

Cuando Jiang Qing, más tarde llamada Madame Mao, conoció a Mao Tse-Tung en 1937, en el refugio montañoso de éste en el occidente de China, sintió lo desesperado que estaba por un poco de color y sabor en su vida; todas las mujeres del campamento se vestían como los hombres, y habían renunciado a cualquier gala femenina. Jiang había sido actriz en Shanghai, y era todo menos austera. Proporcionó a Mao lo que a éste le faltaba, y le concedió la emoción adicional de poder educarla en el comunismo, apelando a su complejo de Pigma-lión: el deseo de dominar, controlar y reformar a una persona. Pero en realidad, era Jiang Qing quien controlaba a su futuro esposo.


La mayor carencia de todas es la de emoción y aventura, precisamente lo que la seducción ofrece. En 1964, el actor chino Shi Pei Pu, quien había cobrado fama como intérprete de papeles femeninos, conoció a Bernard Bouriscout, joven diplomático asignado a la embajada de Francia en China. Bouriscout había ido a China en busca de aventura, y le desilusionaba tener poco contacto con chinos. Fingiendo ser una mujer que de niña había sido obligada a vivir como niño —supuestamente la familia ya tenía demasiadas hijas—, Shi Pei Pu se valió del hastío e insatisfacción del joven francés para manipularlo. Tras inventar una historia de los engaños por los que había tenido que atravesar, atrajo lentamente a Bouriscout a un romance que duraría años. (El diplomático había tenido previos encuentros homosexuales, pero se consideraba heterosexual.) 

Tiempo después, Bouriscout fue inducido a realizar espionaje para los chinos. Durante todo ese tiempo creyó que Shi Pei Pu era mujer; su vivo deseo de aventura lo había vuelto así de vulnerable. Los tipos reprimidos son víctimas perfectas para una intensa seducción.


La gente que reprime el apetito de placer es una víctima ideal, en particular a una edad avanzada. Ming Huang, emperador chino del siglo VIII, pasó gran parte de su reinado tratando de despojar a su corte de su costosa adicción al lujo, y era un modelo de austeridad y virtud.


Pero en cuanto vio a la concubina Yang Kuei-fei bañarse en un lago del palacio, todo cambió.
Yang era la mujer más encantadora del reino, pero también la amante del hijo del emperador.


Ejerciendo su poder, éste se la arrebató, sólo para convertirse en su más rendido esclavo. La selección de la víctima correcta es igualmente importante en la política. Seductores de masas como Napoleón y John F. Kennedy ofrecen a la gente justo lo que le falta. Cuando Napoleón llegó al poder, el orgullo del pueblo francés estaba por los suelos, abatido por las sangrientas repercusiones de la Revolución francesa. El ofreció gloria y conquista. Kennedy percibió que los estadunidenses estaban hartos de la sofocante comodidad de los años de Eisenhower; les dio aventura y riesgo. Más aún, ajustó su convocatoria al grupo más vulnerable a ella: la generación joven. Los políticos de éxito saben que no todos serán susceptibles a su encanto; pero si hallan un grupo de posibles partidarios con una necesidad por satisfacer, tendrán seguidores que los apoyarán sin condiciones.


Símbolo. La caza mayor. Los leones son peligrosos; atraparlos es conocer el escalofrío del riesgo. Los leopardos son listos y rápidos, y brindan la emoción de una caza ardua. Jamás te precipites a la caza. Conoce a tu presa, y elígela con cuidado. No pierdas tiempo en la caza menor: los conejos que caen en la trampa, el visón preso en el cepo perfumado. Desafío es placer.
REVERSO.
No hay reverso posible en este caso. Nada ganarás tratando de seducir a una persona cerrada a ti, o que no puede brindarte el placer y la caza que necesitas.



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