El amante ideal.

angie v



La mayoría de la gente tiene sueños de juventud que se hacen trizas o desgastan con la edad. Se ve decepcionada por personas, sucesos y realidades que no están a la altura de sus aspiraciones juveniles. Los amantes ideales medran en esos sueños insatisfechos, convertidos en duraderas fantasías. ¿Anhelas romance? ¿Aventura? ¿Suprema comunión espiritual? El amante ideal refleja tu fantasía. Es experto en crear la ilusión que necesitas, idealizando tu imagen. En un mundo de bajeza y desencanto, hay un ilimitado poder seductor en seguir la senda del amante ideal.

EL ROMÁNTICO IDEAL.

Una noche de 1760, en la ópera de la ciudad de Colonia, una bella joven miraba al público sentada en su palco. Junto a ella se hallaba su esposo, el burgomaestre de la ciudad, hombre maduro y afable, pero aburrido. 

Con sus catalejos, la joven vio a un apuesto caballero vestido con un traje deslumbrante. Su mirada fue evidentemente advertida, porque terminada la ópera el hombre se presentó: se llamaba Giovanni Giacomo Casanova.


El desconocido besó la mano de la mujer. Ella le dijo que iría a un baile la noche siguiente; ¿le gustaría a él asistir? "Únicamente si puedo osaresperar, Madame", contestó Casanova, "que usted baile sólo conmigo."

La noche siguiente^ después del baile, la mujer no podía pensar más que en Casanova. El parecía haberse adelantado a sus pensamientos: ¡había sido tan agradable, pero también tan atrevido! Días más tarde él cenó en casa de la dama; y cuando el esposo de ésta se retiró a descansar, ella le mostró la residencia. 

Desde su tocador, la mujer señaló un ala de la casa, una capilla, justo frente a la ventana. Y en efecto, como si le hubiera leído la mente, Casanova asistió a misa en esa capilla al otro día; y al ver a la dama en el teatro esa noche, le confió haber visto allí una puerta que sin duda conducía a su recámara. 

Ella río, y se fingió sorprendida. Con el más inocente de los tonos, él añadió que buscaría la manera de esconderse en la capilla al día siguiente, y casi sin pensarlo ella murmuró que lo visitaría ahí una vez que todos se hubieran ido a acostar.


Casanova se ocultó entonces en el diminuto confesionario de la capilla, esperando día y noche. Había ratas, y él no tenía dónde tenderse; pero cuando la esposa del burgomaestre llegó por fin, a altas horas de la noche, él no se quejó, sino que la siguió a su habitación, sin hacer ruido. Sus citas continuaron varios días. 


De día, ella ansiaba que llegara la noche: al fin tenía algo por qué vivir, una aventura. Ella le dejaba comida, libros y velas para hacer llevaderas sus largas y tediosas estancias en la capilla; no parecía correcto usar un templo para ese propósito, pero esto no hacía sino volver más emocionante el asunto. 


Días después, sin embargo, ella tuvo que hacer un viaje con su esposo. Cuando regresó, Casanova había desaparecido, tan rápida y grácilmente como llegó.
Años más tarde, en Londres, una joven llamada Miss Pauline vio un anuncio en un periódico local. 

Un caballero buscaba una inquilina para rentar una parte de su casa. Miss Pauline procedía de Portugal y era de la nobleza; se había fugado a Londres con su amante, pero él había tenido que volver a casa, y ella debió quedarse un tiempo antes de poder reunírsele. 

En ese momento se hallaba sola, tenía poco dinero y estaba deprimida por sus miserables circunstancias; después de todo, había sido educada como una dama.

Contestó el anuncio.

El caballero resultó ser Casanova, ¡y vaya que era un caballero! La habitación que ofrecía era bonita, y la renta baja; sólo pidió a cambio ocasional compañía. Miss Pauline se mudó. Jugaban ajedrez, paseaban a caballo, hablaban de literatura. ¡Él era tan fino, cortés y generoso! 

Aunque era una mujer seria y altiva, ella terminó por depender de su amistad; ahí estaba un hombre con el que podía hablar horas enteras. Luego, un día Casanova pareció distinto, molesto, agitado: confesó estar enamorado de ella. Miss Pauline regresaría pronto a Portugal, a reunirse con su amante, y eso no era precisamente lo que quería oír. Le dijo a Casanova que debía ir a montar para serenarse.


Esa misma noche recibió la noticia: Casanova había caído de su caballo. Sintiéndose responsable del accidente, ella corrió a verlo, lo halló en cama y se arrojó a sus brazos, incapaz de controlarse. Esa noche se hicieron amantes, y lo siguieron siendo por el resto de la estancia de Miss Pauline en Londres. Cuando llegó el momento de que ella se marchara a Portugal, él no intentó detenerla; por el contrario, la consoló, razonando que cada uno le había ofrecido al otro el antídoto temporal perfecto contra su soledad, y que toda la vida serían amigos.


Años después, en una pequeña ciudad española, una joven y hermosa mujer llamada Ignacia salía de la iglesia luego de confesarse. Casanova la abordó. Camino a casa de ella, él le explicó que le apasionaba bailar el fandango, y la invitó a un baile para la noche siguiente. ¡

Él era tan distinto a todos en la ciudad, que tanto la aburrían! Desesperaba por ir. Sus padres se opusieron, pero ella convenció a su madre de que fungiera como dama de compañía. Tras una inolvidable noche de baile (él bailaba muy bien el fandango para ser extranjero), Casanova confesó estar locamente enamorado de ella. Ignacia replicó, muy triste, que ya tenía prometido. 

Casanova no insistió, pero los días siguientes la llevó a más bailes, y a corridas de toros. En una ocasión, Casanova la presentó con una amiga suya, una duquesa, que coqueteó descaradamente con él; Ignacia ardió de celos. Para entonces estaba irremediablemente enamorada de Casanova, pero su sentido del deber y su religión le prohibían pensar siquiera en eso.

Finalmente, luego de días de tormento, Ignacia buscó a Casanova y lo tomó de la mano: "Mi confesor quiso hacerme prometer que nunca volvería a estar a solas con usted", le dijo; "y como no pude hacerlo, se negó a darme la absolución. 

Es la primera vez en la vida que me ocurre algo así. Me he puesto en manos de Dios. He decidido que mientras usted esté aquí, haré cuanto desee. Cuando, para mi pesar, se marche de España, buscaré otro confesor. Mi capricho por usted, después de todo, es sólo una locura pasajera".

Casanova es quizá el seductor más exitoso de la historia: pocas mujeres se le resistían. Su método era simple: al conocer a una mujer, la estudiaba, acompañaba sus estados de ánimo, indagaba qué le faltaba en la vida y se lo daba. Se volvía el amante ideal. La esposa del aburrido burgomaestre necesitaba aventura y romance; quería a alguien que sacrificara tiempo y comodidad para poseerla. A Miss Pauline le faltaba amistad, ideales elevados y conversación seria; quería un hombre de buena cuna y generoso que la tratara como una dama. 

A Ignacia le faltaba sufrimiento y tormento. Su vida era demasiado fácil; para sentirse verdaderamente viva, y tener algo real que confesar, necesitaba pecar. En cada caso, Casanova se adaptó a los ideales de la mujer respectiva, dio vida a su fantasía. Una vez que ella caía bajo su hechizo, un pequeño truco o cálculo sellaba el romance (un día entre ratas, una artificiosa caída de un caballo, un encuentro con otra mujer para poner celosa a Ignacia).

El amante ideal es raro en el mundo moderno, porque este papel implica esfuerzo. Te obliga a concentrarte intensamente en la otra persona, a sondear qué le falta, lo cual es la causa de su desilusión. 

La gente suele revelar esto en formas sutiles: mediante gestos, tono de voz, una mirada a los ojos. Aparentando ser lo que le hace falta, encajarás en su ideal. Crear este efecto demanda paciencia y atención a los detalles. La mayoría de las personas están tan absortas en sus deseos, tan impacientes, que son incapaces de adoptar el papel del amante ideal. Tú conviértelo en una fuente de infinitas oportunidades. 

Sé un oasis en el desierto del ensimismado; pocos pueden resistir la tentación de seguir a una persona que parece tan afín a sus deseos, tan dispuesta a dar vida a sus fantasías. Y al igual que en el caso de Casanova, tu fama como dador de ese placer te precederá, y te facilitará enormemente seducir.
El cultivo de los placeres de los sentidos fue siempre mi principal propósito en la vida. Sabiendo que estaba personalmente calculado para complacer al bello sexo, me empeñé siempre en agradarle. —Casanova.

LA BELLEZA IDEAL.

En 1730, cuando Jeanne Poisson tenía apenas nueve años, una adivina predijo que un día ella sería la amante de Luis XV. Esta predicción era absolutamente ridícula, porque Jeanne pertenecía a la clase media, y por tradición centenaria a la amante del rey se le elegía de entre la nobleza. Peor aún, el padre de Jeanne era un conocido libertino, y su madre había sido cortesana.
Por fortuna para ella, un rico que había sido amante de su madre se encariñó con la preciosa niña, y pagó su educación. Jeanne aprendió a cantar, tocar el clavicordio, montar a caballo con singular habilidad, y a actuar y bailar; se le instruyó en literatura e historia como si fuera hombre. 

El dramaturgo Crébillon le enseñó a dominar el arte de la conversación. Por si todo esto fuera poco, Jeanne era hermosa, y poseía una gracia y un encanto que muy pronto la distinguieron. En 1741 se casó con un miembro de la baja nobleza. Conocida entonces como Madame d'Etioles, pudo satisfacer una gran ambición: tener un salón literario. Todos los grandes escritores y filósofos de la época frecuentaron su salón, muchos de ellos por estar enamorados de la anfitriona. Uno de los asiduos era Voltaire, amigo suyo toda la vida.

Mientras triunfaba, Jeanne no olvidó nunca la predicción de la adivina, y seguía creyendo que algún día conquistaría el corazón del rey. Y sucedió que una de las fincas rurales de su marido colindaba con el coto de caza favorito del monarca. 

Ella lo espiaba por la cerca, o buscaba la forma de cruzarse en su camino, portando siempre, casualmente, un elegante y atractivo vestido. Pronto el rey le enviaba como regalo algunos trofeos de caza. Cuando la amante oficial del soberano murió, en 1744, las beldades de la corte se disputaron su sitio; pero él dio en pasar cada vez más tiempo con Madame d'Etioles, deslumbrado por su belleza y encanto. 

Para sorpresa de la corte, ese mismo año el rey hizo de esa mujer de clase media su amante oficial, ennobleciéndola con el título de marquesa de Pompadour. La necesidad de novedad del rey era bien conocida: una amante lo cautivaba con su belleza, pero él se aburría pronto y buscaba otra. Pasado el susto de la elección de Jeanne Poisson, los cortesanos se convencieron de que aquello no podía durar; de que el monarca sólo la había escogido por la novedad de tener una amante de clase media. Jamás imaginaron que la primera seducción del rey por Jeanne no era la última que ella tenía en mente.

Con el paso del tiempo, el rey se percató de que cada vez visitaba más a su amante. Mientras subía la escalera secreta que conducía de sus habitaciones a las de ella en el palacio de Versalles, la expectación por las delicias que le aguardaban arriba empezaba a trastornarlo. 

Para comenzar, la habitación siempre estaba caliente, e impregnada de agradables fragancias. Después estaban los deleites visuales: Madame de Pompadour se ponía siempre un vestido distinto, todos ellos elegantes y sorprendentes a su manera. Adoraba las cosas bellas —la porcelana fina, los abanicos chinos, los tiestos dorados—; y cada vez que él la visitaba, había algo nuevo y fascinante que ver. 

Ella estaba siempre de magnífico humor, jamás a la defensiva ni resentida. Todo apuntaba al placer. Luego, estaba su conversación: en realidad él no había podido hablar, ni reír, nunca antes con una mujer, pero la marquesa disertaba hábilmente sobre cualquier tema, y era un deleite oír su voz. Si la conversación decaía, ella se sentaba al piano, tocaba una melodía y cantaba maravillosamente.

Si alguna vez el rey parecía aburrido o triste, Madame de Pompadour le proponía algún proyecto, tal vez la construcción de una nueva casa de campo. Él tendría que pedir consejo sobre el diseño, el trazo de los jardines, la decoración. En Versalles, Madame de Pompadour tomó a su cargo los pasatiempos de palacio, e hizo construir un teatro privado para ofrecer funciones semanales bajo su dirección. 

Los actores se elegían de entre los cortesanos, pero el principal papel femenino recaía siempre en Madame de Pompadour, quien era una de las mejores actrices aficionadas de Francia. El rey se obsesionó por este teatro; esperaba sus programas con impaciencia. Junto con este interés llegó un creciente gasto en las artes, y una vinculación con la filosofía y la literatura. 

Un hombre al que antes sólo le importaban la caza y el juego pasaba cada vez menos tiempo con sus allegados, y se volvió un gran mecenas. Tan es así que marcó una época con su estilo estético, que se conocería como "Luis XV" y rivalizaría con el asociado con su ilustre predecesor, Luis XIV.


Así, pues, los años pasaron sin que Luis se cansara de su amante. De hecho, la hizo duquesa, y su poder y ascendiente se extendieron de la cultura a la política. A lo largo de veinte años, Madame de Pompadour imperó tanto en la corte como en el corazón del rey, hasta la prematura muerte de éste, en 1764, a los cuarenta y tres años de edad. 

Luis XV tenía un agudo complejo de inferioridad. Sucesor de Luis XIV, el rey más poderoso en la historia de Francia había sido educado y condicionado para el trono, pero ¿quién podía igualar a su predecesor? Con el tiempo dejó de intentarlo, y se entregó a los placeres mundanos, lo que a la postre definió su imagen pública; quienes lo rodeaban sabían que podían manipularlo apelando a las más innobles partes de su carácter. 

Madame de Pompadour, con un extraordinario don para la seducción, comprendió que dentro de Luis XV había un gran hombre deseoso de salir a la luz, y que su obsesión por jóvenes hermosas indicaba una avidez por un tipo más perdurable de belleza. Su primer paso fue remediar el tedio incesante del monarca. 

Los reyes se aburren fácilmente: reciben cuanto quieren, y es raro que aprendan a satisfacerse con lo que tienen. La marquesa de Pompadour resolvió esto dando vida a todo género de fantasías, y creando invariable suspenso. Poseía muchos talentos y habilidades, y tos utilizaba con tal ingenio que él nunca percibió sus límites. 

Una vez que ella lo acostumbró a placeres más refinados, apeló a los ideales frustrados en él; en el espejo que ella sostenía ante el monarca, él vio su aspiración a la grandeza, deseo que, en Francia, inevitablemente incluía la conducción de la cultura. Su serie previa de amantes había complacido sólo sus deseos sensuales. 

En Madame de Pompadour halló a una mujer que lo hacía sentir grande. Las demás amantes fueron fáciles de remplazar, pero jamás encontraría a otra Madame de Pompadour.
La mayoría de la gente supone ser más grande de lo que parece ante el mundo. Tiene muchos ideales sin cumplir: podría ser artista, pensadora, líder, una figura espiritual, pero el mundo la ha oprimido, le ha negado la oportunidad de dejar florecer sus habilidades. Ésta es k clave para seducirla, y conservarla así al paso del tiempo. 

El amante ideal sabe invocar este tipo de magia. Si sólo apelas al lado físico de las personas, como lo hacen muchos seductores aficionados, te reprocharán que explotes sus bajos instintos. Pero apela a lo mejor de ellas, a un plano más alto de belleza, y apenas si notarán que las has seducido. Hazlas sentir elevadas, nobles, espirituales, y tu poder sobre ellas será ilimitado.

El amor saca a la luz las cualidades nobles y ocultas del amante, sus rasgos raros y excepcionales; así, tiende a mentir acerca de su carácter normal. —Friedrich Nietzsche.

CLAVES DE PERSONALIDAD.


Cada uno de nosotros lleva dentro un ideal, de lo que querríamos ser o de cómo nos gustaría que otra persona fuera con nosotros. Esta ideal data de nuestra más tierna infancia: de lo que alguna vez creímos que nos faltaba en la vida, de lo que los demás no nos daban, de lo que nosotros no podíamos darnos. Quizá nos vimos colmados de comodidades, y ahora ansiamos peligro y rebelión. Si queremos peligro, pero nos asusta, es probable que busquemos a alguien que se siente a gusto con él. 

O quizá nuestro ideal sea más elevado: queremos ser más creativos, nobles y bondadosos de lo que alguna vez fuimos. Nuestro ideal es algo que creemos que falta en nuestro interior.

Podría ser que ese ideal haya sido enterrado por la decepción, pero acecha debajo de ella, a la espera de ser liberado. Si alguien parece poseer esa cualidad ideal, o ser capaz de hacerla surgir en nosotros, nos enamoramos. Esta es la reacción ante los amantes ideales. Sensibles a lo que nos falta, a la fantasía que nos reanimará, ellos reflejan nuestro ideal, y nosotros hacemos el resto, proyectando en ellos nuestros más profundos deseos y anhelos. 

Casanova y Madame de Pompadour no sólo tentaron a sus objetivos a tener una aventura sexual: hicieron que se enamoraran de ellos.

La clave para seguir la senda del amante ideal es la capacidad de observación. Ignora las palabras y conducta consciente de tus blancos; concéntrate en su tono de voz, un sonrojo aquí, una mirada allá: las señales que delatan lo que sus palabras no dirán. El ideal suele expresarse en su contrario. 

Al rey Luis XV parecía interesarle nada más cazar venados y mujeres, pero eso sólo encubría lo decepcionado que estaba de sí mismo; ansiaba que alguien elogiara sus nobles cualidades.
Nunca como hoy había sido tan oportuno actuar como el amante ideal. Esto es así porque vivimos en un mundo en el que todo debe parecer elevado y bien intencionado. El poder es el tema más tabú de todos: aunque es la realidad con que todos los días nos topamos en nuestro forcejeo con la gente, en él no hay nada noble, altruista ni espiritual. 

Los amantes ideales te hacen sentir más estimable, hacen que lo sensual y sexual parezca espiritual y estético. Como todo seductor, juegan con el poder, pero ocultan sus manipulaciones tras la fachada de un ideal. Pocas personas perciben sus intenciones, y su seducción es más duradera.

Algunos ideales semejan arquetipos junguianos: tienen profundas raíces culturales, y su influjo es casi inconsciente. Uno de tales sueños es el del caballero andante. En la tradición del amor cortesano de la Edad Media, un trovador/caballero buscaba una dama, casi siempre casada, y le servía como vasallo. Se sometía en su favor a terribles pruebas, emprendía peligrosas peregrinaciones en su nombre, sufría torturas espantosas para probar su amor. (Esto podía incluir la mutilación física, como arrancar las uñas, cortar una oreja, etcétera.) 

También escribía poemas y entonaba bellas canciones por ella, porque ningún trovador podía triunfar sin una cualidad estética o espiritual para impresionar a su dama. La clave de este arquetipo es un sentido de devoción absoluta. Un hombre que no permite que los asuntos de -guerra, gloria o dinero se inmiscuyan en la fantasía del cortejo, tiene un poder ilimitado. El papel del trovador es un ideal, porque es muy raro que alguien no ponga primero sus intereses, y a sí mismo. 

Atraer la intensa atención de un hombre así halaga enormemente la vanidad de una mujer.

En la Osaka del siglo xviii, un hombre llamado Nisan llevó a dar un paseo a la cortesana Dewa, aunque no sin antes haber tenido el cuidado de rociar las matas de tréboles del camino con agua, para que pareciera el rocío de la mañana. A Dewa le conmovió en extremo esa vista preciosa. "Me han dicho", señaló, "que las parejas de ciervos acostumbran echarse detrás de las matas de tréboles. ¡Cómo me gustaría ver algo así!" Esto bastó para Nisan. 

Ese mismo día, hizo demoler una sección de la casa de Dewa, y ordenó que se plantaran docenas de matas de tréboles en lo que antes había sido parte de su recámara. Aquella noche pidió a unos campesinos que reuniesen ciervos de las montañas y los llevaran a la casa. Al día siguiente al despertar, Dewa vio justó la escena que había descrito. Tan pronto como pareció abrumada y estremecida, él hizo retirar tréboles y ciervos para reconstruir la casa.
Uno de los amantes más gallardos de la historia, Serguei Saltikov, tuvo la desgracia de enamorarse de una de las mujeres menos disponibles: la gran duquesa Catalina, futura emperatriz de Rusia. Cada movimiento de Catalina era vigilado por su esposo, Pedro, quien sospechaba que ella quería engañarlo y designó sirvientes para que no la perdieran de vista. 

La duquesa estaba aislada, no era amada y no podía hacer nada para remediarlo. Saltikov, joven y apuesto oficial del ejército, decidió ser su salvador. En 1752 se hizo amigo de Pedro, y de la pareja a cargo de Catalina. Así podía verla, e intercambiar ocasionalmente con ella una o dos palabras que revelaban sus intenciones. 

Realizaba las más insensatas y peligrosas maniobras para poder verla a solas, como desviar el caballo de la duquesa durante una caza imperial y cabalgar bosque adentro con ella. Entonces le decía cuánto comprendía su difícil situación, y que haría cualquier cosa por ayudarla. 

Ser sorprendido cortejando a Catalina habría significado la muerte, y con el tiempo Pedro llegó a sospechar que había algo entre su esposa y Saltikov, aunque jamás lo supo a ciencia cierta. Su animadversión no desanimó al garboso oficial, quien puso aún más ingenio y energía en buscar recursos para concertar citas secretas. Catalina y Saltikov fueron amantes dos años, y es indudable que él fue el padre de Pablo, el hijo de Catalina y posterior emperador de Rusia. 

Cuando Pedro se deshizo al fin de Saltikov despachándolo a Suecia, la noticia de su gallardía llegó allá antes que él, y las mujeres se derretían por ser su próxima conquista. Tal vez tú no tengas que exponerte a tantas dificultades o riesgos, pero siempre obtendrás recompensas por actos que revelen un sentido de sacrificio o devoción.

La personificación del amante ideal en la década de 1920 fue Rodolfo Valentino, o al menos la imagen que de él se creó en el cine. Todo lo que hacía —obsequio de regalos o ramos de flores, el baile, la forma en que tomaba la mano de una mujer— revelaba una escrupulosa atención a los detalles, lo que indicaba cuánto pensaba en una mujer. 

La imagen era la de un hombre que prolongaba el cortejo, lo que hacía de éste una experiencia estética. Los hombres odiaban a Valentino, porque las mujeres empezaron a esperar que ellos se ajustaran al ideal de paciencia y atención que él representaba. Pues nada es más seductor que la paciente atención. Ella hace que la aventura parezca honrosa, estética, no meramente sexual. El poder de un Valentino, en particular en nuestros días, reside en que personas así son muy raras. 

El arte de encarnar el ideal de una mujer ha desaparecido casi del todo, lo que no hace sino volverlo mucho más tentador.
Si el amante caballeroso sigue siendo el ideal de las mujeres, los hombres suelen idealizar a la virgen/ramera, una mujer que combina la sensualidad con un aire de espiritualidad o inocencia. Piensa en las grandes cortesanas del Renacimiento italiano, como Tullía d'Aragona, en esencia una prostituta como todas las cortesanas, pero capaz de disimular su papel social creándose fama de poeta y filósofa. 

Tullía era lo que se decía entonces una "cortesana honorable". Las cortesanas honorables iban a la iglesia, pero tenían un motivo oculto al hacerlo:
I para los hombres, su presencia en misa era excitante. Sus aposentos eran templos del placer, pero lo que los hacía visualmente agradables eran sus obras de arte y estanterías llenas de libros, volúmenes de Petrarca y Dante. Para el hombre, el escalofrío, la fantasía, era acostarse con una mujer sexualmente apasionada, pero que tuviera asimismo las cualidades ideales de una madre y el espíritu e intelecto de una artista. 

Mientras que la prostituta pura excitaba el deseo, pero también la aversión, la cortesana honorable hacía que el sexo pareciera elevado e inocente, como si ocurriera en el Jardín del Edén. Estas mujeres ejercían inmenso poder en los hombres. Hasta la fecha siguen siendo un ideal, si no por otra cosa, por ofrecer tal gama de placeres. 

La clave es en este caso la ambigüedad: combinar la apariencia de delicadeza y los placeres de la carne con un aire de inocencia, espiritualidad y sensibilidad poética. Esta mezcla de lo supremo y lo abyecto es extremadamente seductora.

La dinámica del amante ideal tiene posibilidades ilimitadas, no todas ellas eróticas. En política, Talleyrand cumplió en esencia el papel de amante ideal de Napoleón, cuyo ideal tanto de ministro como de amigo era un aristócrata desenvuelto con las damas, todo lo contrario, a él mismo. 

En 1798, cuando Talleyrand era ministro del Exterior de Francia, ofreció una fiesta en honor de Napoleón luego de las deslumbrantes victorias militares del gran general en Italia. Hasta el día de su muerte, Napoleón recordó esa fiesta como la mejor a la que hubiera asistido en su vida. Fue espléndida, y el anfitrión entretejió en ella un mensaje sutil, disponiendo bustos romanos por toda la casa y diciendo a Napoleón que era su deber reanimar las glorias imperiales de la antigua Roma. 

Esto encendió una chispa en la visión del líder y, en efecto, años después, Napoleón se otorgó el título de emperador, lo que volvió aún más poderoso a Talleyrand. La clave de este poder fue la habilidad para comprender el ideal secreto de Napoleón: su deseo de ser emperador, dictador. Talleyrand puso sencillamente un espejo ante el tirano, y le dejó avistar esa posibilidad. 

La gente siempre es vulnerable a insinuaciones así, que halagan su vanidad, punto débil de casi todos. Sugiérele algo a lo que deba aspirar, manifiesta tu fe en un desaprovechado potencial que veas en ella, y pronto la tendrás comiendo de tu mano. Si los amantes ideales son expertos en seducir a las personas apelando a su más alto concepto de sí, a algo perdido en su infancia, los políticos pueden beneficiarse de la aplicación de esta habilidad a gran escala, al electorado entero. 

Esto fue lo que hizo, muy deliberadamente, John F. Kennedy con el pueblo estadunidense, en particular al crear el aura de "Camelot" en torno suyo. El término "Camelot" no se asoció con su periodo presidencial hasta después de su muerte, pero el romanticismo que él proyectaba de modo consciente por su juventud y donaire operó por completo durante su vida. 

Más sutilmente, Kennedy también jugó con las imágenes de grandeza e ideales abandonados de Estados Unidos. Muchos estadunidenses creían que, junto con la riqueza y comodidad de fines de los años cincuenta, habían llegado grandes pérdidas; que el desahogo y la conformidad habían puesto fin al espíritu pionero de su nación. Kennedy apeló a esos abandonados ideales mediante las imágenes de la Nueva Frontera, ejemplificada por la carrera espacial. 

El instinto estadunidense de aventura halló salidas ahí, aun si la mayoría eran simbólicas. Y hubo también otros llamados al servicio público, como la creación del Cuerpo de Paz. Por medio de llamamientos como éstos, Kennedy reactivó una unificadora noción de misión, perdida en Estados Unidos desde la segunda guerra mundial. Produjo asimismo una respuesta más emotiva que la que acostumbraban recibir los presidentes. La gente literalmente se enamoró de él y de su imagen.


Los políticos pueden obtener poder de seducción si echan mano del pasado de su país, para rescatar imágenes e ideales olvidados o reprimidos. Les bastará con el símbolo; no tendrán que preocuparse, en efecto, de recrear la realidad detrás de él. Los buenos sentimientos que susciten serán suficientes para asegurar una reacción positiva.
Símbolo. El retratista. Bajo su mirada, todas tus imperfecciones físicas desaparecen. Él saca a relucir tus nobles cualidades, te encuadra en un mito, te diviniza, te inmortaliza. Por su capacidad para crear tales fantasías, es recompensado con inmenso poder.

PELIGROS.

Los principales peligros en el papel del amante ideal son las consecuencias que se desprenden de permitir que la realidad se cuele en él. Tú creas una fantasía que implica la idealización de tu carácter. Y ésta es una tarea incierta, porque eres humano, e imperfecto. Si tus faltas son graves, o inquietantes, reventarán la burbuja que has formado, y tu blanco te injuriará. 

Cada vez que Tullia d'Aragona era sorprendida actuando. como una prostituta común (teniendo una aventura por dinero, por ejemplo), debía abandonar la ciudad y establecerse en otro lado. La fantasía alrededor de ella como figura espiritual se evaporaba. 

También Casanova enfrentó este peligro, pero por lo general pudo vencerlo buscando una manera ingeniosa de terminar la relación antes de que la mujer se diera cuenta de que él no era lo que ella imaginaba: hallaba algún pretexto para marcharse de la ciudad o, mejor aún, elegía una víctima que partiría pronto, y cuya conciencia de que la aventura sería efímera hacía aún más intensa su idealización de él. 

La realidad y el contacto íntimo prolongado tienden a empañar la perfección de una persona. En el siglo XIX, el poeta Alfred de Musset fue seducido por la escritora George Sand, cuya desbordante personalidad atrajo a su naturaleza romántica. Pero cuando la pareja visitó Venecia, y Sand enfermó de disentería, de repente no fue ya una figura idealizada, sino una mujer con un repugnante problema físico. 

El propio Musset exhibió en ese viaje un lado plañidero e infantil, y los amantes se separaron. Una vez lejos, sin embargo, pudieron idealizarse de nuevo, y se reconciliaron meses después. Cuando la realidad se entromete, la distancia suele ser una solución.


En política, los peligros son similares. Años después de la muerte de Kennedy, una serie de revelaciones (sus incesantes aventuras sexuales; su estilo diplomático suicida, excesivamente peligroso, etcétera.) desmintió el mito creado por él. Pero su imagen ha sobrevivido a esa mancha; una encuesta tras otra indica que sigue siendo objeto de veneración. Kennedy es quizá un caso especial, pues su asesinato lo volvió mártir, lo cual reforzó el proceso de idealización que él puso en marcha. 

Pero el suyo no es el único ejemplo de un amante ideal cuya atracción sobrevive a revelaciones desagradables; figuras como ésta desencadenan fantasías tan poderosas, y proporcionan mitos e ideales tan codiciados, que a menudo merecen un rápido perdón. Aun así, siempre es razonable ser cauto, y evitar que la gente vislumbre el lado menos ideal de tu carácter.



Regístrate y comienza a vivir una nueva historia de amor



No hay comentarios:

Publicar un comentario

Articulos mas leidos

Sigueme En Twitter

Eres Mi Cita Numero