LA SORPRESA CALCULADA.

Comienza a vivir el amor verdadero

FASE DOS.


¡Descarriar.


Provocación del placer y de la confusión.


Tus víctimas ya están suficientemente intrigadas y te desean cada vez más, pero su apego es débil y en cualquier momento podrían decidir retroceder. La meta en estafase es descarriar de tal modo a tus víctimas—manteniéndolas emocionadas y confundidas, dándoles placer pero haciéndolas desear más— que la retirada sea imposible. Al darles una agradable sorpresa, lograrás que te juzguen maravillosamente impredecible, pero también las descontrolarás (9: Mantenlos en suspenso: ¿Qué sigue?,). El ingenioso uso de palabras dulces y agradables las embriagará, y estimulará fantasías en ella (10: Usa el diabólico poder de las palabras para sembrar confusión,). 


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Toques estéticos, y pequeños y placenteros rituales despertarán sus sentidos y distraerán su mente (11: Presta atención a los detalles). Tu mayor riesgo en esta fase es el mero indicio de rutina o familiaridad. Debes mantener algo de misterio, conservar cierta distancia para que, en M ausencia, tus víctimas se obsesionen contigo (12: Poetiza tu presencia,). Podrían darse cuenta de que se están enamorando de ti, pero jamás han de sospechar cuánto debe eso a tus manipulaciones. Una oportuna muestra de tu debilidad de lo emotivo que te has vuelto bajo su influencia, te ayudará a no dejar rastros (13: Desarma con debilidad y vulnerabilidad estratégicas). Para excitar y emocionar en alto grado a tus víctimas, hazles sentir que en realidad cumplen alguna de las fantasías que has incitado en su imaginación (14: 

Mezcla deseo y realidad: La ilusión perfecta). Al concederles sólo una parte de esa fantasía, harás que no cesen de volver más. Centrar en ellas tu atención para que desaparezca el resto del mundo, e incluso llevarlas de viaje, las descarriará (15: Aísla a la víctima). Ya no hay marcha atrás.


9.- Mantenlos en suspenso: ¿Qué sigue?.
En cuanto la gente cree saber qué puede esperar de ti, tu hechizo ha terminado. Más todavía: le has cedido poder. La única manera de adelantarse al seducido y mantener esa ventaja es generar suspenso, una sorpresa calculada. La gente adora él misterio, y ésta es la clave para atraerla aún más a tu telaraña. Actúa de tal forma que no deje de preguntarse: "¿Qué tramas?". Hacer algo que los demás no esperan de ti les procurará una deliciosa sensación de espontaneidad: no podrán saber qué sigue. Tú estás siempre un paso adelante y al mando. Estremece a la víctima con un cambio súbito de dirección.


LA SORPRESA CALCULADA.

En 1753, Giovanni Giacomo Casanova, entonces de veintiocho años de edad, conoció a una joven llamada Caterina, de la que se enamoró. El padre de ella sabía qué clase de hombre era Casanova, y para impedir cualquier percance que le permitiera casarse con Caterina, mandó a ésta a un convento a la isla veneciana de Murano, donde permanecería cuatro años.


Casanova, sin embargo, no era fácil de amedrentar. Hizo llegar a escondidas cartas a Caterina. Empezó a asistir a misa en ese convento varias veces a la semana, para verla, así fuera apenas de reojo. Las monjas comenzaron a hablar entre ellas: ¿quién era ese apuesto mancebo que aparecía tan a menudo? Una mañana, cuando Casanova, al salir de misa, estaba a punto de abordar una góndola, una criada del convento pasó a su lado y dejó caer una carta a sus pies. Pensando que podía ser de Caterina, él la recogió. 


Estaba dirigida a él, en efecto, pero no era de Caterina; su autora era una monja del convento, que se había fijado en él, en sus numerosas visitas, y quería conocer-lo. ¿Estaba él interesado? De ser así, debía presentarse en el recibidor del convento a cierta hora, cuando la monja recibiría a una visitante del mundo exterior, una amiga suya que era condesa. Él podría mantenerse a distancia, observarla y decidir si era de su gusto. Casanova quedó sumamente intrigado por la carta: su estilo era circunspecto, pero también había algo pícaro en ella, en particular viniendo de una monja. 


Debía indagar más. En el día y la hora fijados, se paró junto al recibidor del convento y vio que una mujer elegantemente vestida hablaba con una monja sentada detrás de una rejilla. Oyó mencionar el nombre de la monja, y se asombró: era Mathilde M., famosa veneciana de poco más de veinte años de edad, cuya decisión de entrar a un convento había sorprendido a la ciudad entera. 

Pero lo que más le asombró fue que, bajo su hábito de monja, él distinguió a una hermosa joven, sobre todo por sus ojos, de brillante azul. Quizá necesitaba que se le hiciera un favor, y quería que él sirviera como su instrumento.


La curiosidad lo venció. Días después regresó al convento y pidió verla. Mientras la aguardaba, su corazón latía a toda prisa; no sabía qué esperar. Ella apareció al fin y se sentó ante la rejilla. Estaban solos en el recinto, y ella dijo que podía encargarse de que cenaran juntos en una pequeña villa cercana. Casanova se mostró encantado, pero se preguntó con qué clase de monja trataba. "¿No tiene usted más amante que yo?", inquirió. "Tengo un amigo, que es también mi dueño absoluto", respondió ella. "Es a él a quien debo mi riqueza." Ella le preguntó si tenía una amante. Sí, contestó Casanova. Ella dijo entonces, con tono misterioso: 

"Le advierto que si alguna vez me permite ocupar el lugar de ella en su corazón, ningún poder sobre la Tierra será capaz de arrancarme de él". Le dio entonces la llave de la villa y le dijo que la buscara ahí en dos noches. El la besó por la rejilla y se marchó aturdido. "Pasé los dos días siguientes en un estado de febril impaciencia", escribiría, "sin poder dormir ni comer. Además de su cuna, belleza e ingenio, mi nueva conquista poseía un encanto adicional: era un fruto prohibido. Yo estaba a punto de convertirme en rival de la Iglesia." La imaginaba en su hábito, y con la cabeza rapada.


Llegó a la villa a la hora convenida. Mathilde ya lo esperaba. Para su sorpresa, ella llevaba puesto un elegante vestido, y por alguna razón había evitado que la raparan, porque llevaba el cabello recogido en un magnífico chongo. Casanova empezó a besarla. Ella se resistió, aunque sólo un poco, y luego retrocedió, diciendo que la comida estaba lista. Durante la cena lo puso al tanto de algunas cosas más: su dinero le permitía sobornar a ciertas personas, para poder escapar del convento de vez en cuando. Le había hablado a Casanova de su amigo y dueño, y él había aprobado su relación. ¿Era viejo?, preguntó Casa-nova. No, contestó ella, con un brillo en la mirada: tenía cuarenta y tantos años, y era muy guapo. 

Terminada la cena, sonó una campana; era la señal de que Mathilde debía volver a toda prisa al convento, o la descubrirían. Se puso nuevamente su hábito y se fue.


Un bello panorama pareció tenderse entonces ante Casanova, de varios meses pasados en la villa con esa criatura deliciosa, por cortesía del misterioso dueño que lo pagaba todo. Pronto regresó al convento para concertar la siguiente reunión. Se encontrarían en una plaza de Venecia, y luego se retirarían a la villa. A la hora y lugar previstos, 


Casanova vio que un hombre se aproximaba a él. Temiendo que fuera el misterioso amigo de ella, u otro hombre enviado para matarlo, dio marcha atrás. El hombre lo siguió, dando vueltas, y se acercó luego: era Mathilde, que llevaba puesta una máscara y ropa de hombre. Ella rio del susto que le había dado. ¡Vaya una monja diabólica! Él tuvo que admitir que vestida de hombre lo excitaba más aún.


Casanova empezó a sospechar que nada era lo que parecía. Para comenzar, halló una colección de novelas y panfletos lúbricos en la casa de Mathilde. Luego, ella hacía comentarios blasfemos, por ejemplo sobre el regocijo que tendrían juntos durante la Cuaresma, "mortificando su carne". Para entonces Mathilde ya se refería a su misterioso amigo como su amante. Un plan evolucionaba en la mente de Casanova, para arrancarla a ese hombre y al convento, fugándose con ella y poseyéndola.


Días después recibió una carta de ella, en la que hacía una confesión: durante una de sus más apasionadas citas en la villa, su amante se había ocultado en un armario, viéndolo todo. El amante, le dijo, era el embajador francés en Venecia, y Casanova lo había impresionado. Pero éste no se dejó embaucar con eso, y al día siguiente estaba de nuevo en el convento, concertando sumisamente otra cita. Esta vez ella se presentó a la hora dispuesta, y él la abrazó, sólo para descubrir que estrechaba a Caterina, vestida con la ropa de Mathilde. Esta última se había hecho amiga de Caterina, y conocido su historia. Apiadándose aparentemente de ella, se había encargado de que saliera de noche del convento para encontrarse con Casanova. Apenas meses antes él había estado enamorado de esta mujer, pero la había olvidado. 

Comparada con la ingeniosa Mathilde, Caterina era una lata con sonrisa de boba. El no pudo ocultar su desconcierto. Ardía en deseos de ver a Mathilde.


La broma de Mathilde enojó a Casanova, Pero días después volvió a verla y todo quedó olvidado. Tal como ella había predicho en su primera entrevista, su poder sobre él era completo. Casanova se había vuelto su esclavo, adicto a sus caprichos, y a los peligrosos placeres que ella ofrecía. Quién sabe qué imprudencia no habría podido cometer por ella si su aventura no hubiera sido interrumpida por las circunstancias. 

Interpretación. Casanova estaba casi siempre al mando en sus seducciones. Era él quien guiaba, llevando a su víctima a un viaje con destino desconocido, atrayéndola a su telaraña. En sus memorias, la de Mathilde es la única seducción en que las condiciones se invierten felizmente: él es el seducido, la víctima perpleja. Casanova se hizo esclavo de Mathilde con la misma táctica que él había usado con incontables jóvenes: el irresistible atractivo de ser llevado por otra persona, el estremecimiento de ser sorprendido, el poder del misterio. Cada vez que se separaba de Mathilde, su cabeza daba vueltas, agobiada de preguntas. La capacidad de ella para no de-lar de sorprenderlo la mantenía siempre en su mente, ahondando su hechizo y borrando a Caterina. El efecto de cada sorpresa era cuidadosamente calculado. La primera e inesperada carta picó la curiosidad de Casanova, como lo hizo el primer avistamiento de ella en el recibidor; verla vestida de pronto como dama elegante incitó un deseo agudo; luego, verla vestida de hombre intensificó la naturaleza excitantemente transgresora de su relación. Las sorpresas lo descontrolaban, pero lo dejaban temblando de expectación por la siguiente. Aun una sorpresa desagradable, como el encuentro con Caterina dispuesto por Mathilde, lo emocionaba y debilitaba. Hallar en ese momento a la algo sosa Caterina sólo le hizo anhelar mucho más a Mathilde.


En la seducción debes crear constante tensión y suspenso, una sensación de que contigo nada es predecible. No concibas esto como un reto fastidioso. Generas un drama en la vida real, así que pon toda tu energía creativa en él, diviértete un poco. Hay muchas clases de sorpresas calculadas que puedes dar a tus víctimas: enviar una carta sin motivo aparente, presentarte en forma inesperada, llevarlas a un lugar donde nunca han estado. Pero las mejores son las sorpresas que revelan algo nuevo en tu carácter. Esto debe prepararse. En las primeras semanas, tus blancos tenderán a hacer juicios precipitados sobre ti, con base en las apariencias. Quizá te consideren algo tímido, práctico, puritano. Tú sabes que ése no es tu verdadero yo, sino la forma en que actúas en situaciones sociales. Sin embargo, déjalos tener esa impresión, y de hecho acentúala un poco, sin exagerar: por ejemplo, semeja ser un tanto más reservado que de costumbre. Así tendrás margen para sorprenderlos con un acto audaz, poético o atrevido. Una vez que hayan cambiado de opinión sobre ti, sorpréndelos de nuevo, como hacía Mathilde con Casanova: primero una monja con deseo de aventura, luego una libertina, después una seductora de vena sádica. Mientras se esfuerzan por entenderte, pensarán en ti todo el tiempo, y querrán saber más de ti. Su curiosidad los atraerá todavía más a tu telaraña, hasta que sea demasiado tarde para volver atrás.


Ésta es siempre la ley de lo interesante [...] Si se sabe sorprender, siempre se gana el juego. La energía de la persona implicada se suspende temporalmente; se le hace imposible actuar.
—Soren Kierkegaard.
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CLAVES PARA LA SEDUCCIÓN.

Un niño suele ser una criatura terca y obstinada que hará deliberadamente lo contrario de lo que le pedimos. Pero hay un escenario en que los niños renunciarán con gusto a su usual terquedad: cuando se les promete una sorpresa. Podría ser un regalo oculto en una caja, un juego de final imprevisible, un viaje con destino desconocido, una historia de suspenso de desenlace inesperado. 


En los momentos en que los niños aguardan una sorpresa, su voluntad se detiene. Se someterán a ti mientras exhibas una posibilidad ante ellos. Este hábito infantil está profundamente arraigado en nosotros, y es la fuente de un placer humano elemental: el de ser llevado por una persona que sabe adónde va, y que nos guía en un viaje. (Quizá este gusto por ser conducidos implique un recuerdo oculto de ser literalmente guiados, por uno de nuestros padres, cuando éramos chicos.) 

Sentimos un estremecimiento similar cuando vemos una película o leemos un thriller: estamos en manos de un director o autor que nos conduce, guiándonos por vuelcos y giros. Permanecemos sentados. volvemos las páginas, felizmente esclavizados por el suspenso. Este es el placer que una mujer experimenta al ser llevada por un bailarín experto, liberándose de toda defensividad que pueda sentir y dejando que la otra persona haga el trabajo. Enamorarse implica expectación: estamos a punto de seguir un rumbo nuevo, iniciar una nueva vida, en la que todo será extraño. El seducido quiere que lo lleven, que lo conduzcan como un niño. Si eres predecible, el encanto termina; la vida diaria lo es. En Las mil y una noches, el rey Schahriar toma cada noche por esposa a una virgen, y la mata a la mañana siguiente. Una de ellas, Shahrazad, logra escapar a ese destino narrando al Ky un cuento que debe completarse al día siguiente. Lo hace así noche tras noche, manteniendo al rey en constante suspenso. Cuando acaba una historia, rápidamente comienza otra. Dura haciéndolo cerca de tres años, hasta que el rey decide perdonarle la vida. Tú eres como Shahrazad: sin nuevas historias, sin una sensación de expectación, tu seducción se extinguirá. Atiza el fuego noche a noche. Tus objetivos no deben saber nunca qué sigue, qué sorpresas les tienes reservadas. Como el rey Schahriar, estarán bajo tu control mientras sigas haciéndolos conjeturar.


En 1765, Casanova conoció a una joven condesa italiana llamada Clementina, quien vivía con sus dos hermanas en un chateau. A Clementina le gustaba leer, y tenía escaso interés en los hombres que pululaban a su alrededor. Casanova se sumó a su número, comprándole libros, involucrándola en conversaciones literarias, pero ella no era menos indiferente a él que a ellos. Un día Casanova invitó a todas las hermanas a una pequeña excursión. No les dijo adónde irían. Ellas se apiñaron en el carruaje, intentando adivinar su destino durante todo el trayecto. Horas después llegaron a Milán;¡qué dicha!, las hermanas nunca habían estado ahí. Casanova las llevó a su departamento, donde se' habían dispuesto tres vestidos: las prendas más espléndidas que las muchachas hubiesen visto jamás. Había uno para cada una de las hermanas, les dijo, y el verde era para Clementina. Asombrada, ella se lo puso, y su rostro se iluminó. Las sorpresas no terminaron ahí: también había una comida deliciosa, champaña, juegos. Cuando regresaron al chateau, a altas horas la noche, Clementina se había enamorado irremediablemente de Casanova.


La razón era simple: la sorpresa engendra un momento en que la gente baja sus defensas y nuevas emociones pueden irrumpir. Si la sorpresa es grata, el veneno de la seducción entra en las venas de la gente sin que se dé cuenta. Todo suceso repentino tiene un efecto similar, pues toca directamente nuestras emociones antes de que nos pongamos a la defensiva. Los libertinos conocen bien este poder.


Una joven casada, de la corte de Luis XV, en la Francia del siglo XVIII, vio que un cortesano joven y guapo la miraba, primero en la ópera, luego en la iglesia. Al indagar descubrió que se trataba del duque de Richelieu, el libertino más conocido de Francia. Ninguna mujer estaba a salvo con ese hombre, se le advirtió; era imposible resistírsele, y debía evitarlo a toda costa. 

Tonterías, replicó ella; estaba felizmente casada. Era imposible que la sedujera. Cuando volvía a verlo, reía de su persistencia. Él se disfrazaba de mendigo para acercarse a ella en el parque, o su coche alcanzaba de súbito el de ella. Nunca era agresivo, y parecía totalmente inocuo. Ella permitió que le hablara en la corte; era encantador e ingenioso, e incluso pidió conocer a su marido.


Pasaron las semanas, y la mujer se percató de que había cometido un error: esperaba con ansia sus encuentros con el duque. Había bajado la guardia. Eso tenía que parar. Empezó a evitarlo, y él pareció respetar sus sentimientos: dejó de molestarla. Semanas después, ella estaba en la casa de campo de una amiga cuando el duque apareció de repente. Ella se sonrojó, tembló, se alejó; su inesperada aparición la había tomado desprevenida, la ponía al borde del abismo. Días después, la dama pasó a ser una más de las víctimas de Richelieu. Claro que él lo había preparado todo, incluido el supuesto encuentro sorpresa.


Además de producir una sacudida seductora, lo repentino oculta las manipulaciones. Aparece en forma inesperada, di o haz algo súbito, y la gente no tendrá tiempo de reparar en que tu acto fue calculado. Llévala a un lugar nuevo como por ocurrencia, revela de pronto un secreto. Hazla emocionalmente vulnerable, y estará demasiado apabullada para entrever tus intenciones. Todo lo que sucede en forma súbita parece natural, y todo lo que parece natural posee un encanto seductor.


Apenas meses después de su arribo a París en 1926, Josephine Baker había encantado y seducido por completo al público francés con su danza salvaje. Pero menos de un año más tarde, ella percibió que el interés menguaba. Desde su infancia había aborrecido sentir que su vida estaba fuera de control. ¿Por qué estar a merced del veleidoso público? Abandonó París y regresó un año después, con una actitud totalmente distinta: desempeñaba para entonces el papel de una francesa elegante>que era por casualidad una ingeniosa bailarina y artista. Los franceses\se enamoraron de nueva cuenta de ella; el poder estaba otra vez de su lado. Si estás expuesto a la mirada pública, aprende del truco de la sorpresa. 

La gente se aburre, no sólo de su vida, sino también de las personas dedicadas a evitar su tedio. En cuanto crea poder predecir tu siguiente paso, te comerá vivo. El pintor Andy Warhol pasaba de una personificación a otra, y nadie podía prever la siguiente: artista, cineasta, hombre de sociedad. Ten siempre una sorpresa bajo la manga. Para preservar la atención de la gente, hazla conjeturar sin fin. Que los moralistas te acusen de insinceridad, de no tener fondo o centro. 

Lo cierto es que están celosos de la libertad y desenfado que exhibes en tu personalidad pública.
Finalmente, podrías creer más sensato presentarte como alguien digno de confianza, no dado al capricho. De ser así, en realidad eres tímido. Hace falta valor y esfuerzo para montar una seducción. 


La confiabilidad está bien para atraer a las personas, pero sigue siendo confiable y serás insufrible. Los perros son confiables, un seductor no. Si, por el contrario, prefieres improvisar, imaginando que toda planeación o cálculo es la antítesis del espíritu de la sorpresa, cometes un grave error. La improvisación incesante significa sencillamente que eres holgazán, y que sólo piensas en ti. Lo que suele seducir a una persona es la sensación de que has invertido esfuerzo en ella. No tienes que proclamarlo a los cuatro vientos, pero déjalo ver en los regalos que haces, los pequeños viajes que planeas, las tretas menudas con que atraes a la gente. Pequeños esfuerzos como éstos serán más que ampliamente recompensados por la conquista del corazón y voluntad del seducido.


Símbolo. La montaña rusa. El carro sube lentamente hasta lo alto, y de pronto te lanza al espacio, te zarandea, te vuelve de cabeza en todas direcciones. Los pasajeros ríen y gritan.  Lo que les estremece es soltarse, ceder el control a otro, quien los propulsa en direcciones inesperadas. ¿Qué nueva emoción le aguarda a la vuelta de la siguiente esquina?.

REVERSO.


La sorpresa deja de ser sorpresiva si haces lo mismo una y otra vez. Jiang Qing trataba de asombrar a su marido, Mao tse-Tung, con súbitos cambios de ánimo, de la rudeza a la bondad y de regreso. Esto lo cautivó al principio; le agradaba la sensación de no saber nunca qué venía. Pero las cosas continuaron así durante años, y siempre era lo mismo. Pronto, los cambios anímicos supuestamente impredecibles de Madame Mao sólo lo irritaban. Varía el método de tus sorpresas. Cuando Madame de Pompadour fue amante del inveteradamente aburrido rey Luis XV, volvía diferente cada sorpresa: una nueva diversión, un juego novedoso, una nueva moda, un nuevo ánimo. Él no podía predecir jamás qué seguiría; y mientras esperaba la nueva sorpresa, su voluntad hacía una pausa temporal. Ningún hombre fue nunca más esclavo de una mujer que Luis de Madame de Pompadour. Cuando cambies de dirección, cerciórate de que la nueva lo sea en verdad.



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