Casi todas las personas se encierran en su mundo, lo
que las hace obstinadas y difíciles de convencer. El modo de sacarlas de su
concha e iniciar tu seducción es penetrar su espíritu. Juega según sus reglas,
gusta de lo que gustan, adáptate a su estado de ánimo. Halagarás así su
arraigado narcisismo, y reducirás sus defensas. Hipnotizadas por la imagen
especular que les presentas, se abrirán, y serán vulnerables a tu sutil
influencia. Pronto podrás cambiar la dinámica: una vez que hayas penetrado su
espíritu, puedes hacer que ellas penetren él tuyo, cuando sea demasiado tarde
para dar marcha atrás. Cede a cada antojo y capricho de tus blancos, para no
darles motivo de reaccionar o resistirse.
En octubre de 1961, la periodista estadunidense Cindy Adams
consiguió una entrevista exclusiva con Ahmed Sukarno, el presidente de
Indonesia. Fue un golpe notable, porque Adams era entonces una periodista poco
conocida, mientras que Sukarno era una figura mundial en medio de una crisis.
Habiendo sido uno de los líderes de la lucha 1 de independencia de
Indonesia, era presidente de ese país desde 1949, cuando los holandeses
renunciaron por fin a su colonia. Para principios de la década de 1960, su
audaz política exterior lo había vuelto odioso para Estados Unidos, al grado de
llamársele el Hitler de Asia.
.
Adams decidió que, en bien de una entrevista interesante,
no debía dejarse intimidar ni acobardar por Sukarno, e inició entre bromas [su
conversación con él. Para su sorpresa, su táctica para romper el nielo pareció
funcionan se ganó la simpatía de Sukarno. El permitió que la entrevista durara
mucho más de una hora, y al terminar la colmó de regalos. El éxito de Adams fue
extraordinario, pero lo fueron más todavía las amistosas cartas que empezó a
recibir de Sukarno luego de volver a Nueva York en compañía de su esposo. Años
después, Sukarno le propuso que colaborara con él en su autobiografía.
Acostumbrada a hacer artículos elogiosos de celebridades de
tercera categoría, Adams se sintió confundida. Sabía que Sukarno tenía fama de
diabólico donjuán; k grand séducteur, lo
llamaban los franceses. Había tenido cuatro esposas y cientos de conquistas.
Era apuesto, y obviamente ella le atraía, pero ¿por qué la había elegido para
esa prestigiosa tarea? Quizá su libido era demasiado fuerte para que él se
preocupara por esas cosas. No obstante, era un ofrecimiento que ella no podía
rechazar.
En enero de 1964, Adams regresó a Indonesia. Su estrategia,
ha-pía decidido, seguiría siendo la misma: ser la dama franca y desenvuelta que
al parecer había encantado a Sukarno tres años atrás. En su primera entrevista
con él para el libro, Adams se quejó con cierta energía de las habitaciones que
se le habían dado para alojarse. Como si él fuera su secretario, ella le dictó
una carta, que él firma-; fía, en la que se detallaba el trato especial que
Adams debía recibir de parte de todos. Para su sorpresa, él tomó diligentemente
el dictado, y firmó la carta.
Lo siguiente en el programa de Adams era un recorrido por
Indonesia para entrevistar a personas que habían conocido a Sukarno en su
juventud. Así que ella se quejó con él del avión en que tendría que volar, el
cual, afirmó, era inseguro. "Te voy a decir una cosa, cariño", le
dijo ella: "Creo que deberías darme un avión para mí'. "Está
bien", respondió él, al parecer algo avergonzado. Pero no bastaría con
uno, continuó ella; necesitaba varios aviones, y un helicóptero, y un piloto
personal, uno bueno. Sukarno estuvo de acuerdo en todo. El líder de Indonesia
parecía estar no sólo intimidado por Adams, sino totalmente bajo su hechizo.
Elogiaba su inteligencia e ingenio. En cierto momento le confió: "¿Sabes
por qué estoy haciendo mi autobiografía?. .. Sólo por ti, ése es el
porqué". Se fijaba en su ropa, elogiaba sus combinaciones, notaba
cualquier cambio en ellas. Era más un pretendiente adulador que el "Hitler
de Asia".
Inevitablemente, por supuesto, Sukarno le hizo
proposiciones. Adams era una mujer atractiva. Primero fue poner la mano encima
de la de ella, luego un beso robado. Ella lo rechazaba siempre, dejando en
claro que estaba felizmente casada, pero aquello le preocupó: si todo lo que él
quería era una aventura, el asunto del libro podía venirse abajo. Una vez más,
su estrategia directa pareció ser la más indicada. Sorprendentemente, él cedió,
sin enojo ni rencor. Prometió que su afecto por ella seguiría siendo platónico.
Ella tuvo que admitir que él no era en absoluto como había esperado, o como se
lo habían descrito. Quizá le gustaba que lo dominara una mujer.
Las entrevistas continuaron varios meses, y Adams notó
ligeros cambios en él. Ella lo seguía tratando con familiaridad, salpicando la
conversación con comentarios atrevidos, pero ahora él se los devolvía,
deleitándose en esa suerte de bromas picantes. El asumió el mismo ánimo vivaz
que ella se había impuesto por estrategia. Al principio Sukarno se ponía
uniforme militar, o trajes italianos. Ahora vestía informalmente, e incluso se
presentaba descalzo, conforme al estilo relajado de la relación entre ambos.
Una noche él le comentó que le agradaba su color de pelo. Era Clairol, negro
azulado, explicó ella. Él lo quería igual; ella debía conseguirle un frasco.
Adams hizo lo que él le pidió, imaginando que bromeaba, pero días después él
solicitó su presencia en el palacio para que le tiñera el pelo. Ella lo hizo, y
entonces ambos tuvieron exactamente el mismo color de cabello.
El libro, Sukarno: An
Autofeiography as Tola, to Cindy Adams, se publicó en
1965. Para asombro de los lectores estadunidenses, Sukarno daba la impresión de
ser adorable y encantador, justo como Adams lo describía ante todos. Si alguien
protestaba, Adams decía que no lo conocían tan bien como ella. Sukarno quedó
sumamente complacido, e hizo distribuir el libro en todas partes. Esto le ayudó
a ganarse simpatías en Indonesia, donde en ese entonces lo amenazaba un golpe
militar. Para él, nada de eso fue una sorpresa: desde siempre supo que Adams
haría un trabajo mucho mejor con sus memorias que cualquier periodista
"serio".
Interpretación. ¿Quién seducía a quién? El seductor fue
Sukarno, y su seducción de Adams cumplió una secuencia clásica. Primero, eligió
a la víctima correcta. Una periodista experimentada se habría resistido al
señuelo de una relación personal con el sujeto, y un hombre habría sido menos
susceptible a su encanto. Así, Sukarno seleccionó a una mujer, y a una cuya
experiencia periodística residía en otra área. En su primera reunión con Adams,
él emitió señales contradictorias: fue amigable, pero sugirió otro tipo de
interés también. Luego, habiendo infundido una duda en la mente de ella
("¿Acaso él sólo quiere una aventura?"), procedió a ser su reflejo.
Cedió a cada uno de sus caprichos, plegándose cada vez que ella se quejaba.
Ceder ante una persona es una forma de penetrar su espíritu, permitiéndole
dominar por el momento. r Quizá las proposiciones que Sukarno le hizo a Adams
mostraban su incontrolable libido en acción, pero tal vez eran más ingeniosas.
0 tenía fama de donjuán; no hacerle una proposición habría herido los
sentimientos de ella. (A las mujeres suele ofenderles menos de lo que se cree
el hecho de que se les considere atractivas, y Sukarno era lo bastante listo
para haber dado a cada una de sus cuatro esposas la impresión de que era la
favorita.) Habiendo cumplido con las proposiciones, él avanzó en el espíritu de
Adams, asumiendo el aire informal de ella, e incluso feminizándose levemente al
adoptar su color de cabello. El resultado fue que Adams decidió que él no era
como ella había esperado o temido. No era amenazador en absoluto, y, después de
todo, ella era la que estaba al mando. Lo que Adams no advirtió fue que, una
vez bajadas sus defensas, él comprometió enormemente sus emociones. No había
sido ella quien le encantó a él, sino al contrario. Sukarno logró lo que se
había propuesto desde el principio: que sus memorias personales fueran escritas
por una extranjera receptiva, quien dio al mundo un retrato más bien atractivo
de un hombre del que muchos desconfiaban.
De todas las tácticas de seducción, penetrar el espíritu
de alguien es quizá la más diabólica. Da a tus víctimas la impresión de que te
seducen. El hecho de que cedas ante ellas, las imites, penetres su espíritu,
sugiere que estás bajo su hechizo. No eres un seductor peligroso del cual precaverse,
sino alguien obediente e inofensivo. La atención que les prestas es
embriagadora: como eres su reflejo, todo lo que ven y oyen en ti reproduce su
ego y sus gustos. ¡Qué halago para su vanidad! Todo esto prepara la seducción,
la serie de maniobras que alterarán radicalmente la dinámica.
Una vez depuestas
sus defensas, ellas estarán abiertas a tu influencia sutil. Pronto empezarás a
adueñarte del baile; y sin notar siquiera el cambio, ellas se descubrirán
penetrando tu espíritu. Entonces se cerrará el círculo.
Las mujeres sólo se sienten a gusto con quienes corren el riesgo de
penetrar su espíritu.
—Ninon de
l'Enclos.
CLAVES PARA LA SEDUCCIÓN.
Una de nuestras mayores fuentes de frustración es la
obstinación de los demás. ¡Qué difícil entenderse con ellos, hacerles ver las
cosas a nuestra manera! A menudo tenemos la impresión de que cuando parecen
escucharnos, y armonizar con nosotros, todo es superficial: en cuanto nos
vamos, ellos retornan a sus ideas. Nos pasamos la vida dándonos de topes con la
gente, como si fuera un muro de piedra. Pero en lugar de quejarte de que no te
comprenden o incluso te ignoran, por qué no cambias de técnica: en vez de
juzgar a los demás como rencorosos o indiferentes, en lugar de tratar de
entender por qué actúan así, velos con los ojos del seductor. La manera de
hacer que la gente abandone su natural terquedad y obsesión consigo misma es
penetrar su espíritu.
Todos somos narcisistas. De niños, nuestro narcisismo era
físico: nos interesaba nuestra imagen, nuestro cuerpo, como si fuera un ser
distinto. Cuando crecemos, nuestro narcisismo se hace más psicológico: nos
abstraemos en nuestros gustos, opiniones, experiencias. Una concha dura se
forma a nuestro alrededor. Paradójicamente, el modo de sacar a la gente de su
concha es parecérsele, ser de hecho una suerte de imagen especular de ella. No
tienes que pasar días estudiando su mente; sólo ajústate a su ánimo, adáptate a
sus gustos, acepta todo lo que te dé. Al hacerlo, reducirás su defensividad
natural. Su autoestima no se sentirá amenazada por tu diferencia ni tus hábitos
distintos. La gente se ama mucho a sí misma, pero lo que más le agrada es ver
sus gustos e ideas reflejados en otra persona.
Esto le confiere validez. Su
usual inseguridad desaparece. Hipnotizada por su imagen especular, se relaja.
Derrumbado su muro interior, tú podrás hacerla salir poco a poco, e invertir al
final la dinámica. Una vez que se haya abierto contigo, resultará fácil
contagiarla de tu ánimo y pasión. Penetrar el espíritu de otra persona es una
especie de hipnosis; es la forma de persuasión más insidiosa y efectiva conocida por los seres humanos.
En Sueño en el pabellón rojo, novela china del siglo
XVIII, todas las jóvenes
de la próspera casa Chia están enamoradas del libertino Pao Yu. Él es guapo,
sin duda, pero lo que lo vuelve irresistible es su misteriosa capacidad para
penetrar el espíritu de una joven. Pao Yu ha pasado su juventud entre
muchachas, cuya compañía siempre ha preferido. En consecuencia, jamás se
muestra amenazador ni agresivo. Se le permite entrar a las habitaciones de las
jóvenes, ellas lo ven por todas partes, y entre más lo ven más caen bajo su
hechizo. No es que él sea femenino; sigue siendo hombre, pero puede ser más o
menos masculino según lo requiera la situación. Su familiaridad con las jóvenes
le concede la flexibilidad necesaria para penetrar su espíritu.
Esta es una gran ventaja. La diferencia entre los sexos es
lo que hace posible el amor y la seducción, pero también implica un elemento de
temor y desconfianza. Una mujer puede temer la agresión y violencia masculinas;
un hombre suele ser incapaz de penetrar el espíritu de ;
una mujer, y por tanto no cesa de ser extraño y amenazador. Los mayores
seductores de la historia, de Casanova a John F. Kennedy, crecieron rodeados de
mujeres y poseían un dejo de feminidad. El filósofo S0ren Kierkegaard, en su
obra Diario de un seductor, recomienda
pasar más tiempo con el sexo opuesto, a fin de conocer al "enemigo" y
sus debilidades, para que puedas usar ese conocimiento en tu favor.
Ninon de l'Enclos, una de las mayores seductoras de la
historia, tenía innegables cualidades masculinas. Podía impresionar a un hombre
con su gran agudeza filosófica, y encantarle al compartir con él su [Interés en
la política y la guerra. Muchos hombres forjaron primeramente una firme amistad
con ella, sólo para después enamorarse locamente. Lo masculino en una mujer es
para un hombre tan tranquilizador como lo femenino en un hombre para ellas. En
un hombre, la diferencia de una mujer puede producir frustración, y aun
hostilidad. Podría sentirse atraído a un encuentro sexual, pero un hechizo
duradero no puede existir sin una seducción mental complementaria. La clave es
penetrar su espíritu. Los hombres suelen sentirse seducidos por el elemento
masculino en la conducta o carácter de una mujer.
En la obra Clarissa (1748),
de Samuel Richardson, la joven y de-vota Clarissa Harlowe es cortejada por el
conocido libertino Lovela-ce. Clarissa está al tanto de la fama de Lovelace,
pero él no ha procedido casi nunca como ella habría esperado: es cortés, parece
un poco triste y confundido. Ella descubre de pronto que él ha hecho la más
noble y caritativa de las obras en bien de una familia en apuros, dando dinero
al padre, ayudando a la hija a casarse, impartiendo buenos consejos. Lovelace
le confiesa al fin lo que ella ha sospechado: que quiere arrepentirse, cambiar
de hábitos. Sus cartas son emotivas, casi religiosas en su pasión. ¿Será ella
quizá quien lo conduzca a la rectitud? Pero Lovelace le ha tendido una trampa,
por supuesto: usa la táctica del seductor de ser un reflejo de los gustos de
ella, en este caso de su espiritualidad. Una vez que Clarissa baja la guardia,
una vez que cree poder reformarlo, está perdida: él podrá insinuar entonces,
lentamente, su propio espíritu en sus cartas y encuentros con ella. Recuerda:
la palabra clave es "espíritu", y es justo ahí donde debe apuntarse
en general. Al dar la impresión de que reflejas los valores espirituales de
alguien, podrás establecer una honda armonía con ella, que luego podrás
transferir al plano físico.
Cuando Josephine Baker se trasladó a París en 1925, como
parte de un espectáculo en el que sólo intervenían artistas negros, su exotismo
la volvió una sensación de la noche a la mañana. Pero los franceses son
notoriamente veleidosos, y la Baker sintió que su interés en ella se
desplazaría pronto a otra. A fin de seducirlos para siempre, penetró su
espíritu. Aprendió francés, y empezó a cantar en ese idioma. Comenzó a vestirse
y actuar a la manera de una elegante dama francesa, como para decir que
prefería el modo de vida francés al estadunidense. Los países son como las
personas: tienen grandes inseguridades, y se sienten amenazados por otras
costumbres. Para una persona suele ser muy seductor ver a un extraño adoptar
sus hábitos.
Benjamín Disraeli nació y vivió siempre en Inglaterra, pero
era judío de nacimiento, y tenía rasgos exóticos; el inglés provinciano lo
consideraba un extraño. Pero en sus gustos y modales él era más inglés que la
mayoría, y esto formaba parte de su encanto, que demostró al convertirse en
líder del partido conservador. Si eres un extraño (como lo somos la mayoría en
última instancia), usa eso en tu beneficio: explota tu rara naturaleza de tal
forma que puedas mostrar al grupo cuánto prefieres sus gustos y costumbres a
los tuyos.
En 1752, el afamado libertino Saltikov determinó ser el
primer hombre en la corte rusa en seducir a la gran duquesa, de veintitrés
años, la futura emperatriz Catalina la Grande. Sabía que ella estaba sola: su
esposo, Pedro, la ignoraba, igual que muchos cortesanos. Pero los obstáculos
eran inmensos: a Catalina se le espiaba de día y de noche. Aun así, Saltikov
logró hacerse amigo de la joven, y entrar a su muy reducido círculo. Al fin
consiguió estar a solas con ella, y le hizo saber que comprendía su soledad,
cuánto despreciaba a su marido y que compartía su interés en las nuevas ideas
que se extendían en Europa. Pronto pudo concertar nuevos encuentros, en los que
él daba la impresión de que, cuando estaba con ella, nada más en el mundo
importaba. Catalina se enamoró profundamente de él, y él fue de hecho su primer
amante. Saltikov había penetrado su espíritu.
Cuando eres un reflejo de las personas, les dedicas intensa atención. Ellas sentirán tu esfuerzo, y éste les parecerá halagador. Obviamente las has elegido, separándolas del resto. Parecería no haber nada más en la vida que ellas: su ánimo, sus gustos, su espíritu. Cuanto más te concentras en ellas, mayor es el hechizo que produces, y el efecto embriagador que tendrás en su vanidad.
Muchos tenemos dificultades para conciliar lo que somos con lo que queremos ser. Nos decepciona haber comprometido nuestros ideales de juventud, y nos seguimos imaginando como esa joven promesa, a la que las circunstancias le impidieron realizarse. Cuando seas reflejo de alguien, no te detengas en aquello en que esa persona se ha convertido; penetra el espíritu de la persona ideal que ella quiso ser. Así fue como el escritor francés Chateaubriand logró convertirse en un gran seductor, pese a su fealdad física. De joven, a fines del siglo XVIII, se iniciaba la moda del romanticismo, y a muchas mujeres les oprimía enormemente la falta de romance en su vida. Chateaubriand hacía renacer en ellas su fantasía juvenil de enamorarse perdidamente, de satisfacer ideales románticos. Este modo de penetrar el espíritu de otro es quizá el más efectivo en su tipo, porque hace sentir bien a la gente. En tu presencia, ella vive la vida de quien habría querido ser: un gran amante, un personaje romántico, lo que sea. Descubre esos ideales abandonados y refléjalos, volviendo a darles vida al proyectarlos en tu objetivo. Pocos pueden resistirse a este señuelo.
Símbolo. El espejo del cazador. la alondra es un ave
suculenta, pero difícil de atrapar. En el campo, el cazador pone un espejo en
un área. La alondra desciende frente a él, avanza y retrocede, ^extasiada por
su imagen en movimiento, y por la imitativa danza nupcial que ve ejecutarse
ante sus ojos. Hipnotizada, pierde todo contacto con su entorno, hasta que la
red del cazador la atrapa contra el espejo.
REVERSO.
En 1897 en Berlín, el poeta Rainer María Rilke, cuya fama
daría después la vuelta al mundo, conoció a Lou Andreas-Salomé, la escritora y
belleza de origen ruso famosa por haber roto el corazón de Nietzsche. Ella era
la niña mimada de los intelectuales de Berlín; y aunque Rilke tenía veintidós
años y Lou treinta y seis, él se enamoró rendidamente de ella. La colmó de
cartas de amor, que confirmaban que él había leído todos sus libros y que conocía
íntimamente sus gustos. Se hicieron amigos. Pronto Lou corregía su poesía, y él
pendía de cada palabra de ella. A Salomé le halagó que Rilke fuera un reflejo
de su espíritu, y le encantó la intensa atención que le ponía y la comunión
espiritual que desarrollaban. Se hizo su amante. Pero le preocupaba el futuro
de él; era difícil ganarse la vida como poeta, y ella lo alentó a aprender
ruso, su lengua materna, para que fuera traductor. El siguió tan ávidamente su
consejo que meses después ya hablaba ruso. Visitaron Rusia juntos, y a Rilke le
maravilló lo que vio: los campesinos, las costumbres populares, el arte, la
arquitectura. De vuelta en Berlín, convirtió sus habitaciones en una especie de
santuario consagrado a Rusia, y dio en ponerse blusas campesinas rusas y en
salpicar su conversación con frases en esa lengua. Entonces, el encanto de su
reflejo se agotó pronto. A Salomé le había halagado en un principio que él
compartiera tan intensamente sus intereses, pero para aquel momento esto le
pareció otra cosa: que él no tenía identidad real. Su autoestima había
terminado por depender de ella. Todo era servil. En 1899, para gran horror de
Rilke, Lou puso fin a la relación.
La lección es simple: tu entrada al espíritu de un
individuo debe ser una táctica, una forma de someterlo a tu hechizo. No puedes
ser simplemente una esponja, absorber el ánimo de la otra persona. Sé su
reflejo durante mucho tiempo y ella percibirá tus intenciones y te repelerá.
Bajo la semejanza con ella que le haces ver, debes poseer una firme noción de
tu identidad. Llegado el momento, tendrás que introducirla en tu espíritu; no
puedes vivir a sus expensas. Así pues, jamás lleves demasiado lejos el reflejo.
Sólo es útil en la primera fase de la seducción; en cierto momento, la dinámica
deberá invertirse.
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