Apéndice uno.
Ambiente seductor y Momento seductor.
En la seducción, tus víctimas deben llegar a sentir poco apoco un cambio interno. Bajo tu influencia, deponen sus defensas, y se sienten en libertad de actuar de otro modo, de ser distintas. Ciertos lugares, ambientes y experiencias te serán de mucha ayuda en tu afán de cambiar y transformar a la seducida.. Los espacios con una cualidad teatral acentuada —opulencia, superficies relucientes, espíritu lúdico—generan una sensación optimista, infantil, que dificulta a la víctima pensar con claridad. Crear una noción alterada del tiempo tiene un efecto similar; momentos vertiginosos, memorables y destacados, un ánimo de fiesta y juego. Haz que tus víctimas sientan que estar contigo les brinda una experiencia diferente a la de estar en el mundo real.
TIEMPO Y ESPACIO DE FESTIVAL.
Hace siglos, la vida en la mayoría de las culturas estaba repleta de trabajo y rutina. Pero en ciertos momentos del año, esa vida se interrumpía con fiestas. Durante estas festividades —saturnales en la antigua Roma, festivales de mayo en Europa, los grandiosos potlatches de los indios chinook—, el trabajo en los campos y el mercado se suspendía. Toda la tribu o ciudad se congregaba en un espacio sagrado, reservado para el festival.
Temporalmente aliviada de deberes y responsabilidades, se concedía a la gente permiso para desbocarse; ella se ponía máscaras o disfraces, que le daban otra identidad, a veces de poderosas figuras que recreaban los grandes mitos de su cultura. El festival era una liberación tremenda de las cargas de la vida diaria. Alteraba la noción del tiempo de la gente, pues le ofrecía momentos en que salía de sí misma. El tiempo parecía detenerse. Algo semejante a esta experiencia puede hallarse aún en los grandes carnavales que sobreviven en el mundo. El festival representaba una pausa en la vida diaria de una persona, una experiencia radicalmente distinta a la rutina. En un plano más íntimo, así es como tú debes imaginar tus seducciones. Conforme este proceso avanza, tus objetivos experimentan una diferencia radical respecto de la vida diaria: libertad del trabajo y la responsabilidad.
Sumergidos en el placer y el juego, pueden actuar de otra manera, volverse otros, como si llevaran una máscara. El tiempo que pasas a su lado está dedicados a ellos, y a nadie más. En vez de la usual rotación de trabajo y descanso, les concedes momentos grandiosos y dramáticos, diferentes.
Los llevas a lugares distintos a los que ven en la vida cotí-diana: lugares teatrales, destacados. El espacio físico influye con fuerza en el ánimo de la gente: un lugar consagrado al placer y el juego insinúa ideas en ese sentido. Cuando tus víctimas vuelven a sus deberes y a la realidad, sienten un contraste inmenso, y empezarán a anhelar ese otro lugar al que las atrajiste. Lo que en esencia creas es tiempo y espacio de festival, momentos en que la realidad se detiene y la fantasía toma el mando.
Nuestra cultura ya no proporciona experiencias de este tipo, y las personas las añoran. Por eso casi toda la gente espera ser seducida, y por eso caerá en tus brazos si haces bien todo esto.
Los siguientes son componentes clave para reproducir el tiempo y espacio de festival:
Crea efectos teatrales. El teatro produce una sensación de un mundo distinto, mágico. El maquillaje de los actores, la falsa pero tentadora escenografía, el vestuario levemente irreal: estos realzados recursos visuales, junto con la trama de la obra, engendran ilusión. Para producir este efecto en la vida real, debes modelar tu ropa, maquillaje y actitud para que posean un filo lúdico, artificial: una sensación de que te has arreglado para el deleite de tu público. Este era el efecto de diosa de Marlene Dietrich, o el fascinante efecto de un dandy como Beau Brummel. Tus encuentros con tus objetivos también deben tener una sensación de drama, obtenida a través de los escenarios que eliges, y de tus acciones. El objetivo no debe saber qué ocurrirá después. Provoca suspenso mediante giros y vuelcos que conduzcan al final feliz: ofreces una función. Cada vez que se reúne contigo, tu objetivo recupera esa vaga sensación de estar en una obra de teatro. Ambos experimentan el estremecimiento de usar máscaras, de ejecutar un papel diferente al que la vida les ha asignado.
Usa el lenguaje visual del placer. Ciertos tipos de estímulos visuales indican que no estás en el mundo real. Evita imágenes con profundidad, que induzcan a pensar, o a sentir culpa; trabaja en cambio en espacios que sean toda superficie, llenos de objetos destellantes, espejos, pozas, un continuo juego de luz. La sobrecarga sensorial de estos espacios crea una sensación embriagadora, optimista. Entre más artificial sea esto, mejor.
Enseña a tus objetivos un mundo juguetón, lleno de vistas y sonidos que exciten al bebé o niña que llevan dentro. El lujo —la sensación de que se ha gastado, y aun derrochado, dinero— intensifica la noción de que el mundo real del deber y la moral se ha desvanecido. Llamémosle el efecto burdel.
Frecuenta espacios llenos o cerrados. El apiñamiento de personas eleva la temperatura psicológica a niveles de baño de vapor. Festivales y carnavales dependen de la sensación contagiosa que crea la multitud. Lleva a veces a tu objetivo a tales espacios, para disminuir su defensividad normal. De igual forma, toda ocasión que reúne a la gente en un espacio reducido durante un periodo prolongado es extremadamente propicia para la seducción. A lo largo de muchos años, Sigmund Freud tuvo un pequeño y ceñido grupo de discípulos que asistían a sus conferencias privadas, y que se involucraron en un increíble número de aventuras amorosas. Lleva a la seducida a un espacio abarrotado como de festival, o pesca objetivos en un mundo cerrado.
Inventa efectos místicos. Los efectos espirituales o místicos distraen de la realidad la mente de las personas, haciéndolas sentir elevadas y eufóricas.
De ahí hay sólo un pequeño paso al placer físico.
Usa la utilería que tengas a la mano: libros de astrología, imágenes angélicas, música con resonancias místicas de una cultura remota. Franz Mesmer, el gran charlatán austríaco del siglo XVIII, llenaba sus salones con música de arpa, perfume de exótico incienso y una voz femenina que cantaba en una sala distante. En las paredes ponía vitrales y espejos. Sus víctimas se sentían relajadas, exaltadas; y cuando se sentaban en la sala donde él usaba imanes para sus poderes curativos, sentían una especie de cosquilleo espiritual pasar de un cuerpo a otro. Cualquier cosa vagamente mística ayuda a tapar el mundo real, y es fácil pasar de lo espiritual a lo sexual.
Distorsiona la noción del tiempo: rapidez y juventud. El tiempo de festival posee una suerte de velocidad y frenesí que hace que la gente se sienta más viva. La seducción debe hacer que el corazón lata más rápido, para que la seducida pierda noción del paso del tiempo. Llévala a lugares de actividad y movimiento constantes. Embárcate con ella en una especie de viaje, para distraer su mente con nuevos paisajes. La juventud puede ajarse y desaparecer, pero la seducción brinda la sensación de ser joven, sin que importe la edad de los involucrados. Y la juventud es sobre todo energía.
El ritmo de la seducción debe acelerarse en cierto momento, para crear en la mente un efecto de torbellino. No es de sorprender que Casanova haya hecho en bailes gran parte de sus seducciones, o que el vals haya sido el instrumento predilecto de más de un libertino en el siglo XIX.
Crea momentos. La vida diaria es una carga en la que las mismas acciones se repiten sin cesar. Al festival, por el contrario, se le recuerda como un momento en que todo se transformó: en que un poco de eternidad y mito entró a nuestra vida. Tu seducción debe alcanzar esas cimas, momentos en que sucede algo dramático y el tiempo se experimenta de otra forma. Brinda a tus objetivos esos momentos, ya sea escenificando la seducción en un lugar —un carnaval, un teatro— en el que ocurren naturalmente o creándolos tú mismo, con acciones dramáticas que despierten emociones fuertes. Esos momentos deben ser de puro ocio y placer; ninguna idea de trabajo o moral debe inmiscuirse. Madame de Pompadour, la amante del rey Luis XV, tenía que volver a seducir a su amante, fácil de aburrir, cada tantos meses; sumamente creativa, ideaba fiestas, bailes, juegos, un poco de teatro en Versalles. La seducida se regocija en eventos como éstos, percibiendo el esfuerzo que has hecho para distraerlo y encantarle.
ESCENAS DE TIEMPO Y ESPACIO SEDUCTORES.
1.- Alrededor del año 1710, un joven cuyo padre era un próspero comerciante de vinos en Osaka, Japón, se descubrió ensoñando con creciente frecuencia. Trabajaba día y noche para su padre, y la carga de la vida familiar y de todos sus deberes era opresiva. Como cualquier otro joven, sabía de los distritos de placer de la ciudad, los barrios en que las leyes del shogunato, normalmente estrictas, podían violarse. Ahí era donde podía encontrarse el ukiyo, el "mundo flotante" de los placeres transitorios, un lugar en que gobernaban actores y cortesanas. Eso era con lo que el joven ensoñaba. A la espera del momento oportuno, una noche logró escabullirse sin ser visto. Se encaminó directamente a los barrios de placer.
Era aquél un conjunto de edificios —restaurantes, clubes exclusivos, casas de té— que se distinguían del resto de la ciudad por su magnificencia y colorido. En cuanto el joven entró, supo que estaba en un mundo diferente. Actores vagaban por las calles con kimonos elaboradamente teñidos. Sus modales y actitudes hacían pensar que aún estuvieran en el escenario. Las calles bullían de energía; el ritmo era veloz. Brillantes faroles destacaban contra la noche, lo mismo que los policromos carteles del cercano teatro kabuki. Las mujeres tenían un aire muy particular. Lo miraban con descaro, actuando con la libertad de un hombre. El joven miró de reojo a un onnagata, uno de los hombres que interpretaban papeles femeninos en el teatro, un varón más bello que la mayoría de las mujeres que él había visto, y al que los transeúntes trataban como si fuera de la realeza.
El muchacho vio que otros jóvenes como él entraban a una casa de té, así que los siguió. Ahí, la más alta clase de las cortesanas, las grandes tayus, ejercían su oficio. Minutos después de haberse sentado, el joven oyó ruido y bullicio, y por las escaleras descendieron algunas tayus, seguidas de músicos y bufones. Las mujeres llevaban las cejas depiladas, remplazadas por una gruesa línea negra de pintura. Su cabello estaba recogido en un pliegue perfecto, y el muchacho nunca había visto kimonos tan bellos. Las tayus parecían flotar sobre el piso, con pasos de diferentes clases (sugestivos, reptantes, cautelosos, etcétera), dependiendo de a quién se aproximaran y qué quisieran comunicarle. Ignoraban al joven; él no tenía idea de cómo invitarlas a acercarse, pero advirtió que algunos de los mayores bromeaban con ellas de una forma que era un lenguaje en sí mismo. El vino comenzó a fluir, se tocó música, y por fin llegaron unas cortesanas de nivel inferior. Para entonces, al joven se le había soltado la lengua. Estas cortesanas eran mucho más amigables, y él empezó a perder la noción del tiempo. Más tarde logró llegar tambaleante a casa, y sólo a la mañana siguiente se dio cuenta de cuánto dinero había gastado. Si su padre llegara a saberlo...
Pero semanas después regresó. Al igual que cientos de hijos como él en Japón cuyas historias llenaron la literatura del periodo, iba en camino de dilapidar la riqueza de su padre en el "mundo flotante".
La seducción es otro mundo en que inicias a tus víctimas. Como el ukiyo, depende de una estricta separación del mundo de todos los días. Cuando tus víctimas están en tu presencia, el mundo exterior —con su moral, sus códigos, sus responsabilidades— desaparece. Todo está permitido, en particular todo lo normalmente reprimido. La conversación es ligera y sugestiva.
Prendas y lugares tienen un toque de teatralidad. Hay autorización para actuar en forma diferente, para ser otro, sin pesadez ni juicios. Tú creas para los demás una especie de concentrado "mundo flotante" psicológico, que produce adicción.
Cuando ellas te dejan y regresan a su rutina, están doblemente conscientes de lo que les falta. En cuanto anhelan la atmósfera que has creado, la seducción es completa. Como en el mundo flotante, hay que gastar dinero. La generosidad y el lujo van de la mano de un espacio seductor.
2.- Todo comenzó a principios de la década de 1960: la gente iba al estudio de Andy Warhol en Nueva York, se empapaba de su atmósfera y se quedaba un rato. Luego, en 1963 el artista se mudó a un nuevo espacio en Manhattan, y un miembro de su séquito cubrió con papel aluminio algunas paredes y columnas y pintó de plateado una pared de ladrillos y otras cosas. Un sofá rojo acolchonado al centro, algunas barras de caramelo de plástico de metro y medio, un tocadiscos que relucía con pequeños espejos y globos plateados de helio que flotaban en el aire completaban el escenario. A este espacio en forma de L se le llamó entonces The Factory, y una atmósfera empezó a desarrollarse. Cada vez llegaba más gente: por qué no dejar la puerta abierta, razonó Andy, y a ver qué pasa. Durante el día, mientras él trabajaba en sus cuadros y películas, se reunía gente: actores, prostitutas, traficantes de drogas, otros artistas. Y el elevador no dejaba de rechinar toda la noche mientras la gente bonita comenzaba a convertir ese sitio en su hogar. Ahí podía encontrarse a Montgomery Clift preparándose una copa; más allá, una joven y hermosa socialité platicaba con una drag queen y un curador de museo. No paraban de llegar montones de personas, todas ellas jóvenes y glamorosamente vestidas. Era como uno de esos programas de televisión para niños, dijo una vez Andy a un amigo, en que no dejan de llegar invitados a la fiesta inagotable y siempre hay una nueva diversión. Y eso parecía aquello, en efecto, sin que nada serio sucediera, sólo un montón de conversaciones y coqueteos, y flashes que estallaban e interminables poses, como si todos estuvieran en una película. El curador de museo se ponía a reír como adolescente y la socialité iba y venía por todos lados como ramera.
A medianoche, no cabía un alfiler. Apenas si era posible moverse. Llegaba la banda, comenzaba el espectáculo de las luces y todo tomaba de pronto una nueva dirección, cada vez más desenfrenada.
La multitud se dispersaba en algún momento, y en la tarde todo empezaba de nuevo, cuando el séquito volvía a juntarse poco a poco. Difícilmente alguien iba a The Factory sólo una vez.
Es opresivo tener que actuar siempre de la misma manera, desempeñando el mismo papel aburrido que el trabajo o el deber te impone. La gente ansia un lugar o momento en que pueda ponerse una máscara, actuar de otro modo, ser otra. Por eso ensalzamos a los actores: tienen una libertad y desenfado con su propio ego que nos encantaría poseer. Todo espacio que brinde la oportunidad de ejecutar un papel distinto, de ser actor, es sumamente atractivo. Puede ser un espacio creado por ti, como The Factory. O un lugar al que llevas a tu objetivo. En esos sitios, sencillamente no puedes estar a la defensiva; la atmósfera de travesura, la sensación de que todo está permitido
(salvo la seriedad), disipa cualquier reactividad.
Estar en un lugar así se vuelve una droga. Para recrear ese efecto, recuerda la metáfora de Warhol sobre el programa de televisión para niños. Haz que todo sea ligero y divertido, lleno de distracciones, ruido, color y un poco de caos. Sin cargas, responsabilidades ni juicios. Un lugar donde perderte.
3.- En 1746, una joven de diecisiete años llamada Cristina llegó a la ciudad de Venecia, Italia, en compañía de su tío, un cura, en busca de esposo. Cristina era de un pequeño poblado, pero tenía una sustancial dote que ofrecer. Pero los venecianos dispuestos a casarse con ella no le complacieron.
Así que tras dos semanas de búsqueda su tío y ella se dispusieron a regresar a su pueblo. Estaban sentados en una góndola, a punto de salir de la ciudad, cuando Cristina vio que un joven elegantemente vestido caminaba en su dirección. "¡Qué hombre tan guapo!", dijo a su tío. "Ojalá estuviera en esta barca con nosotros." El caballero no pudo haber oído esto, pero se acercó, dio unas monedas al gondolero y se sentó junto a Cristina, para gran deleite de la joven. Él se presentó como Jacques Casanova. Cuando el cura elogió sus amistosos modales, Casanova replicó: "Quizá no habría sido tan amigable, reverendo padre, si no me hubiera atraído la belleza de su sobrina." Cristina le contó por qué habían ido a Venecia y por qué se marchaban. Casanova rio, y la censuró: un hombre no podía decidir casarse con una mujer viéndola apenas unos días. Debía saber más sobre su carácter; esto tardaría al menos seis meses. El mismo estaba en busca de esposa, y le explicó por qué le habían decepcionado las jóvenes que había conocido, como a ella los hombres. Casanova parecía no tener destino alguno: simplemente los acompañaba, entreteniendo a Cristina en el camino con su ingeniosa conversación. Cuando la góndola llegó a las orillas de Venecia, Casanova alquiló un carruaje que los llevara a la cercana ciudad de Treviso, y los invitó a sumársele. De ahí podrían tomar una calesa a su pueblo. El tío aceptó, y de camino al carruaje Casanova ofreció el brazo a Cristina. ¡Qué diría la querida de él si los viera!, exclamó ella. "No tengo querida", contestó él, "y jamás volveré a tenerla, porque nunca encontraré una dama tan linda como usted; no, no en Venecia." Esas palabras se le subieron a la muchacha a la cabeza, llenándola de toda suerte de extrañas ideas, y comenzó a hablar y actuar de una manera nueva en ella, casi descarada. ¡Qué lástima que ella no pudiera quedarse en Venecia los seis meses que el necesitaba para conocer a una mujer!, le dijo a Casanova. Sin vacilar, él le ofreció pagar sus gastos en Venecia durante ese periodo, mientras la cortejaba. En el trayecto en el carruaje, ella dio vueltas en su mente a tal ofrecimiento, y una vez en Treviso se reunió con su tío y le rogó que regresara al pueblo solo, y volviera por ella en unos días. Se había enamorado de Casanova; quería conocerlo mejor; él era todo un caballero, en quien se podía confiar. El tío convino en hacer lo que ella deseaba.
Al día siguiente, Casanova no se separó un momento de su lado. No hubo el menor indicio de discordancia en su naturaleza. Pasaron el día vagando por la ciudad, haciendo compras y conversando. El la llevó al teatro en la noche, y más tarde al casino, proporcionándole un dominó y una máscara. Le dio dinero para que jugara, y ganó. Cuando el tío regresó a Treviso, ella casi se había olvidado de sus planes de matrimonio: sólo podía pensar en los seis meses que pasaría con Casanova. Pero volvió a su pueblo con su tío, y esperó a que Casanova la visitara.
Él se presentó semanas después, llevando consigo a un apuesto joven llamado Charles. A solas con Cristina, Casanova le explicó la situación: Charles era el mejor partido de Venecia, un hombre que sería mucho mejor esposo que él. Cristina admitió ante Casanova que ella también había tenido sus dudas. Él era demasiado excitante, le había hecho pensar en otras cosas aparte del matrimonio, cosas de las que se avergonzaba. Quizá esto era lo mejor.
Le dio las gracias por tomarse la molestia de buscarle marido. Los días siguientes, Charles la cortejó, y se casaron semanas después. Sin embargo, la fantasía y atractivo de Casanova permanecieron para siempre en la mente de Cristina.
Casanova no podía casarse: eso era totalmente contrario a su naturaleza. Pero también lo era imponerse a una joven. Era mejor dejarla con una perfecta imagen de fantasía que arruinar su vida.
Además, él gozaba el cortejo y el flirteo más que ninguna otra cosa.
Casanova brindaba a una joven la fantasía suprema. Mientras estaba en la órbita de esa mujer, le dedicaba cada momento. Nunca mencionaba el trabajo, para no permitir que detalles aburridos y mundanos interrumpieran la fantasía. Y añadía una teatralidad majestuosa. Vestía los trajes más espectaculares, llenos de joyas centellantes. La llevaba a los más maravillosos entretenimientos: carnavales, bailes de máscaras, casinos, viajes sin destino fijo. Era el gran maestro de la creación de un tiempo y un espacio seductores. Casanova es el modelo a seguir. Estando en tu presencia, tus blancos deben sentir un cambio. El tiempo adquiere un ritmo distinto: ellos apenas notan su paso. Reciben la sensación de que todo se detiene, así como toda actividad normal hace un alto en el festival. Los frívolos placeres que les procuras son contagiosos: uno lleva a otro y otro más, hasta que es demasiado tarde para retroceder.
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