Hola chicos, esta es la segunda parte del relato BELLA PRISIONERA, Si aun no las leido la primera parte, puede hacerlo DANDO CLICK AQUI
Bien, entonces aqui esta la segunda parte:
Tras el paseo matutino, esposó mis manos a la espalda y con tono amenazante. Me condujo de nuevo por la casa hasta otra habitación, esta vez con alfombra.
Noté, por unos segundos que se
separaba de mí y oí el tintineo de unas cadenas. Desnuda como estaba me
estremecí. Al poco una correa de cuero se ajustaba a mi cuello.
Me susurró -No
te muevas o te harás daño- Detrás de mí podía oír cómo la cadena se ajustaba al
collar y se movía. Por algunos tirones, debía estar ajustando la longitud de la
cadena, porque la oía arrastrarse por otra superficie.
De repente soltó las esposas de
mis manos. Mi movimiento inmediato fue llevarme las manos al cuello y empezar a
palpar el collar. Aunque era holgado, sentía que me asfixiaba. Lo estire
tratando de quitarlo pero era imposible. Comencé a palparlo en busca de alguna
hebilla o cierre.
-No lo intentes, querida. No
puedes quitártelo. Lleva un pequeño candado del que sólo yo tengo la llave
-“dijo en el momento que yo lo tocaba con mis dedos y pude comprobar que estaba
bien cerrado.
Mi nerviosismo iba en aumento y protesté a través de la mordaza.
No obtuve respuesta ni me detuvo. Podía imaginar su cara de satisfacción. Con
mis dedos toque la cadena y estire.
Permitía muy poca movilidad -“ Veo que no
te gusta tu nuevo regalito. De ti depende que lo lleves más o menos tiempo. A
mí la verdad me encanta y te sienta de maravilla, pero vamos a vestirte!
Quítate el pañuelo de los ojos -“por primera vez me día cuenta que su voz se
oía en off, como a través de un micrófono
¿me había dejado sola?
Mis manos fueron hacia la cara y tocaron la
mordaza -“he dicho el pañuelo de los ojos, no toques la mordaza si no quieres
que me enfade de verdad.
Obedecí de inmediato. Al intentar
abrir los ojos, noté que había demasiada luz, por lo que me coste habituarme a
ella unos segundos. Había pasado demasiado tiempo cegada para acostumbrarme
fácilmente.
Me ayude con las manos para frotar el escozor inicial. En cuanto
pude vislumbrar algo me di cuenta de que estaba en una habitación,
relativamente pequeña, rodeada de paneles de espejos. Un foco de luz iluminaba
sólo el centro de la estancia, y estaba justo sobre mí.
Veía mi reflejo desnudo
en los espejos, mi imagen en sombra se repetía. Sólo me iluminaba a mí, pese a
que había otros focos halógenos más pequeños alrededor. Pude comprobar que la
cadena que me sujetaba por el cuello, estaba enganchada a un aro que colgaba
del techo. Trate de estirarla de nuevo, pero era imposible, que aro estaba fijo
y la cadena trabada con otro candado.
Ese maniaco lo tenía todo pensado, y
probablemente no era la primera vez que encadenaba a alguien en aquel mismo
lugar. Sentí ganas de gritar, pero me contuve, porque seguramente aquel
maniaco me observaba a través de alguno de los espejos.
Quizás por aquel que
actuaba de puerta por la que habían entrado. Trate de tocarlos, pero aunque
estirase el brazo, la longitud de la cadena, no me permitía llegar a ellos.
Sobre uno pequeño bar forrado en
piel, vi lo que él llamaba ropa: lencería negra, zapatos de tacón, y un
cepillo y un coletero negro. Durante unos segundos me quede paralizada.
Aquel
loco me tenía secuestrada, pero no podía evitar cierta excitación al estar en
aquella situación. Me reprendí a mí misma y me obligue a concentrarme en
vestirme. Me acerqué al bar y trate de sentarme en él para comenzar a hacerlo,
pero la cadena, de nuevo no me permitía hacerlo.
¿Cómo quería que me vistiera?
¿Cómo esperaba que me pusiera las medias?
-Tras de ti tienes una silla -“me
dijo como si pudiera leer mi pensamiento, como siempre.
Consciente de que me observaba,
decidí llevar a cabo mi pequeña venganza. No podía tocarme y por ello, iba a
hacer que lo deseara más que nunca.
Cogí el pequeño tanga negro que me había
dejado. Lentamente me lo puse, y me lo coloque, haciendo diferentes posturas
para comprobar cómo me quedaba.
Después cogí el corpiño que me había dejado,
negro, en raso y organiza. De buen gusto y caro, se notaba. Tenía sujetador de
copas, sin tirantes y de la parte inferior del cuerpo colgaban las tiras para
sujetar las ligas de las medias que me había dejado.
Cómo se ataba con
corchetes por detrás me demoré a propósito en la tarea de atármelo, colocar
adecuadamente mis pechos sobre las copas para realzarlos, ajustarlo a mi
cintura, colocando el tanga para que el conjunto fuera perfecto.
La venganza
debió hacer su efecto porque en pocos minutos me dijo:
- ¡Estas preciosa, querida! No
seas tan presumida. El desayuno nos espera -“su tono aunque quería mostrarse
apático, denotaba cierta tensión contenida
- No querrás que me vaya a desayunar
sólo y te deje encerrada durante horas ahí, para que te aburras de mirarte a ti
misma ¿verdad?
Con aire de indolencia, pero con
gran satisfacción interior me volví y cogí las medias. Eran negras, de seda, de
esas que se ciñen al muslo con un elástico de encaje.
Yo solía utilizar este
tipo de medias normalmente, de hecho aquel demente había destrozado uno de mis
pares favoritos el día anterior. Las enrolle y comencé a acariciarme con ellas,
notando su suavidad.
Primero la cara, luego el pecho, los brazos- Lentamente me senté en la silla y comencé a
ponérmelas, consciente de su mirada. Quizás esa excitación fue lo que hizo que,
de repente, perdiera el equilibrio y cayera de la silla.
Por suerte, reaccione
rápidamente y apoye mi otro pie, pero sentí un fuerte tirón en el cuello, por la
cadena que me sujetaba a la viga.
-Ten cuidado, mi bella
prisionera, no quiero que te lastimes
Sus palabras colmaron mi
paciencia y me enfurecí. Si casi me había ahogado era por su culpa y la absurda
forma en que me había sujetado. Con lo cual comencé a quitarme, con rabia la
mordaza.
- ¡No, no lo hagas! -“gritó él a
través del micrófono -“No te permito que lo hagas.
- ¡Déjame en paz! -“respondí,
haciendo caso omiso a su orden - ¡Estás
completamente loco! Casi me mato por tu culpa-
Esta cadena- esta silla- no tenías otra más alta e incómoda- Estoy encerrada en un casa en medio de
ninguna parte. Ya has demostrado que eres más fuerte que yo. Esta cadena es
innecesaria
- ¡Cállate!
- ¡No!
- ¡He dicho que te calles si no
quieres que realmente me enfado. Te has levantado muy, muy, muy rebelde.
- ¿Rebelde? A ver si te enteras.
Estoy a tu merced pero no soy tuya. Ten cuidado conmigo. Tú tienes la fuerza. Tú
tienes el poder por ahora, pero no creas que vas a doblegarme fácilmente. No
soy una niña asustada. Ni tus amenazas ni tus ataduras van a poder con esta
mujer. Quizás con otras te haya sido más fácil. Si tanto te jactas de conocerme
deberías haber buscado a otra más sumisa. Estoy alerta y aprovecharé cualquier
error que comentas... y estoy segura de que lo cometerás.
- ¡Cállate! Termina de vestirte y
ponte el antifaz que hay sobre el bar -“su voz sonaba furiosa pero yo estaba
fuera de mí.
- ¡Deja de gritarme, maldito
seas! Entra aquí y quítame esta cadena asesina. Si no lo haces, no voy a
continuar vistiéndome.
Silencio, pero en pocos segundos,
oí como uno de los paneles de espejo se movía. Lo primero que vi fue una
pistola que me apuntaba.
Me quede de piedra. No me esperaba que entrara, y
mucho menos armado. Sobre el bar, había un antifaz, que antes ni siquiera había
visto.
Cuando entró su presencia y su reflejo en los espejos, llenaron la
habitación. Su captor era más grande de lo que había imaginado, cuando me
tocaba. Vestía de negro con una camiseta ceñida y pantalones de firma, dejaban
ver un cuerpo fibroso y bien formado.
En la cabeza llevaba una especie de
antifaz de cuero que cubría parte de su cabeza, hasta la altura de la nariz,
como los torturadores del medievo. El miedo comenzó a apoderarse de mí,
pensando que iba a matarme en aquel mismo momento.
- ¡Vístete! ¡Termina de vestirte de una vez! Te has
pasado de la raya y vas a saber que supone enfadarme. En el futuro vas a
pensarte dos veces volver a amenazarme.
Sin emitir ninguna otra palabra,
sintiendo su mirada furiosa sobre mí, desde las sombras y sin dejar de
apuntarme con la pistola terminé de vestirme.
Mis manos temblaban al ponerme
las medias. Ya no estaba tan sugerente como minutos antes.
Cuando me puse los
zapatos, eran mi número, lo sabía todo de mí, me di cuenta que tenían más tacón
del que yo solía utilizar habitualmente, por ello me atreví a decirle.
-Estos zapatos tienen demasiado
tacón, no sé si voy a poder andar con ellos
-Si aprecias tu integridad
física, seguro que te las arreglaras -contestó amenazante- péinate y recoge tu
pelo en una coleta alta con ese coletero.
Obedecí sin rechistar. En cuanto
terminé, me ordenó que pusiera las manos en la cabeza y se acercó tras de mí.
Yo podía, verle a través del espejo, que también reflejaba mi imagen,
completamente vestida tal y como él lo había imaginado para mí.
Cuando estuvo
tras de mí, cogió una de mis manos, y con fuerza me la retorció sobre la
espalda, obligándome a inclinarme, tanto como la cadena me permitió,
obligándome a llevar mi cabeza atrás.
Por el espejo, pude ver, como guardaba su
pistola en una funda que tenía atrás, en su cinturón. De inmediato, cogió la
otra mano y la esposó junto a la otra a espalda. Me dio la vuelta y me puso
frente a él, inclinando su cara muy cerca de la mía.
Por primera vez sus ojos,
oscuros casi negros irradiaban tanta furia que me asuste realmente. De repente,
sujetándome por los hombros, tomó con sus labios mi boca. No era un beso cariñoso,
sino posesivo y con fiereza. De hecho, me hacía daño.
Comencé a debatirme
intentando zafarme de ese beso y de esas manos que estaba segura me estaban
dejando marcas. Era implacable y yo no podía resistir más cuándo se separó de mí.
Casi me caigo, porque soltó con tanta fuerza, que con los tacones casi tropecé.
Pese a ello no me atreví a decirle nada, mientras soltaba la cadena sujeta al
aro.
En pocos segundos me arrastraba
con ella, a través de la casa, dirigiéndonos a la escalera. La casa parecía una
casa rústica, rural, de campo.
Y era muy grande, desde la escalera se podía ver
un amplio salón con chimenea, un comedor junto a unas puertas abatibles de
madera, que supuse llevaban a la cocina.
Iba rápido, por lo que con la tensión
de la cadena me obligaba a seguirle con prontitud, cosa que se me hacía muy
difícil con la manos esposadas a la espalda y aquellos tacones de vértigo.
Como
pude, y casi de milagro, llegue al piso inferior sin caerme. En el piso había
columnas y vigas de madera tratada para que parecieran envejecidas, acorde con
el ambiente.
Me llevo junto a la mesa de comedor que tenía dos cubiertos
completos preparados, así como unas fuentes con fruta, yogures, mermeladas...
había preparado el desayuno para los dos. Mi estomago se despertó, pero algo me
decía que poco o nada iba a probar de aquellos manjares.
En el piso inferior había
columnas y vigas de madera tratada para que parecieran envejecidas, acorde con
el ambiente. Me llevo a una de ellas, muy cercana a la mesa de comedor, y paso
la cadena por un apoyo de la viga que había junto a ella.
Lo hizo de tal manera
que tensó la cadena, haciéndome estirar mi cuello sobre mis tacones, y pegar el
cuerpo a la columna. Situándose delante de mí, cogió mis manos, soltó una de
las esposa y me obligó a llevar mis brazos hacia atrás, rodeando la columna que
estaba detrás de mí. La postura era absolutamente forzada, cuando el
desapareció.
Cuando apareció de nuevo traía unas cadenas en la mano. ¿Qué pretendía? Pronto lo supe. Con una
cadena, rodeo mi cintura y paso parte de la cadena por una argolla que tenía,
llevo la cadena sobrante a la parte de atrás de mi cintura y la pasó entre mis
piernas, ajustándola sobre mi sexo. Como la tanga que tenía era mínima, podía
sentirla dentro de mí.
Cerré las piernas tratando de evitarlo pero él dio un
tirón de la cadena que me hizo gritar y abrir de nuevo mis piernas. Sujeto la
cadena delante de mí con un candado y con la cadena sobrante, que era bastante,
dio vueltas a la columna sobre mi cintura, hasta que la aseguró al final con
otro enganche que tenía.
Después cogió otra cadena de la que colgaban dos
hebillas de cuero, que ajustó a mis tobillos, pasando la cadena por detrás de
la columna me obligaba a tener las piernas algo entreabiertas.
La posición sólo
era incómoda por la tensión que me obligaba a mantener, sino porque las cadenas
me apretaban bastante. Se acercó a mí, y me dio un poco más de zumo
multifrutas, cuando terminó cogió una servilleta, la dobló y haciéndole un nudo
me lo puso en la boca, atándolo muy fuerte en mi nuca.
Muy cerca de mi oído,
susurró cómo si alguien pudiera oírle: -Ahora voy a desayunar, supongo que
tendrá hambre, pero tú rebeldía te ha llevado a que este sea tu primer castigo.
Después vamos a jugar, pero esta vez no voy a tenerte tan en cuenta, seré yo quien
mejor se lo pase. No puedes imaginar lo que voy a hacerte, pero si quieres
piensa sobre ello, para evitar pensar en la comida.
Retire la mirada de él
hacia un punto indeterminado para mostrarle mi indiferencia, pero la verdad es
estaba bastante asustada.
¿Qué iba a
hacerme?.
CONTINUARÁ
AAJHHHHH DIANA....
ResponderEliminarOTRA VEZ EN SUSPENSO..... TE PASAS DE MISTERIOSA.. JAJAJAJAJA