-¿Ana?
-Hola, Diana ¿Cómo estaís?
- Ahora bien, tengo que contarte lo que me acaba de pasar.
- ¿Qué?
- Pues que me han asaltado en casa.
La chica acaba de entrar a su casa, como siempre deja las llaves en el llavero de la pared, cuelga el bolso en el perchero, la chaqueta debajo, y se dirige a la cocina.
Quizá fuera porque venía cansada después de la semana de trabajo y por la perspectiva de pasar el fin de semana sola, porque su novio, Pedro, con el que vive, tiene que pasarlo de viaje por cuestiones de trabajo.
Lo cierto es que no oye a alguien que la espera tras la puerta del salón. Sólo cuando nota una mano que porta un pañuelo en su boca comprende que no estaba sola, pero es tarde para debatirse, pues lo que sea que hubiera en el pañuelo hace que a los pocos segundos caiga, no de golpe, al suelo.
En los breves segundos que transcurrieron no le ha dado tiempo ni a gritar ni a poder desasirse del asaltante. ¿Ha pasado el tiempo?
Diana, que es el nombre de nuestra chica, no lo sabe. Sólo sabe, o mas bien cree recordar, que ha sido atacada por alguien y que, en la duermevela en que está saliendo del sopor del somnífero, algo no está bien ¿Qué es? Su mente registra poco a poco: está incómoda ¿cuál es la razón?
La razón es que tiene las manos cruzadas y juntas a la espalda, no las puede separar porque una cuerda une las muñecas y las mantiene cruzadas y firmemente unidas. También tiene las piernas juntas porque sendas cuerdas amarran los tobillos entre sí así como las rodillas.
Un poco más despejada posibilita que sienta que está desnuda, y que ¡horror! Otra cuerda, no sabe Cómo está dispuesta, abraza sus senos y espalda, aparentemente por encima y por debajo de las graciosas tetas que siempre ha tenido, así como por entre ellas, y además por los hombros y la espalda.
Otra cuerdecita parece tener por encima de las caderas y ¡oh sorpresa!, por su sexo. Todo ello lo presiente, porque algo no la deja ver, se trata de una venda que le tapa los ojos que, sin embargo, deja un ligerísimo reguero por debajo de la venda, pero aún así ¿por qué está oscuro? ¿Y porqué ese silencio o amortiguación de ruido?
La nariz, no tapada, le dice que parece estar en un armario, ya que huele como cuando abre su armario para elegir la ropa que se vaya a poner. También está incómoda porque algo, a primera vista una bola, hace que tenga la boca entreabierta pero tapada, y sin posibilidad de hablar ni liberarse de ello. Ahora que está mas consciente, descubre que está recostada de un lado, ya que las manos a la espalda no permite que se apoye cómodamente en la espalda.
Asimismo las piernas las tiene parcialmente estiradas, como si su cuerpo hubiera respondido por si solo a la persona que la ató, y la cabeza parcialmente girada. - ¿Y te despertaste atada? - y amordazada. Diana intenta moverse un poco, estira y encoge las piernas, trata de articular palabra, girar el cuerpo, incorporarse. Sólo consigue emitir sonidos apagados, darse pequeños golpes al intentar incorporarse, descubrir que está en un espacio pequeño y desesperarse. - ¡Que miedo! Voy para allá. - No hace falta que vengas.
Al principio estaba muy nerviosa y agobiada. La angustia entra en nuestra chica, el temor a lo que le pueda pasar da pábilo a todos los miedos ¿quién habrá sido? ¿Porqué? ¿Qué pretende? ¿Me matarán? A duras penas consigue mantener fría la cabeza y pensar ¡no sirve de nada angustiarse! ¡debo buscar una salida! Lentamente intenta otros movimientos, gira de lado para ponerse boca abajo y así levantar el torso, cosa que consigue en alguna medida, pero desiste por lo que le cuesta.
Una pregunta va abriendose paso por su mente ¿donde estoy? Pues lo único que recuerda es que entró a la casa que comparte con su novio Pedro. ¿Me habrán llevado a algún lado?
- Luego se impuso el sentido práctico que sabes que tengo.
- ¿Donde estabas?
- Pues verás ... Riinngg, suena un teléfono ¡suena como el de casa! Efectivamente.
"Hola - dice el contestador- has llamado a casa de Diana y Pedro, en estos momentos no estamos, si quieres deja un mensaje" "¡Diana! ¿estaís ahí? ¿Aún no has llegado? Bueno, que soy yo, el vuelo se ha retrasado y pasaré por casa. Luego te veo."
Así que estoy en casa, no ha pasado mucho tiempo, reflexiona Diana, y este armario debe ser el mío.
- ¿Y Qué hiciste?
Ya más calmada, piensa en la situación, seguro que el secuestrador anda por casa o Quizá no, y sólo es un robo pero ¿porqué desnudarla? Seguro que no es un robo, tampoco un rapto, entonces ¿Qué? ¿será que Pedro lo ha querido así?
Alguna vez, en sus relaciones, la ha atado, pero estaban mas bien borrachos. ¿será eso? ¿Y si no ha sido Pedro?
Descartado el móvil económico queda el sexual ¿Un atacante y la deja así, sola? Es descabellado.
En esos pensamientos está cuando se da cuenta que al mover las piernas, la cuerda de su entrepierna hace que se empiece a excitar, pues un nudo hábilmente puesto roza su botoncito.
Esa excitación hace que se olvide por un momento de su situación y se concentre en lo que está sintiendo.
Unos cuantos movimientos y sorprendentemente para ella, alcanza el clímax del gozo.
- ¿Te corriste, Diana?
- Si, hija, y de una manera bárbara.
Ya sabe Qué pretende su secuestrador: hacerselo pasar muy bien. Todo su ser se estremece al comprenderlo, y se complace en lo sutil de su proceder: la ha dejado sola, pero seguro que está cerca, para que descubra por si misma el placer de estar a merced de alguien.
Pues haremos los honores, decide. Un ruido le saca de sus pensamientos, la puerta de la calle se ha abierto ¿el secuestrador?
"¿Cariño, estaís en casa?"
Es Pedro, la ocasión de liberarse, pero también perder la oportunidad de dejar a su secuestrador que complete lo que ha empezado.
La alternativa es clara, hacer ruido para ser liberada o callarse y ver que pasa.
- ¿Que Pedro llegó y no hiciste que te soltara?
- Como lo oyes, me estaba poniendo cachonda la situación y quise seguir, así que no hice el menor ruido a ver que pasaba.
Desde su lugar en el armario, Diana escucha a Pedro andar por la casa, ir a la cocina a tomar algo de beber, seguramente una cerveza, sentarse en el salón, entrar en el dormitorio ¡a unos metros de ella! Abrir el armario de al lado.
Cerrarlo ¿Ahora está oliendo? Ir al aseo ¿lo imagina o se está masturbando? Parece que si ya que oye su nombre entrecortado, y lo corrobora cuando oye un suspiro y la descarga de la cisterna.
A Diana se le ocurre una idea brillante: va a repetir los movimientos anteriores para lograr otro orgasmo, siempre con el peligro de hacer excesivo ruido y que Pedro la encuentre.
Pensado y ejecutado, mientras él está en el servicio y vuelve al dormitorio, ella mueve las piernas y el cuerpo rítmicamente, haciendo que el nudito acaricie su botón hasta que ocurre lo inevitable, y menos mal que estaba amordazada, porque el subidón es mayor que el anterior.
- Hija, que arriesgada.
- Pero no me digas que no era excitante.
Al poco escucha cómo Pedro se lamenta que no esté en casa y que su móvil esté apagado abre la puerta y se marcha. Silencio.
En él Diana se escucha respirar quedamente, ahora sí que está sola y a la espera de su secuestrador y lo que le quiera hacer. El silencio es casi total, no escucha nada en el piso, pero ¿qué es eso? Parecen pisadas de alguien que no quiere ser oído.
Efectivamente, son pisadas, debe ser el secuestrador ¿ha estado todo el tiempo en casa escondido? Seguro que es el secuestrador que se dirige a ella, lo que se certifica cuando siente que se abre el armario, ¿y ahora qué?
CONTINUARÁ. . .
Muy bueno bella Diana, que historia ya estoy lubricado, bella escritora, gracias
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